No me gusta ser demasiado duro con los directores de cine a los que tengo en alta estima. Por eso y por ser algo condescendiente podría decir que Un dios salvaje es una de esas películas que de vez en cuando hacen algunos directores por el mero hecho de hacer algo, de dar que hablar o, sencillamente, por ganarse unas perrillas a costa del renombre que uno se ha labrado en este mundillo. Cuando no hay dinero ni mucho menos inspiración se suele recurrir a este tipo de soluciones prácticas. Ya lo hizo Julio Medem con su decepcionante e innombrableHabitación en Roma (2.010) y la verdad es que no salgo de mi asombro cuando compruebo que la gente no tiene el menor reparo en meterle gato por liebre a los espectadores y en gastarse al mismo tiempo un pastizal en promoción.
Un dios salvaje es una adaptación de la obra de teatro homónima de la autora francesa Yasmina Reza. Aunque en rigor realmente no se trata tampoco de una adaptación al cine de una obra de teatro sino de una obra de teatro cinematografiada. Y es que querer adaptar al cine una obra de teatro es tanto como pretender hacer una adaptación del Cuarteto de cuerda para helicóptero de Karlheinz Stockhausen para la flauta esa de 9 agujeros que teníamos que aprender a tocar en el colegio para aprobar la asignatura de Música. Craso error.
Por eso en esta cinta casi todo sucede en un único escenario: el salón de una casa, en Nueva York. El peso de la película recae en el guión, en los actores y en los conflictos que se generan entre unos y otros. Através de estos conflictos Roman Polanski nos presenta la verdadera faz de nuestros modales civilizados, nuestra hipocresia cívica, nuestras ocultas disfunciones afectivas y forja una crítica demoledora contra los valores de nuestra sociedad occidental. Los personajes pierden los papeles, y pierden por momentos sus formas respetuosas. Detrás de la etiqueta, detrás del protocolo, detrás de la cortesía civilizada, de las corbatas, detrás de las ideas grandilocuentes, detrás de toda la refinación de los gustos artísticos y detrás de la estética moderna, detrás de todo eso, y detrás las sedosas blusas blancas de Kate Winslet no hay más que un emergente calado de problemas de convivencia entre los hombres. Polanski denuncia las falsas apariencias, la hipocresía social, el orgullo infantil de unos hombres hechos y derechos. Todo esto tiene su antecedente más directo en aquella maravillosa película de Luis Buñuel:El ángel exterminador que en 1.962 deshizo los paladares más exquisitos del panorama cinematográfico internacional. Como en aquella de Buñuel, Roman Polansky pone la carga crítica en los pilares de nuestra bien avenida sociedad.
Salvando las más que solventes interpretaciones de una gran Jodie Foster y de un Christoph Waltz en estado de gracia, y salvando como digo a la notable Kate Winslet y a un magnífico John C. Reilly, hay que marcar la tacha en ese guión que firma Polanski y Yasmina Raze. Porque el guión no hace justicia a la buena traza que presentan los actores. El guión es forzado y rígido, acartonado, y por tanto la trama no deviene con naturalidad, con frescura, y con la espontaneidad necesaria para este tipo de obras de teatro. Si un director nos va a alojar durante 79 minutos en el salón de una casa, lo mínimo que puede pedirse es que el ambiente no se nos haga irrespirable, agobiante y claustrofóbico. La cinta necesita escenas de exteriores, y de un surtido aparente de localizaciones. Ni siquiera la comedia que se supone que es (yo no me reí nada), acierta a descargar el sopor que genera tanta discusión. Y eso por no hablar del desenlace que más que un desenlace parece que han cortado la película por la mitad. No sabían ni como continuar ni como terminar. Está claro.
No sé como los críticos no han querido darse cuenta de esto. La mayoría de las críticas que he leido sobre la película son suaves y cariñosas, en muchos casos hay que leer un poco entre líneas para descifrar el verdadero sentido de la crítica, su verdadero alcance. Hay que leer lo que no se dice antes que lo que se dice y hay que ir más allá de la censura salvaje que impone la economía capitalista a los medios de comunicación. Nadie dice ni mu cuando hay una productora que se está gastando un porrón de pasta en promoción.
Éste tipo de películas se les podría dar muy bien a directores como Woody Allen que ha vivido nueve matrimonios y lleva media vida haciendo el mismo tipo de comedias sentimentales; pero no a directores como Roman Polanski que disponen de una gran capacidad para crear atmósferas inquitantes y profundas. Personalmente no recomiendo ir a ver Un dios salvaje. Hay mejores cosas que ver. Es mejor descargarla del Emule o del U-torrent y listo. Lo importante es que no nos sobrevenga esa sensación de estar perdiendo el tiempo.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS