Revista Diario

Un empaste retocado.

Por Negrevernis
Salgo de casa a en punto, pues la cita con Joaquín es a y media. El frío trepa como una araña y me refugio en la bufanda con doble vuelta. Aprovecho el paseo para ordenar mentalmente mi tiempo tras la consulta y hacer una recapitulación de la semana. Paso el puente, todos vamos encogidos, como simulando protegernos de la futura nevada.
Llamo al timbre dos veces. Joaquín no ha llegado aún, pero estará al caer, porque sé que soy la primera de la tarde. La enfermera me sonríe y yo simulo una tranquilidad que no siento. Llega él, entro.
- Bueno, bueno, Negre, voy a recordar qué pasaba...
Suspiro. Mientras él se viste de su higiénico azul me preparan. Miro los pósters llenos de dientes y bocas, intentando adivinar si Niña Pequeña tiene toda esa cantidad de piezas.
- Vamos a empezar la faena, Negre. No tragues la anestesia.
Pinchazo hondo y con ganas, con la destreza que sólo Joaquín tiene, que me explica de paso que su hijo -un antiguo alumno mío- está en la sierra, con el tiempo que hace. Miro el reloj de la izquierda. Hace efecto la anestesia, se hincha la lengua, se adormece casi el ojo, pierdo el control sobre mis labios. Joaquín revisa la obra, guarda la jeringa y se acerca el instrumental tras comprobar como si nada mi ficha. No soy precisamente donante de dientes...
Ñiiiic, ñiiiic... Riiiissssss.
Recuento de nuevo las láminas del falso techo. 25 en total, una hilera extra que desde mi debilitada posición no alcanzo a ver bien. Cuatro manos se afanan en arrancarme la amalgama de mi antiguo empaste como alma que lleva el diablo.
Ñiiiic, ñiiiic... Risssss. Riiiiiic....
Saltan chispas y casi huelo a quemado. Si pudiera cerraría la boca mientras dejaba escapar una lágrima de pánico; aprieto las manos, cruzados los dedos y disimulo. Joaquín comenta que está casi todo limpio y sólo tiene que retocar. Como Miguel Ángel, que es inmortal y sacaba Piedades del corazón del mármol que las encerraba... El algodón me da arcadas mientras lo coloca en las encías para ayudarse a maniobrar con sus instrumentos de tortura. Aprieta, retuerce, pinzas, vuelve a apretar y calienta.
- Ya queda menos, Negre. No cierres la boca y aguanta ahí -me dice, mientras recorta y vuelve a apretar, calentar y secar. Miro de reojo el reloj de la izquierda; sé que faltan pocos minutos, no es la primera vez que me veo en una de estas.
Joaquín se retira para contemplar, tal vez, su obra. Tan fácil para él como para mí estar rodeada ahora de los eternos trabajos de mis alumnos. Le miro en muda súplica y contengo la respiración.
- Ya está, Negre. Espero no tener que verte en seis meses -ríe-. No comas hasta que se te pase la anestesia.
Son casi las diez de la noche. La anestesia sigue teniendo efecto. Me espera la cena, que, afortunadamente, hoy mi marido decidió cocinar fría.
Un empaste retocado.

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