El día de hoy ha sido estupendo y me ha llenado de buenas vibraciones y energías positivas. Creo que hacía tiempo que no teníamos el nene y yo un día tan bueno y tan repleto de avances y buenas actitudes... Casualidad o no, ha llegado justo cuando ayer comentaba los cambios que ha experimentado en el paso a los 20 meses y en el día antes a la visita al psiquiatra del Niño Jesús.
Esta mañana se levantó de buen humor y, aunque me persiguió por la casa como siempre, se le veía más flexible, más relajado, menos exigente y demandante. Así que decidí que saldríamos a dar una vuelta hasta la clínica veterinaria donde solemos ir para comprar la desparasitación de los bichos. No pensaba ir sóla con él, habitualmente evito toda situación donde tenga que detener el carro y esperar a que me atiendan porque siempre acaba mal, pero sentí un buen presentimiento y allí que nos fuimos. La primera sorpresa del día vino cuando no sólo no intentó bajarse del carro (aún cuando estaba casi recién levantado y, por tanto, lleno de energía) sino que ahí sentado se dedicó a sonreír a la auxiliar, a decirle cositas mirándola fijamente y a soltar unos cuantos hooooooolaaaa, hooooolaaa de lo más gracioso.
Como la cosa iba bien, decidí probar algo más heavy: ir a la galería comercial a comprar pescado, pollo, carne... Hace meses que no voy sola. Desde que empezó a andar no he vuelto a ir. Allí era incapaz de estar sentado en el carro ni 30 segundos y andando suelto era una locura porque no podía estar pidiendo en un puesto o guardando la cola mientras estaba pendiente de sus demandas con gritos, lloros y demás conatos de perraques. Después de una mañana en la que me la lió bastante gorda, decidí que no iba a más... Pero hoy me sentía confiada, así que probé.
Nada más llegar la pescadería tenía cola y estuve por darme la vuelta. Pero me dije que ya que estaba allí, íbamos a probar. Aguantó sentado en el carro hasta que nos tocó el turno y aunque pasados esos 10 minutos quiso bajarse, se contentó mirando el pescado y diciendo pez y aprovechando que yo le tenía en brazos para cotillearlo todo mejor. Fuimos de puesto en puesto, de la mano, con más o menos facilidad. En algún momento se iba corriendo por los pasillos pero enseguida volvía cuando le llamaba y le pedía que viniera. Incluso se conformó en mis brazos y aprovechó para darme besos, pedirme mimos y tocarme las partes de la cara mientras las iba nombrando. Decía ¡qué cosas! (su nueva frase estrella) y en la pollería me preguntó ¿qué cosa e?. Al salir, se dejó sentar en la silla sin más.
Yo alucinando, claro. Pero lo mejor estaba por venir. Después de comer le dió la vena habladora y tuvo un rato absolutamente sembrao. Cogió uno de los libros más antiguos que tiene y empezó a señalarme un montón de objetos y a decirme sus nombres: pe-o-ta, bi-i-ke-ta (¡que fuerrrrtte!), plato... Entonces llegamos al gato y aunque no lo pronunció, se volvió a buscar a uno de los nuestros. El susodicho se encontraba en lo alto del rascador y allá que se fue a verle. Le dije al gato: baja, Coco, baja. Y entonces el nene empezó: baja, baja Coco, baja. Dios, ¡qué lástima no tener una cámara de vídeo cerca!.
No quería siesta, algo que está empezando a ser habitual porque parece que revive después de cada comida. Así que pensé en llevármelo al centro comercial porque tengo muchas compras que hacer antes de las vacaciones, con la idea de que se durmiera en el coche y luego siguiera durmiendo en su silla al menos 30 minutitos más. No se durmió y me arrepentí de haber ido. Pensé que con el cansancio que indudablemente tenía que tener y su fobia a las tiendas, el perraque estaba garantizado. Pero de nuevo me sorprendió, tanto que incluso diría que se lo pasó bien y todo. Se paseó por todas las tiendas, mirando la ropa y señalando los dibujitos de las camisetas. Escondiéndose detrás de los pasillos y jugando conmigo al cucu-trás. Respondiendo siempre a su nombre y viniendo cuando le llamaba. Sonriendo un montón, dándome besos, buscando mis abrazos.
Así que yo esta tarde estaba que no cabía en mi. ¡Qué subidón de energía!. ¡Qué alegría poder llamar a mi madre para contárselo o explicárselo hace un rato a mi marido!.
Mañana tenemos que volver al Niño Jesús. Tenemos psiquiatra y otorrino. Confieso que el psiquiatra me preocupa un poco. Tengo miedo de que no me entiendan o de que el niño esté especialmente mal y le evalúen de una forma que yo no comparta. Me siento como si le llevara a la selectividad o algo así, con los nervios añadidos de que mañana tenemos que madrugar bastante para poder estar allí a las 9h y no sé qué tal se va a tomar el madrugón. Pero confío en que el día sea tan bueno como el de hoy y todo vaya bien. Ya os cuento...