Estaba pensando en un cuento infantil cuando escribí este. No creo que sea necesario decir cual, estoy segura de que lo van a adivinar.
Un día cualquiera… el lobo
Había sido lo mejor, de esa manera todo quedaba solucionado de una forma rápida y eficaz. Susana colgó el teléfono, después de dar las últimas instrucciones. Ahora solo restaba esperar, lo que mejor se le daba.
Darío salió de su casa, esa mañana, con la inocencia de un niño. Así comenzaba cada semana, aunque los días fueran sumando sus preocupaciones para terminar el viernes serio y agotado. Sin embargo, todo era soleado ese día, excepto el cielo. Por suerte su mujer lo había enviado a trabajar cargado con el paraguas.
Él se apresuró a llegar a la parada del colectivo, aunque no lo hizo por la vía más directa, sino que se desvió por la calle que tenía boulevard. Siempre le había gustado, y soñaba con mudarse a una de esas casas que daban sobre aquella vereda tan tranquila. Tal vez, cuando la tía por fin decidiera mudarse de vuelta a su pueblo, él podría quedarse con la casa. Pasaría a visitarla a la tarde, no estaba de más recordarle la existencia de un sobrino sin casa propia.
Subió al colectivo silbando de alegría y pronto unos pasajeros lo hicieron callar, por lo que continuó el viaje tarareando para sí. El día en la oficina fue cansador, pero rutinario, no hubo necesidad de pensar mucho y casi se quedó dormido por la tarde.
Cuando estaba de regreso, sonó el celular. Su tía lo invitaba a tomar el té.
—¡Qué casualidad! —exclamó Darío luego de cortar.
Se bajó unas cuadras antes y caminó alegremente, con el paraguas bajo el brazo. La puerta estaba abierta, le había dicho la tía. Decidió que debía decirle que no era seguro.
La casa estaba en penumbras. Buscó por todos lados hasta que la encontró en el dormitorio.
—¿Estás bien, tía?
—Acércate, quiero verte mejor.
Darío pensó que su voz sonaba ronca, tal vez estuviera enferma.
—Tía, ¿estás bien?
—Más cerca, que no te oigo.
Darío llegó hasta la cama y se sentó en el borde.
—¿Tía?
La luz se encendió de repente y una sonrisa triunfal apareció frente a él.
—Su… ¿Susana?
Ella se colgó de su cuello y lo besó apasionadamente.
—¿Qué estás haciendo aquí? —la empujó con timidez.
—¡Vivo aquí!
—Pero, la tía…
—Sí, ¡qué agradable señora! Me vendió la casa.
—No sabía que estuviera a la venta —él miró a su alrededor.
—Tuve suerte —dijo Susana mientras lo desvestía.
—Estoy casado.
—Puedes seguir estándolo, yo nunca quise casarme contigo.
—Pero…, esto no va a funcionar, Elisa… ella…
—No tiene porqué enterarse.
—¡Cómo no va a enterarse! Ella conoce a mi tía.
—Solo va a saber que se mudó —Susana se encogió de hombros.
—¿Y por qué no me dejó la casa?
—Pero lo hizo, ahora solo tienes que pagar un pequeño precio.
—Tú me dejaste —Darío la tomó por las muñecas, sin desasirse de su abrazo.
—Y ahora vuelvo a tomarte ¿por qué no? ¿Acaso no lo disfrutaste antes?
Darío la miró a los ojos, verdes como el boulevard frente a la casa. Se podía decir que allí lo tenía todo. Apagó el celular, luego llamaría a Elisa para decirle de la reunión… reuniones que tendría esa semana.
Susana apagó la luz y lo devoró.
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