Vengo, como muchos, de una clase media masacrada por la incompetencia de los malos gobiernos. Hasta hace nada era un aficionado a la electrónica que de un tiempo para acá dejó de romperse las uñas reparando sistemas de sonido, móviles, computadoras y demás pendejadas por el estilo para dedicarse exclusivamente al diseño de juguetes sexuales, negocio que me ha ganado un nombre en la industria, con balances de nueve cifras en moneda dura y acciones en la bolsa, oficinas en siete capitales del globo y ensambladoras en China y México.
Y todo ello, lo digo con orgullo, se lo debo a mi hermana.
Ella es una entusiasta de los dildos. No hace mucho poseía una extensa colección que incluía modelos de todas las formas, tamaños y texturas. Los prefería por encima de cualquier noviecito pendejo de su círculo social, ya que, según sus propias palabras, además de ser una lata, nunca tenían el suficiente dinero como para complacer sus exigencias. Y aunque ahora hay más de un millonario cortejándola y rogando por una oportunidad ella sigue prefiriendo sus juguetes. Mientras tanto, yo me encargo de suministrarle todo lo que necesite. Y lo hago con gusto, aunque a veces me preocupa que despilfarre el dinero a manos llenas. Demás está decir que la he convertido en mi socia, dueña de nada menos que de la mitad de la empresa.
Les cuento cómo fue que pasó:
Todo comenzó un día cuando, espiándola para verla jugar con uno de sus aparatitos, la escuché quejarse antes de batirlo rabiosamente contra el piso. Estaba claro que la había dejado insatisfecha y el pobre bichito pagó su deficiencia partiéndose en pedazos. Eso fue lo que me dio la idea. El punto de partida. El germen de lo que cambiaría nuestras vidas para siempre.
Para ese momento me había convertido en un mirón incurable, y como intuyo que ya deben haberlo imaginado, en más de una oportunidad fui sorprendido en pleno acto de observación clandestina. Era inevitable. Cuando esto sucedía, mi hermana me lanzaba con violencia, no solo palabrotas, sino cualquier cosa que tuviera a mano, incluyendo uno que otro de sus consoladores, con lo que me obligaba a salir huyendo con las manos sobre la cabeza.
Por suerte, y tal como si fuera un degenerado en serie, siempre regresaba a la escena del crimen. Digo por suerte porque, como ya lo mencioné, en la última de aquellas incursiones furtivas fue que se me prendió el bombillo.
Ese día epifánico, tras haber recibido un tortazo en plena cara con un enorme falo negro de silicona extra fuerte, me encerré en la habitación, armado con todos los instrumentos sobre mi mesa de trabajo, por un periodo de tiempo tan largo que, incluso mi hermana, preocupada por mi abrupta y prolongada desaparición, me prodigó una visita para saber qué era lo que me ocurría.
─Esté, ¿te pasa algo? ─quiso saber.
─¿A mí? ─dije sin siquiera voltear verla.
─¿Acaso estás molesto conmigo?
─Claro que no.
Se me acercó por la espalda para mirar por encima de mi hombro aquello en lo que trabajaba y tenía puesta toda mi atención.
─De todas formas, te lo merecías.
Ajeno a sus palabras, yo continuaba concentrado en darle los detalles finales a mi invento.
─¡Pero tampoco es para tanto, hombre! ─exclamó, perdiendo la paciencia.
─No sé de qué hablas. Pero, mira, ya está listo ─dije con orgullo.
El aparatito tenía una forma ovoide, era aproximadamente del tamaño del pulgar de un adulto y de uno de sus extremos colgaba un cablecito de unos diez centímetros de largo.
─Usa una mini batería de última generación ─le expliqué─, con la que puede operar por… calculo que más de dos horas.
─Ah, que bien ─dijo ella─. ¿Y qué se supone es?
─Un regalo para ti ─dije yo, la mar de contento.
─¿Para mí? ─exclamó ella con el ceño fruncido, tomándolo entre sus dedos─. ¿Acaso es mi cumpleaños y no me he dado cuenta?
─No hace falta.
Me miró intrigada, torciendo el rostro.
─¿Y se puede saber para qué sirve esta cosa o como se llame?
─Aún no le pongo nombre ─dije─, pero no es más que la combinación de un multivibrador remoto de frecuencia ajustable con un generador de pulsos electromagnéticos de baja intensidad.
─Ya veo, ¿y traducido al español?
