Pablo Iglesias es un
caradura, un populista con mucho morro de los que va adaptando su discurso
(previamente memorizado) a las exigencias del guión y que no tiene inconveniente en improvisar e
inventarse cualquier cosa cuando algo se sale de lo previsto. Y si tiene que
contradecirse en la misma frase lo hace sin ruborizarse, y si tiene que cambiar
el currículum de alguien no habrá problema. Algo que ha hecho en las últimas
horas.
Empezó en la noche del
domingo, en el cara a cara con el líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Cuando
Iglesias criticaba al gobierno de Arabia Saudí, las relaciones con la Casa Real
española y la venta de armas, Jordi Évole le espetó diciéndole que el alcalde
de Cádiz, el podemita Kichi, se manifestó a favor de la contratación de cinco
embarcaciones de guerra para Arabia Saudí a construir en su Ciudad, a lo que sorprendentemente
Iglesias contestó diciendo que el alcalde de Cádiz habría pensado en la
generación de empleo, y tras darse cuenta de su metedura de pata siguió con su
memorizado discurso de crítica. Un claro ejemplo de coherencia el de Pablo
Iglesias que dice mucho de lo manipulador que es.
Y ayer, en una
conferencia en el hotel Ritz junto a su compañero de lista el comunista Alberto
Garzón, asumió para Unidos Podemos el espacio de la socialdemocracia. Esta
afirmación, como es lógico, levantó curiosidad, pues tanto Podemos como
Izquierda Unida tienen poco de socialdemoócratas, por lo que Iglesias fue
preguntado reiteradamente sobre esta afirmación, contestando sin rubor que
tanto Engels como Marx eran socialdemócratas. Ahí queda eso.
Y lo más triste es que
mucha gente le compra ese discurso a Pablo Iglesias. Un discurso de charlatán.
Revista Política
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