¡Ya he llegado al tercer relato del reto de escritura 1 que me fijé para este año! Cómo pasa el tiempo... Y ahora toca un relato centrado en la religión. Como no se especifica qué religión, me he inventado una religión... de alineación malvada.
El culto a Moldor era un culto sencillo, pues solo tenía una norma: solo complacerás al Dios si pareces un dechado de virtudes. En las sociedades de la superficie, los que se adhirieran al culto intentarían ser virtuosos y, como ocurría con todas las religiones benignas, nadie lo lograría. Pero los enanos oscuros habían comprendido la esencia verdadera del mandamiento y por eso se había generalizado entre los de su raza a tanta velocidad. La clave estaba en la palabra "pareces". Podías hacer lo que te viniera en gana, dar rienda suelta a tus más bajos instintos... siempre que no te pillaran. En definitiva, era un culto que, además de la maldad, premiaba la astucia.
Y nadie era más astuto que Mazcan, por eso había ascendido tan rápido entre las filas del sacerdocio de Moldor. Un puesto que, además, le permitía dar rienda suelta a su sadismo torturando a los que no habían sido lo bastante listos como para ocultar sus faltas.
Ahora, sin embargo, su posición peligraba por culpa de Xenga, una competidora que parecía estar a su altura tanto en maldad como en astucia. Eso le sacaba de quicio, así que llevaba todo el primer tercio del día inventando una forma elegante de matarla sin que asociaran el asesinato con su persona. Ya casi lo tenía todo listo, a falta de pulir algunos detalles y, para cuando el segundo tercio cambiara al tercero, ella ya sería historia.
Al menos, eso pensaba hasta que entró en su habitáculo y lo encontró desordenado y lleno de sangre. En el centro de la sala, Xenga, con las ropas rasgadas y un corte en el cuello, se puso a gritar antes de que tuviera tiempo de recuperarse de la sorpresa y reaccionar. Los guardias llegaron y, al ver que había tratado de asesinar a su rival, fue encarcelado de inmediato. En vano dijo la verdad: parecía que había intentado deshacerse de ella y, por lo tanto, Mazcan ya no parecía un dechado de virtudes.
Fue Xenga quien se encargó de castigarle por su error. Y él, incluso mientras estaba en medio de un profundo sufrimiento por las creativas torturas que le infligía, no pudo sino reconocerle su mérito: no solo había sabido disimular sus maldades... también simular las de su rival.
"Si sobrevivo a este día, lo pondré en práctica", pensó.
Pero Xenga, que adivinaba sus pensamientos, no estaba dispuesta a permitir que él la emulara. No podía matarle durante la tortura, pero sabía dónde infligir suficiente daño en sus órganos internos para que saliera vivo pero con las horas contadas de la sala de tortura. Mazcan, que conocía esas mismas técnicas, se supo condenado en cuanto ella las puso en práctica. Rezó una plegaria desesperada a su dios para que lo acogiera en su seno al morir, pero incluso mientras la recitaba sabía que no había estado a la altura y que Moldor le daría la espalda.
Ya era un fantasma cuando salió a la calle y empezó a dar sus últimos pasos; la desesperación había hecho con su alma lo que la tortura con su cuerpo. Xenga le miró, divertida, y comenzó a pensar en sus próximos pasos... los que daría para seguir ascendiendo y los que daría para protegerse de sus adversarios.