─Un dildo con mando a distancia ─sentencié con satisfacción, echándome contra el respaldo del asiento con los brazos extendidos.
─¡¿Un qué?! ─exclamó ella, arrugando aún más la cara.
─Chica, uno de esos juguetitos que tanto te agradan.
─O sea un…
─Exactamente. ¡Un vibrador! Pero mejorado.
─No termino de entender ─se notaba que había capturado su interés─, a ver, explícate mejor.
─Es un juguete sexual que se puede operar a distancia ─diciendo esto le mostré el otro componente del artilugio, una cajita rectangular en la que destacaba una perilla se podía ajustar de manera progresiva desde un mínimo hasta un máximo─, ¿me entiendes ahora?
─No me digas.
─Ajá.
─Interesante. A ver, dime más ─pidió, detallándolo desde todos los ángulos.
─Creo que vas a entenderlo todo mejor cuando lo veas en funcionamiento.
En este punto apartó los ojos del dispositivo y me miró con fijeza.
─Está bien. Dale, haz que funcione.
─Quise decir cuando lo “sientas” en funcionamiento.
─¿Cómo que lo sienta? ─sus cejas casi se juntan en el medio.
─Quiero decir que tendrás que ponértelo.
─¿Cómo que ponérmelo?
─Ya sabes, insertarlo en tu… ¿vagina?
Con cara de susto dio un pequeño paso para atrás. Debió pensar que me estaba volviendo loco.
─¡¿Cómo se te ocurre que haga tal cosa?!
─Es la única manera. Escucha, te garantizo que no te va a defraudar ─traté de calmarla─. Además, si lo comparas con las monstruosidades que guardas en tu habitación esto no es nada. ¡Solo míralo!
Sin pronunciar palabra estuvo sin quitarme los ojos de encima por algunos segundos, dando vueltas al aparatito entre sus dedos. Esto era una clara indicación de que estaba considerando en serio mi propuesta.
─¿Solo me lo met… pongo y ya?
─Sí, eso bastará para una demostración ─dije─. Y créeme, es bastante seguro ─añadí para infundirle confianza.
─¿En serio? ¿Y cómo sabes eso?
─Tomé precauciones.
─¡Ja! ─se burló.
Dio un par de vueltas por la habitación sopesando mis palabras. Finalmente soltó un suspiro y volvió a encararme.
─Supongamos que acepto, ¿qué dices que voy a obtener a cambio?
─¡Uy, ni te lo imaginas! Tampoco tengo palabras para explicarlo. Tendrás que experimentarlo en carne propia.
Estaba siendo honesto y ella lo notó. Entonces se rascó la cabeza y enmudeció por unos segundos más.
─Está bien, lo haré ─decidió finalmente.
─¡Genial!
Me faltó poco para comenzar a dar saltos de alegría.
─Pero si es otra de tus jugarretas me las vas a pagar ─sentenció, apuntándome con un dedo.
─Te juro que no es ninguna broma.
Miró entonces a su alrededor y comenzó a andar hasta la silleta donde tiro la ropa que me quito cuando llego de la calle. Lanzándola al piso, se sentó en ella, cuidando de darme la espalda y, tras mirarme furtivamente de reojo, se despojó de las bragas para, encorvándose sobre sí misma, hurgar en su entrepierna con el mini dildo.
─Asegúrate de colocarlo de manera correcta ─le advertí─, el cable debe quedar afuera bien visible.
─Eso es obvio, tampoco soy tan estúpida ─dijo de mala manera─. Es para tirar de él como se hace con los tampones, ¿cierto?
─Bueno, esa es una de sus funciones secundarias ─argumenté, aunque a decir verdad no había pensado en ello─, pero lo más importante es que actúa como antena receptora.
─Que ingenioso. No dejas de sorprenderme.
─Me halagas.
La vi encogerse de hombros por un instante.
─¿Qué tan profundo? ─preguntó.
─Eso no importa ─respondí─, introdúcelo tan solo un poco.
─En ese caso, ¡ya está! ─dijo, levantándose y estirando la falda por el dobladillo.
Volvió sobre sus pasos hasta mí.
─Mejor será que te sientes ─le dije.
─¡Ay, ya déjate de boberías y enciende esa maldita cosa! ─me espetó─. ¿Te parece que no tengo experiencia suficiente con estos… lo que sea?
