Revista Coaching

Un, dos, tres… atrevámonos una, y otra vez

Por Sanpecas

Un, Dos, Tres… atrevámonos una, y otra vez

La “Ruperta” nos resultaba simpática a todos, pero ante lo que no nos gusta, seamos ambiciosos

Me encantó la cita de Mandela en la película de Invictus “Somos dueños de nuestro destino… Somos capitanes de nuestra alma”, y su significado me ha venido a la mente al leer un artículo escrito por la periodista Bárbara Alpuente en un dominical de tirada nacional.

Todos los que pasamos nuestra infancia y nuestra adolescencia viendo este programa, seguramente recordaremos como en una de las etapas del concurso “Un, Dos, Tres” existía la figura de la pareja de “sufridores”. Esta pareja, durante todo el programa, permanecía encerrada en un cubículo y participaba de forma pasiva, junto a la otra pareja de concursantes. La “gracia” era que no hacían nada, pero todo lo que hicieran los participantes con los que jugaban tenía repercusión en los premios que al final del programa iban a conseguir… Si coche, coche, si Ruperta, Ruperta…

Hay etapas en la vida en la vida de uno en la que todos nos hemos sentido como un “sufridor” del “Un, Dos, Tres”. Las situaciones pasan por delante de ti, la gente juega, se arriesga y habla cara a cara con Mayra Gómez Kemp, mientras tú sigues aislado con tus auriculares de los años 80, observando el frenético movimiento, pero ajenos tras un cristal.

Decía Peter Drucker que “Donde hay una empresa de éxito, alguien tomó alguna vez una decisión valiente”. Pero es difícil tomar una decisión valiente en ciertos momentos. Cuando uno vive aislado y esperando que las cosas cambien a su alrededor tiene toda la responsabilidad del mundo por haber decidido vivir así. Esta decisión suele normalmente ir unida a la mentalidad de “virgencita que me quede como estoy”.

Comentaba en un post La importancia de tener un rumbo definido, lo difícil que resulta para muchas empresas y profesionales decidir qué rumbo trazar en la situación actual. Si bien nos resulta difícil en muchos casos el trazar el rumbo, no menos difícil nos resulta ponernos a caminar para alcanzar el objetivo. Hasta el camino más largo comienza con un primer paso y para ello resulta fundamental lograr perder el miedo que nos da movernos. Perder el miedo a avanzar, a tomar decisiones, a arriesgarnos, a cambiar de negocio, de sector, de clientes… A hacer eso que hasta suena bien y que oímos con bastante frecuencia últimamente: a reinventarnos (personal y profesionalmente)

Sabemos que cualquier cambio implica que todo podría ir a peor pero, en la situación en la que muchos profesionales y empresas se encuentran en estos momentos… ¿hay algo peor a que no cambie nada? ¿Hay algo peor a extinguirte sin haberte puesto a prueba? ¿Por qué nos da más miedo que pase algo a que no nos pase nada?

¿Acaso hemos nacido para quedarnos donde estamos? Si es así, sólo nos queda decaer y languidecer hasta apagarnos y extinguirnos. Decía Epicteto, el clásico griego que “Los hombres no tienen miedo de las cosas, sino de cómo las ven”. Pero si lo que vemos no nos gusta… Entonces ¿a qué le tenemos tanto miedo?

En un post pasado escribí acerca de los condicionamientos mentales que nos atenazan bajo el título de El empresario encadenado (a sus propios condicionamientos mentales) y son ellos los que en la mayoría de los casos limitan nuestra iniciativa y cercenan nuestra capacidad de cambiar la situación en la que nos encontramos. Estos condicionamientos mentales que citaba con ejemplos tanto en el ámbito personal como profesional, y otros muchos que todos tenemos en nuestro día a día, son los que a fin de cuentas nos impiden salir de la cabina y tomar parte activa en el concurso de nuestra vida.

Así que si hay que salir de la cabina aislada de los sufridores, ¿por qué no hacerlo ya? ¿Por qué no ahora? ¿Realmente “Somos dueños de nuestro destino, los capitanes de nuestra alma”?, porque sinceramente “con la que está cayendo”, no creo que estemos, ni personal ni profesionalmente en disposición de que sean “otros jugadores” los únicos que tomen decisiones por nosotros.

La “Ruperta” nos resultaba simpática a todos, pero ante lo que no nos gusta, seamos ambiciosos, repitámonos un sencillo “y tú, ¿a qué esperas para intentar cambiarlo?. Seguro que existen premios mejores tanto a nivel personal como profesional por los que vale la pena luchar, ¿no crees?


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