En estos días de familiares y amigos podríamos preguntarnos qué es lo que hace que un amigo sea un verdadero amigo y, sobre todo, qué podemos o a qué estamos legitimados pedir a un amigo. Está claro que a un amigo podemos pedirle consejo, ayuda, colaboración, atención, apoyo..., pero también está claro que no podemos (ni debemos) pedirle todo lo que queramos. La amistad nace, precisamente, de un hilo especialísimo que, reuniendo y generando, hay que cuidar y proteger si no queremos que se rompa y perderlo para siempre. En la película de adolescentes After the dark, que tiene el mérito de plantear con cierta elocuencia algunos de los dilemas morales más populares, se reproduce la clásica paradoja de la ignorancia representando a una joven colgada de una torre que pide ayuda a sus amigos para que la salven. Los amigos no la ayudan por temor a morir en el intento, dándose cuenta la joven de que quienes decían ser sus amigos no lo eran, y preguntándose si no hubiera sido preferible vivir en la ignorancia y ser feliz con aquellos a quienes más quería.
Sin embargo, podemos preguntarnos si deben estos amigos ayudarla sabiendo que pueden correr el mismo riesgo. ¿Puede la joven exigir de sus amigos que la socorran sabiendo que haciéndolo pueden perder su vida? ¿Podemos demandar de un amigo que ponga en juego su vida para salvar la nuestra? Al hacer de un amigo un instrumento salvavidas, ¿no estamos con ello traicionando nuestra amistad? El asunto no es baladí, porque de antemano no está clara la naturaleza de ese hilo especialísimo que es la amistad ni el límite que separa. Algo similar ocurre con la relación entre alumno y profesor. En un acto de generoso atrevimiento el otro día una alumna me cuestionaba el hecho de que mis alumnos me importasen de verdad. Y me decía que para nosotros, sus profesores, ellos eran solo personas a las que tendríamos que examinar y evaluar, pero que, fuera de ese contexto educativo, significaban poco o nada para sus profesores. Un profesor puede despertar los sentimientos más nobles y hermosos hacia sus alumnos, queriendo verdaderamente su bien e importándoles de verdad, pero, indudablemente, no puede ni seguramente debe atender todas las demandas de sus alumnos, por muy necesitadas, hermosas y nobles que sean estas.
El dilema, quizá, no sea tanto si los amigos me deben ayudar como si yo debo pedirles ayuda.