Se notaba que comenzaba a perder de nuevo la paciencia y quería pasar cuanto antes a la acción.
─Está bien, como quieras ─dije con un gesto de resignación─, pero no digas luego que no te lo advertí.
Sostuve el control remoto con mi mano izquierda y puse los dedos de la mano derecha en el dial.
─Lo voy a activar en el mínimo solo para que te des una idea. Ya me dirás si quieres que aumente la potencia. Aunque lo recomendable…
Ella cruzó los brazos al frente y con expresión de fastidio miró al techo.
─Vale, vale, no hablo más.
Conté hasta tres en mi mente y le di la perilla tan solo una pequeña fracción de giro. No me pareció prudente excederme en una primera prueba en caliente.
En el acto mi hermana puso los ojos como platos, se mordió los labios y las piernas comenzaron a temblarle visiblemente. Yo, por mi parte, me quedé paralizado sin saber muy bien cómo reaccionar ante aquello. A continuación giró las pupilas hacia arriba como si pretendiera mirar al interior del cráneo, se le doblaron las rodillas y se fue estrepitosamente al piso.
─¡Ay, ay, ay! ─se quejó, llevándose las dos manos a la entrepierna─. ¡Para, para! ¡Haz que se detenga, por favor!
Fue entonces cuando logré ponerme otra vez en movimiento y giré el dial hasta la posición de apagado. De un salto me puse de rodillas a su lado y tomé su cara entre mis manos.
─¿Qué pasó? Dime, ¿acaso te dolió? Seguro que necesita ajustes. Lo siento, ya mismo lo arreglo.
Ella me tomó de las manos.
─No, no eso, tranquilízate ─me dijo─. Es que… es que la sensación fue… cómo decirlo… ¡explosiva! Te juro que nunca antes había experimentado nada parecido. ¿Cómo demonios lo lograste?
La ayude a ponerse de pie y, rodeándola con un brazo por la cintura, la llevé hasta la cama.
─Bueno, es que no se trata solo de un vibrador vulgar y silvestre ─le expliqué─, también genera pulsos electromagnéticos que estimulan las paredes de la vagina con la inducción de pequeñas corrientes de unos pocos micro amperes.
─No entiendo una mierda pero, ¡cielos, te juro que vas a hacerte millonario con esta cosa! ─fue su pronóstico.
Aquellas palabras borraron todas mis angustias y comencé a reír como loco estrechándola entre mis brazos. Era definitivamente la confirmación de que mi invento había superado la prueba de fuego con el mayor de los éxitos. Me sentí feliz por mí pero sobre todo por ella porque ya no tendría que usar más sus anticuados juguetes.
─A ver, dame otro ramalazo ─pidió.
Aunque debía haberlo previsto, me quedé de una pieza.
─¿En serio?, ¿no necesitas un descanso?
─Que descanso ni que nada. ¡Activa esa mierda!
─Okey ─dije, levantándome para buscar el control─. A la final es tuyo y puedes usarlo tanto como quieras.
Ella se dejó caer de espaldas sobre la cama.
─¿Lista? ─le pregunté, posicionándome a poco más de un metro de distancia.
─Lista ─dijo ella, cerrando los puños sobre las sábanas.
Di entonces vueltas al dial aumentando ligeramente la potencia.
Mi hermana comenzó a temblar y a dar vueltas y más vueltas sobre el colchón a derecha e izquierda, mordiéndose los puños y encogiendo las piernas para abrazarse a ellas. De su garganta brotaron palabrotas y gemidos de placer en la forma de roncos gruñidos.
No puedo negar que por momentos sentía mucho miedo. Sabía que me estaba saltando pruebas y el seguimiento que este tipo de artilugios requerían en un comienzo. Me recriminé el haberme dejado llevar por un impulso, comportándome de manera tan poco profesional y anti científica.
─¿Quieres que pare? ─le pregunté, pensando en los posibles efectos secundarios.
─¡No! ─gritó, volteando a mirarme─, ¡dale más fuerza!
─¡¿Es en serio?!
─¡Calla y haz lo que te digo, coño!
Tomando aire, le di otro toque al dial para complacerla pero sin exagerar. Justo entonces se levantó la falda, quedando totalmente expuesta y, metiendo una mano por delante y otra por detrás empezó hurgar con desesperación en los agujeros del culo y la vagina. Yo la miraba atónito y, como era de esperarse, comencé a experimentar una erección. Involuntaria, no está demás decir.
