Como a todos la noticia me dejó helada. Trascendió el pasado sábado, en Paderne (A Coruña). Un hombre (por llamarle de alguna manera) incendió el vehículo en el que estaba su hijo de 14 meses para vengarse de la madre. Él escapó de las llamas y dejó al pequeño solo, atado a su silla. Los vecinos de la zona describieron el hallazgo como dantesco: «Era como un muñeco».
La naturaleza puede ser muy sabia pero aún no es capaz de impedir que un imbécil pueda reproducirse. Según publica hoy La Voz de Galicia, el parricida confesó la noche del crimen. «Fui yo, matadme», dijo, como si la muerte pudiera saldar el horrendo crimen. No merece morir porque la muerte es el fin. Y un imbécil como él debería pagar lo que ha hecho pero en cómodos plazos, alargando el sufrimiento infinitamente.
Me estremezco al pensar en todos esos imbéciles que vagan por el mundo lastimando a los más débiles. Algunos llevan sotana y aprovechan su poder para abusar de ingenuas criaturas cuya vida queda marcada para siempre. Otros visten traje y corbata, y parecen importantes, pero cogen un avión para ir a un lugar de los denominados exóticos y pagan por los servicios sexuales de un menor. Muchos se esconden detrás del anonimato de un nick para atacar a sus víctimas en su propia casa a través de Internet. El de Paderne le prendió fuego a un niño que además era su hijo.
Esta mañana vi en un noticiero las crueles imágenes en las que otro par de imbéciles se divertían a costa de su pequeño. Una pareja de Nebraska (EE.UU.) disfrutaba pegando a su hijo en la pared con cinta adhesiva. Y lo hacían, según dijeron, por diversión. ¿A qué tipo de bestia le resulta divertido ver a un menor desesperado intentando liberarse de un castigo impuesto por sus propios padres?
Nadie puede detener a este ejército de imbéciles ni evitar que se reproduzcan. Seguiremos leyendo historias como estas con impotencia mientras imaginamos en secreto lo que haríamos si los culpables cayeran en nuestras manos.