He tenido la fortuna en estos días de realizar un par de vuelos intercontinentales y he podido ver algunos comportamientos que, no por ser de lo más habituales, no me han dejado de llamar la atención. También he tenido la oportunidad de charlar con personas de la industria editorial y sus palabras me han dado pie a compartir con vosotros esta reflexión personal.
Como decía, hablando con agentes, editores, y personas de la industria, la mayoría coincidía en que una de las causas de la crisis actual de su negocio es la caída masiva de lectores, algo con lo que casi todo el mundo está de acuerdo, pero también existe una serie de causas internas provocadas por ellos mismos por el afán de vender y por vender cualquier cosa a cualquier precio.
Realmente no sé si se lee más o menos que antes, pero es fácil recordar que hace apenas unos años, con sólo dar una vuelta por los pasillos de un avión, las salas de espera de los aeropuertos, los transportes públicos o las toallas estiradas en las playas, uno veía a muchas personas leyendo. La mayoría, como yo, con ediciones económicas de bolsillo, pero dedicando parte de nuestro tiempo a sumergirse en un libro. Ahora, ese feo vicio ha sido sustituido por la tecnología, redes sociales, mensajería instantánea, música, podcast, vídeos, etc., que ofrecen entretenimiento inmediato de corta duración, ideal para estos espacios pero nefasto para la industria del libro. Es decir, nos encontramos con una sociedad que cada vez dispone de menos tiempo libre, y que además ese tiempo libre está cargado de urgencias contra las que la lectura no puede competir.
Esto va creando una gran variedad de situaciones, algunas absurdas como la compra y recompra entre empresas editoriales para ver quién es más grande en un mercado polarizado y cada vez más pequeño. Como aquellos terratenientes a los que el río se les come la tierra y en lugar de pensar en poner una piscifactoría o cambiar de cultivo, se dedican a comprar la tierra de los vecinos para poder decir que siguen siendo los más importantes del valle… Son muchos los directivos y editores que no han tenido más remedio que claudicar y quedarse o acabar abandonando estas empresas editoriales mastodónticas para tirar adelante sus propias ideas, de ahí una parte de la proliferación de pequeñas editoriales y agencias dedicadas a temas muy particulares, casi todas con la esperanza de ser los descubridores del próximo éxito de Canción de Fuego y Hielo. Mimbres de una industria que han comprendido que el único destino para un dinosaurio en época de guepardos es la extinción.
Me confesaban que hasta hace unos años un gran éxito era vender tres o cuatro millones de ejemplares de un libro, mientras que ahora, si llegan a un millón es algo totalmente inusitado.
Otra solución de la industria es el precio. Sabedores de que un libro dura en cartelera apenas un par de semanas, lo que vienen haciendo muchos directivos de estas grandes editoriales para mantener sus estatus es capturar autores reconocidos de antes de la crisis, como si fueran pokemons, y vender sus libros, sin importar la calidad de los mismos, a precios desorbitados de forma que con las primeras tiradas cubran las expectativas de lo que sería una edición completa.
El ego de algunos escritores, que no han comprendido nada del cambio que está sufriendo su negocio, y el inmovilismo extremo de los libreros, son dos patas más de este ciempiés maldito. Sindicatos, o asociaciones de libreros que amenazan a las editoriales con retirar sus libros de los escaparates si estas editoriales deciden compartir la distribución con otros canales, como la venta electrónica, por ejemplo, y cuyas actitudes me recuerdan a esos niños que si no les dejaban jugar de delanteros en el colegio se llevaban la pelota o la chutaban hasta colarla en algún tejado vecino para que no jugara nadie.
La piratería, además, se ha cebado en la falta de escrúpulos de los usuarios y la ignorancia profunda de los legisladores, haciendo más daño todavía en unas tierras yermas ya agitadas por el terremoto del cambio.
Otra de las curiosidades de este momento absurdo, y que puede acabar con una de las industrias más importantes desde que Gutenberg inventara la imprenta allá por el siglo XV, es que por primera vez en la historia parece haber más escritores que lectores. Me decía una reconocida agente literaria que le llegan miles de manuscritos, muchos de ellos además de escritores que reconocen no haber leído un libro en su vida, y muchos de ellos también que no tienen idea de escribir, pero que aprovechan su presencia mediática para vender libros que ni siquiera han escrito, o que han escrito con el cu.. Y sin embargo la industria les hace caso y los publica sabedores de que la primera tirada, a precios bien altos, cubrirá los gastos de la edición y todavía les dejará algo. Por fortuna en muchos casos estos éxitos frugales sirven de bálsamo para que otros menos rentables, o no rentables, podamos publicar, pero también es cierto que no son pocos los directivos acojonados que se aferran a un nombre conocido y firman cualquier cosa para mantener su estatus y cubrir una hoja de Excel con las ventas de algo que se parece a un libro porque tiene páginas. Directivos, objetivos y burocracia, más nódulos cancerígenos en un cuerpo débil.
La industria editorial está agitada. La sombra de Amazon y su amenaza de incurrir donde está, todavía, el pastel más grande del mercado, la distribución e impresión física de libros, se cierne sobre los libreros y los editores y los hace correr como pollos descabezados en un ataque zombie.
Me decían que otro de los grandes problemas con que se están encontrando es que no saben cómo decir a un autor bueno, consagrado, de éxito, que su nueva novela es una porquería, y que valorando el riesgo de perder esas firmas consagradas prefieren seguir publicando basuras con nombres de escritores mediáticos o consagrados. Otro mal más que añadir al pobre perro ya plagado de pulgas.
Ahora bien, aún con todos estos males y reconociendo la ineptitud de algunas editoriales, libreros, escritores y toda la amalgama de autores que participan (o participamos) en la industria, el mayor mal que los asola es que se lee poco y se compra menos, algo que, o combatimos cambiando nuestros hábitos, nuestra exigencia y obligamos a que haya una línea de la que no se permita bajar, o acabaremos leyendo folletos publicitarios encuadernados con tapa dura… Eso sí, con portadas de tipas y tipos de torsos perfectos y curvas suntuosas como las de una gráfica de Excel.