Edición: Funambulista, 2014 (trad. Jorge Rus)Páginas: 208ISBN: 9788494147579Precio: 21 €No son pocos los que piensan que Louisa May Alcott (Germantown, Pensilvania, 1832-Boston, 1888) escribió una única novela, la extraordinaria Mujercitas (1868), que le ha dado fama de mujer bondadosa, entrañable y familiar, sentimientos fáciles de identificar en las cuatro hermanas March. Sin embargo, Alcott fue mucho más que la imagen que ha quedado de ella en el imaginario popular: trabajó como enfermera, maestra e institutriz; y se educó con filósofos como Henry David Thoreau, Ralph Waldo Emerson y su propio padre, el trascendentalista Amos Bronson Alcott. No tenía ni un pelo de tonta, en definitiva. Publicó más de treinta libros, entre los que se cuentan las continuaciones de su obra maestra y muchas novelitas de consumo que obtuvieron un gran éxito. Un cuento de enfermera(1865), recuperada este año por Funambulista, pertenece a este último grupo y apareció firmada bajo el seudónimo de A. M. Barnard.Kate Snow, la protagonista y narradora de Un cuento de enfermera, debe cuidar de una enferma mental, una joven de una familia adinerada, aunque en la práctica más bien ejerce de confidente de la chica. Esta le cuenta que su estirpe es víctima de una especie de maldición, relacionada a su vez con Steele, un amigo de la familia que parece tener un gran control sobre todo lo que ocurre en la casa («Aquel lujoso hogar estaba ensombrecido por alguna tragedia familiar oculta al mundo», pág. 24-25). Snow, valiente y decidida, intenta averiguar qué esconde este misterioso villano para liberar a su paciente de este malestar, y así comienza un particular tira y afloja con Steele en el que ni los buenos son tan buenos ni los malos tan malos.Un cuento de enfermera plantea un melodrama de tintes góticos cuyo mayor atractivo reside en la confrontación entre Snow, la enfermera ingeniosa pero fría como la nieve, ambigua («Hacía mucho que mis fantasías de amor se habían terminado y no volverían nunca», pág. 91), y Steele, un malvado duro como el acero (atención a los apellidos de ambos). Estas intrigas familiares, trágicas y apasionadas, tenían una gran acogida en la época: eran page-turners sin trascendencia que atrapaban por sus emociones exaltadas y los giros rocambolescos. La autora cumple en la creación de un producto de consumo rápido —además de delimitar bien la estructura e ir al grano, añade los suficientes ingredientes para embriagar a la lectora tipo de estas historias: protagonistas con caracteres extremos, acción, romance, locura—; no obstante, por ser precisamente esto, un producto, en lo literario se queda corta: carece de calado, tanto la trama como los personajes son planos y utiliza bastantes trampas narrativas (casualidades, casualidades, casualidades: el villano siempre en el lugar oportuno).
Louisa May Alcott
Por mucho que Funambulista la incluya en su colección «Grandes clásicos», no hay que engañarse: esta novelita no es ni pretende ser literatura en mayúsculas. El hecho de que Alcott la publicara bajo seudónimo indica una voluntad clara de separarla de su producción principal, puesto que escribía este tipo de obras, potboilers, para obtener dinero rápido (serían el equivalente a lo que ahora se conoce como literatura comercial o best-sellersprefabricados, aunque los escritores de entonces eran mucho más cultos que los de ahora y sus lectores también). ¿Se puede considerar una recuperación necesaria? Desde el punto de vista literario, no. Desde la curiosidad por conocer otra faceta de la autora, tal vez. En cualquier caso, es un divertimento decimonónico bien ejecutado que puede seguir entreteniendo en la actualidad (eso sí, estaría mejor sin las faltas en el uso de las comas y las erratas de esta edición).