Revista Diario
Esta mañana al día le daba pereza arrancar, se abría paso pesadamente entre las nubes cargadas de agua que nos acompañaban. Pero a pesar de ir rezagado por fin amaneció y más que llover, jarreaba.
Mi hijo se desperezaba en la cama, tan contento, tan tranquilo después de casi 11 horas de sueño. Quien me iba a decir a mi que podría escribir esto, ¡¡11 horas de sueño seguidas!!. Cuando empecé a escribir este blog no sabía ni lo que eran 5 horas del tirón.
Empieza el ritual, su gata va a su cama, le ronronea, le da los buenos días y a mi hijo se le pasa todo, qué feliz le hace este animal. Se levanta de un salto, se pone sus zapatillas, la gata le sigue, mirándole con devoción. Él la besa, la habla, y ella, aún sin poder escucharle, le mira embobada, entendiéndole.
Ella es quien más me ayuda en estos despertares, consigue arrancarle una sonrisa y sacarle de la modorra matutina. Directo a la mesa, el desayuno espera. Ni se da cuenta de que llueve, ni le importa. Sus dibujos le aguardan, y desayuna en su compañía.
A vestirse, hay que elegir el calzado, y como la lluvia no amaina tocan las botas de agua, de Rayo McQueen, por supuesto. Se mira y se gusta, coqueto que es él.
Es la hora de irnos, botas, paraguas, capucha, todo en orden, ¡allá vamos!. El cielo de tan gris asusta, la lluvia es fuerte, pero a él no le importa. Paraguas en mano, se dirige hacia todos los charcos que ve, los pisa, salta, ríe. Son casi las 9 de la mañana, no tiene pereza, solo piensa en la diversión de la lluvia.
Llegamos al cole, los adultos se quejan, los niños disfrutan. Se enseñan sus paraguas de colores y diversas formas. Se muestran sus botas con sus personajes favoritos. Dejan que las gotas traicioneras del tejadillo del patio les mojen y se ríen a carcajadas.
Es un día de otoño cualquiera, los niños son felices.