Revista Cultura y Ocio
Los últimos cuerpos se despiden hilando pasos, sofocando discursos sobre la situación de la sociedad, sus familias desestructuradas, lpadres exabruptos, la consecuencia lógica del niño que es expulsado y yo creía salvable. Me oprimo un auricular que no me transmita a locos locutores embriagando y retando a la mansa masa, exiliada de las aulas. Emprendo la labor de corregir y sonrío entre tanta teoría aprendida, en hallar a quienes comprenden y se explican y quienes doy por perdidos al fotocopiarse frases por una noche. Sonrío también cuando hallo Woll Estreep (Wall Street), Nueba York o que Franklin Delano Roosevelt era monarca en sus ya emancipadas cabezas. El silencio ha ocupado el lugar en este cuadrilátero del cual rehuyo avivando pequeños pasos hacia la máquina de café y extraer un chocolate caliente. O aparecer en el pasillo para asomarme al patio, cruzar los brazos e intentar atisbar alguna estrella iracunda en la oscura intemperie. Al final, cuando el frío se abriga en los costados y las agujas del reloj vaticinan el despido hacia la calle, barro los ejemplares de evaluaciones temporales. Apago los ordenadores, cierro las ventanas, desinflo la luz. En mi i-pod suena una canción del Boss y, tras cruzar el rectángulo de tibia luz, mi sombra es engullida por la oscuridad.