Revista América Latina

Un cuento de dos Imperios. Los Comentarios Reales del Inca Garcilaso

Publicado el 11 abril 2014 por Arcorelli @jjimeneza1972

Comentarios RealesHijo de un conquistador español y de una princesa inca, el Inca Garcilaso de la Vega publicó en Lisboa en 1609 los Comentarios Reales de los Incas. El como incorporar el pasado incaico en el sistema colonial español era, por tanto, tarea que su propia biografía le hacía imprescindible. Más aún si, como es claro en el texto indicado, y en su vida, si es orgullo lo que siente por sus dos ascendencias; y ello particularmente porque esa doble ascendencia, hijo de conquistador con nobleza de los pueblos conquistados, no siendo muy extraña en los tiempos inmediatamente posteriores a la Conquista española, fue resistida por la Corona, y luego su defensa, que era una defensa de él mismo, muy relevante.

Lo crucial para comprender los Comentarios Reales es que el Inca Garcilaso no está haciendo una defensa general del pasado ‘indio’, sino una específica del pasado ‘inca’. En otras palabras, está mostrando el valor de un Imperio (el Inca) frente a representantes de otro Imperio (el Español).

De alguna forma, la estrategia general es mostrar que el Imperio Inca representa una buena forma de Imperio -en lo cual subyacen algunas críticas al modo español. Hay varias modalidades de mostrar lo anterior: Los Incas sólo piden sometimiento pero mantienen a la élite anterior, incluso en caso de revuelta. Los Incas mantienen las costumbres de los pueblos que someten, sólo cambiando lo que afectaba directamente a su dominación. Los Incas buscaban la expansión de forma no violenta, intentando la reducción sólo por llamados e incluso (esto lo repite en más de una ocasión alimentando a las mujeres y niños de los asentamientos que sitiaban). Los Incas incluso cuando se enfrentaban con resistencia intentaban ganarse a la población.

Dijóles que mirasen que más andaba el Inca por hacerles bien, como lo habían hecho todos sus pasados con todos los demás indios que habían reducido a su imperio, que no por señorearlos ni por provecho que de ellos podía esperar. Advirtiesen que no les quitaba nada de sus tierras y posesiones, antes se las aumentaban con nuevas acequias y otros beneficios. Y que a los curacas los dejaban con el mismo señorío que antes se tenían. Que no querían más de que adorasen al sol y quitasen las inhumanidades que tuviesen’ (Capítulo 1, Libro 8)

Y hablando de cómo los Incas trataban a quienes se rebelaban:

Y a lo último les dijo que rindiesen las gracias al sol, que mandaba a sus hijos tratasen con misericordia y clemencia a los indios. Que por esta razón el príncipe les perdonaba las vidas y les hacía nueva merced de sus estados y a todos los demás curacas que con ellos se habían rebelado, aunque merecían cruel muerte. Y que de allí en adelante fuesen buenos vasallos si no querían que el sol les castigase con mandar a la tierra que se los tragase vivos.

Los curacas, con mucha humildad, rindieron las gracias de la merced que les hacía y prometieron ser leales criados (Capítulo 19, Libro 5)

Desde esa perspectiva, la obra se podría leer como una crítica al Imperio Español, que no alcanza la excelsa conducta de los Incas, y una defensa de la cultura indígena. Esto sería correcto si olvidamos algo que muchas veces nosotros olvidamos ahora pero que el Inca Garcilaso tenía claro: los Incas fueron un imperio y lo construyeron subyugando otros pueblos.

Y así la resistencia  es siempre vista negativamente. Lo que correspondía antes era que los otros pueblos indígenas cayeran bajo el gobierno de los más civilizados Incas. La distinción entre los (superiores) Incas y los (inferiores) otros indígenas es constante en el texto. Con los Incas se supera la primera idolatría y se la cambia por una segunda idolatría -que al menos era ya superior en relación a la vida natural y que era casi un monoteísmo (pura adoración al sol). Digamos, casi una preparación para la vida cristiana. La siguiente cita (y el título del capítulo 2 del Libro 2: ‘Rastrearon los Incas al verdadero Dios, nuestro Señor’ debieran ser señales suficientes:

Asimismo dijimos que les enseñaron [a los otros indios] la ley natural y les dieron leyes y preceptos para la vida moral en provecho común de todos ellos, para que no se ofendiesen en sus honras y haciendas. [...] Por otra parte, los desengañaba de la bajeza y vileza de sus muchos dioses, diciéndoles qué esperanzas podían tener de cosas tan viles para ser socorridos en sus necesidades o qué mercedes habían recibido de aquellos animales como las recibían cada día de su padre el sol (Capítulo 1, Libro 2)

Por lo tanto, el rechazo a toda resistencia es clara. La resistencia es casi siempre asunto de jóvenes que no saben lo que es adecuado, en contra de los sabios de mayor edad que sí saben -y que sí aceptan. Por ejemplo, se puede ver el capítulo 17 del Libro 4: los mozos que defienden no ‘negar sus dioses naturales y adorar al ajeno, repudiar sus leyes y costumbres y sujetarse a las del Inca’. En el capítulo siguiente los viejos dicen: ‘los más ancianos y más considerados dijeron que mirasen que, por la vecindad que con los vasallos del Inca tenían, sabían (años había) que sus leyes eran buenas y su gobierno muy suave. Que a los vasallos trataban como a sus propios hijos y no como a súbditos’, y así subsiguientemente. En cualquier caso, en esta oposición es el Inca, que es no-violento y magnánimo, el que ocupa la posición superior, mientras que el querer resistir no es en sí mismo valorado:

Este recado envió el Inca muchas veces a los indios, los cuales estuvieron siempre pertinaces diciendo que ellos tenían buena manera de vivir, que no la querían mejorar. Y que tenían sus dioses y que uno de ellos era aquel cerro, que los tenía amparados y los había de favorecer. Que los Incas se fuesen en paz y enseñasen a otros lo que quisiesen, que ellos no lo querían aprender.

El Inca, que no llevaba ánimo de darles batalla sino vencerlos con halagos -o con el hambre, si de otra forma no pudiese- repartió su ejército en cuatro partes y cercó el cerro’ (Capítulo 2, Libro 3)

Lo que hace entonces el Inca Garcilaso es identificar el (antiguo) Imperio Inca y el (nuevo) Imperio Español. En su relato de la resistencia mapuche es clara esa identificación. Luego de contar los problemas de los Incas en esa expansión procede inmediatamente a contar los problemas de los Españoles. De hecho, en el mismo capítulo (20 del Libro 7) en que cuenta ‘Batalla cruel entre los Incas y otras diversas naciones. Y el primer español que descubrió a Chile’. Así, de forma absolutamente continua se enlazan los dos imperios en su común lucha contra los mapuches -cuya resistencia es tratada de forma negativa: Así al citar una relación nos dice ‘que, habiendo dicho el levantamiento de los indios y las desvergüenzas y maldades que habían hecho’ (Capítulo 21 del Libro 7)

La superioridad del imperio es el tema subyacente, y la defensa del pasado Incaico es para defender una forma imperial y para mostrarles a los españoles que los incas (la nobleza incaica, que son los únicos reales incas) están al nivel de los españoles, y jugaron su papel. Al mismo tiempo, aparece implícitamente defendido (no explícito, porque en esa cultura no era necesario hacerlo) la idea de Imperio: Es adecuado y bueno imponer la propia voluntad ‘civilizadora’ a los otros, que no tienen derecho a resistirse a ello. Eso hicieron los Incas, eso hacen los españoles.

A nosotros, en todo caso, la lectura del texto debiera servirnos, al menos, para recordar que la distinción Español (Occidental) / Indio es una distinción occidental, que dejar todo lo indígena como lo mismo es inexacta. Los mapuches, no olvidemos, resistieron igualmente a los Incas y a los Españoles -en ambos casos lo vivieron como invasión de un otro externo. Y los pueblos conquistados por los Incas no dejaban de estar conquistados y no dejaban de, como suele mencionarlo Garcilaso, reclamar que no veían porque debieran abandonar sus costumbres y dirigentes por un gobierno imperial, por dioses y leyes ajenos, no propios.

Es quizás uno de los triunfos más permanentes de la dominación Española el haber unido a todos los pueblos autóctonos como parte del mismo grupo, escondiendo sus diferencias. Eso es, quizás, una de las formas más claras de etnocentrismo, una que incluso mantienen quienes suponen que sus críticos.


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