Cuando vuelvo la vista atrás y buceo en mis recuerdos de infancia lo primero que me viene a la memoria son las multitudinarias concentraciones de personas que había en los actos a los que me llevaban mis padres en la gran capital. No sabría decir si realmente eran tan numerosos como a mí me lo parecían o era por mi corta edad y altura que aquellos actos de protesta por la amenaza de cierre de la empresa donde trabajaba mi papá me parecían auténticas mareas humanas.
Yo siempre fui una niña inquieta y curiosa por lo que a pesar de mi edad no cesaba de preguntar por todo: ¿Por qué papá no iba a trabajar? ¿Por qué habíamos dejado de comprar y comer esto o aquello? ¿Por qué mama lloraba? ¿Por qué teníamos que ir a esos actos en la capital?
He de agradecer que mis padres no cayeran en el habitual error de esquivar o no dar respuesta a mis preguntas por el mero hecho de ser una niña.
Mis padres con sus palabras me hicieron saber que la empresa donde papá trabajaba iba a dejar de existir. Que si no trabajaba no se ganaba el tan necesario dinero, que servía para comprar la mayor parte de las cosas que podíamos necesitar para vivir. Y me hablaron de algo que aunque no llegué a entender en aquel momento sigo recordando bien, algo de una estafa a la que una gente muy poderosa había rebautizado bajo el nombre de “crisis”.
Recuerdo de esa época un hecho que me quedó muy grabado en la memoria. En una de esas concentraciones pasamos por delante de un bonito edificio y justo cuando estábamos a la altura de sus puertas mi padre se tapó la nariz y me dijo algo así:
–Tápate la nariz Libertad que este edificio huele a podredumbre, la podredumbre de un país y un sistema en descomposición. Este es un matadero, el matadero donde mueren los más nobles propósitos y nuestras esperanzas. En definitiva este es el matadero y tumba de la democracia.
Ya han pasado unos cuantos años, la vida no fue del todo justa conmigo y menos con mi familia. Poco después de estos hechos que he relatado, y tras perder nuestro hogar por el impago del mismo, mi papá falleció, lo que nos llevó a mi mamá y a mí a dejar este país y trasladarnos al país natal de mi madre.
Y aquí estoy en la actualidad de nuevo de vuelta en mi país natal y tierra de mi papá, esperando encontrar un trabajo y deseando que el destino me trate mejor de lo que trató a mis padres.
Muy curiosamente mi deambular sin rumbo por esta hermosa ciudad que tantas veces visité en mi infancia me ha llevado a pasar por delante de ese edificio que mi papá, cuando yo era pequeña, llamó “matadero y tumba”. Imperturbable gigante pétreo que con sus dos hermosos leones flanqueando su escalera sigue luciendo su nombre bajo el frontón de su neoclásica fachada: “Congreso de los Diputados”.
MSN