Lunes 7 de abril, 20:00 horas. Conciertos del Auditorio, Oviedo: Symphonierorchester des Bayerischen Rundfunks, Gustavo Dudamel (director). Obras de Beethoven y Stravinsky.
Dudamel hoy es sinónimo de polémica más allá de la musical pero también sinónimo de seguridad, lleno, calidad, y sus visitas a Oviedo lo han sido con grandes orquestas, esta vez la radiofónica de Baviera, segunda alemana tras la del sábado, a las que el de Barquisimeto es capaz de sacar a flote todo lo que dan de sí y un poco más, por lo que vengo apostando hace tiempo que Dudamel acabará en Berlín.
Esta gira que arrancó en la vecina Lisboa con paradas españolas en Asturias, Zaragoza y Barcelona, antes de llegar a Lucerna, programa dos obras bien conocidas del público y del propio director venezolano que con una carrera bien asentada sigue asombrando donde va:
La Sinfonía nº 6 en fa mayor, op. 68 "Pastoral" (Beethoven), difícil de antemano aportar algo nuevo (seguro que no conocen la revisión de Ceccato) a lo mucho ya grabado y escuchado, pero que el tándem orquesta suprema con director inmenso es capaz de descubrir música de la partitura pocas veces escuchada, tal fue el nivel técnico de los bávaros y la interpretación del venezolano. Incluso agradecíamos alguna nota falsa para recordar que somos humanos, pero la perfección alcanzada realmente fue superlativa. Todos los caracteres que el genio de Bonn dejó escritos sonaron en Oviedo, destacando una tormenta realmente de "Sturm sin drang" y la alegría final con regusto melancólico más que bucólico porque deseábamos que aquello no acabase. Si hace años con "La Bolívar" la séptima nos impactó por alegría, desenfreno, naturalidad, desparpajo desde la juventud de todos, la sexta actual con los alemanes está arraigada, trabajada y mucho más serena con la madurez que dan años pero también mucho trabajo. Alguno habrá buscado doble intención en el título de la entrada, tal vez las circunstancias así nos lo hayan preparado. Arturo Reverter escribía de esta pastoral "que requiere un temple exquisito para la exposición de los motivos evocadores de los sentimientos de un viandante ante la contemplación de la naturaleza. El arco dinámico ha de estar muy controlado y la sutil rítmica debe ser aplicada con mesura. Se desarrolla prácticamente todo en un mezzoforte solamente alterado en el episodio de la tormenta, en cuyo ápice el compositor coloca el único fortísimo de la partitura. Un efecto que suele ser mal administrado por directores planos y vulgares", claro que Dudamel no es nada de ello.
Rite del propio Dudamel cuatro años atrás con su grabación de La consagración de la primavera (Stravinsky), literalmente podríamos hablar de rito, o mejor aún ritual, porque la música de danza nunca sonó tan actual cien años después, directa y pura pese al destino de su escritura. Vuelvo con Reverter sobre la partitura del ballet ruso: "agreste, rompedora, en la que se combinan tumultuosamente pequeñas células motrices de una tímbrica ruda, primordial, de raíz popular. Las dinámicas son extremas y el ritmo de una violencia telúrica. Nada fácil es saber manejar y organizar los planos que se superponen, lo mismo que los esquinados compases irregulares. Unos planteamientos que determinaron el gran fiasco de su estreno por los Ballets Rusos de Diaghilev, con coreografía de Nijinski, en el París de 1913". En Oviedo la imaginación al poder e internas coreografías diabólicas en cada uno de los asistentes, pero sobre todo música directa al corazón desde el raciocinio. De nuevo la sonoridad de una orquesta estratosférica en cada sección con matices extremos en dinámicas increíbles, continuidades en texturas capaces de hilvanar toda la madera como si de un sólo instrumento se tratase, unos metales con las trompas a la derecha no ya indescriptibles por redondez, afinación y musicalidad sino por la magia con la que el ruso escribió para ellos, más una cuerda siempre presente, colocada como siempre hacía Valdés en Oviedo, con la permuta violas-cellos, y la química de Dudamel convincente, seguro, cambios de tiempos sin brusquedad creando clímax rítmicos en los dos bloques, una "Adoración de la tierra" con auténtica sabiduría directorial, y "El sacrificio" que evoca antepasados propios y ajenos para resultar elegida la sagrada, supongo que nuevo juego de palabras para quien quiera hilar música y músicos. Difícil separar en estos tiempos lo encarnado (y encarnizado), aplacar identidades opuestas sin perdones o juzgar sin conocimiento de causa. Muchas amistades venezolanas dentro y fuera de un país rico que se ha vuelto pobre por la pérdida de valores que precisamente la música defiende.
Sigo admirando a este director llamado Gustavo Dudamel maduro por trayectoria y genio aunque postura "inmadura" e inexplicable para muchos de sus seguidores, pero el tiempo, espero que no mucho, resolverá interrogantes ahora sin respuesta. La propina sin batuta y tan solo con la cuerda alemana resultó el bálsamo a tensiones primaverales.