─¡Más! ─me gritó desde la cama sin parar de moverse─, ¡dame más!
Me pareció que comenzaba a echar espuma por la boca, aunque quizás no fuera más que un poco de saliva. Entonces, mis dedos comenzaron a temblar, al igual que mis brazos y piernas, y al no poder controlar del todo mis movimientos mandé accidentalmente el dial hasta el punto de máxima potencia.
Como si se viera sacudida por una descarga de alto voltaje, mi hermana saltó del colchón describiendo un arco para aterrizar de pie en el piso a tan solo centímetros de donde me encontraba y diciendo con voz gutural: “Ven acá renacuajo”, me tomó de las muñecas como una energúmena y me lanzó por los aires hacia la cama. Aterrorizado intenté bajar la potencia del dispositivo pero, al adivinar mis intenciones, me lo arrancó de las manos y lo aventó llena de furia contra una de las paredes. De un zarpazo me despojó de los pantalones para luego trepar encima mí y acomodarse a horcajas sobre mi abdomen. Por último, tomó mi verga con mano férrea y de una sola sentada se la clavó hasta el fondo dentro de su vagina. Fue entonces cuando ocurrió lo peor.
─¡Uy! ─se quejó, haciendo repentinamente un alto.
─¿Qué? ─exclamé yo horrorizado por su manifiesta expresión de dolor─, ¿qué pasó? ¡Dime!
─Creo que esa maldita cosa me perforó el útero.
─¡Cielos, no!, déjame ver ─dije yo, apartándola de un manotón.
Colocándome de rodillas a un lado, le separé las piernas y me acerqué a mirar.
─No veo el cable, coño, ¡te lo tragaste completo!
Ella me miró con ojos llorosos sin dejar de temblar ni un solo instante.
─¡Sácalo, por lo que más quieras! ─rogó─, te lo pido por favor.
De inmediato hundí mis dedos en su vagina pero por más que tanteé no logré dar con el cable.
─Espera, déjame pensar.
─¡Por favor date prisa que esta cosa me está matado! ¡Apágalo!
─¡El control, claro!
Corrí a rescatar el mando a distancia pero al tomarlo entre mis manos comprobé con espanto que se había destrozado con el golpe. Me entró un miedo horrible.
─¡Coño, lo rompiste! ─le grité─. ¿Por qué tuviste que tirarlo?
─Siento que voy a morir ─dijo con una voz que progresivamente se iba apagando
Sentí que mi corazón se detenía y regresé hasta ella a toda velocidad.
─¿Cómo así?
─¡Llevo como diez orgasmos! ─me confesó─. Uno más y creo que me va a dar un infarto.
Desesperado, volví a insertar mis dedos en la gruta, sin importarme que la estuviera rasgando y arañando toda por dentro. Prácticamente había metido la mano entera cuando por fin logré dar con algo.
─¡Ahí está!, creo que lo tengo ─exclamé─. Por favor, deja de moverte.
Ella entonces me tomó de la mano libre y la sostuvo contra su pecho, obligándose a permanecer quieta aunque no dejó por ello de estremecerse.
Yo logré asir el cable con apenas las puntas de los dedos medio e índice y poco a poco terminé por sacarlo a la luz. Detrás de él, envuelto en gran cantidad de fluidos, emergió el multivibrador. Como si se tratara de un parto, lo alcé entre sus rodillas y se lo mostré. Ella tras vaciar de aire los pulmones se desmayó sobre las sábanas.
Es por ese motivo que en las instrucciones de uso correcto del aparato se pone especial énfasis en prohibir las relaciones sexuales mientras se haga uso del mismo. A menos, claro, que las parejas no tengan inconveniente en alternar… ya saben, con los agujeros disponibles.
Ya para terminar, les tengo la siguiente recomendación: cuando surfeen por la web coloquen la frase “dildo a control remoto” o “vibrador con mando a distancia” en la casilla de búsqueda de Youtube. En la primera opción, con record absoluto de visualizaciones, podrán ver a mi hermana ofreciendo una demostración en vivo y directo del funcionamiento del tan demandado aparatito. Y sí, esa rubia despampanante de torneadas piernas y pubis sedoso y liso que les sonríe desde la pantalla es nada menos mi querida socia en la compañía, dueña del cincuenta por ciento de las acciones. Soltera y multimillonaria.
Ahí les dejo eso por si les interesa.
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