Dibujo original: Jaime Eizaguirre
En este nuevo post del tema EntornoEscolar les propongo desarrollar la idea de borrosidad, que para mí suponen los futuros espacios de aprendizaje. Con esto intentaré entender qué distancias físicas, mentales y digitales que habitualmente asocia(re)mos a estos espacios y, sobre todo, en qué momento el que aprende se “desconecta” de ese entorno.
Vivimos en una época invadida por soportes de transmisión y de visualización de la información que nos alejan desde jóvenes de los espacios que tradicionalmente la distribuyen y permiten su apropiación: bibliotecas, escuelas… Ya sabemos que el estar presente en clase no significa estar atento. Más aún cuando se tiene en el bolsillo un smartphone que vibra al ritmo de las notificaciones que indican lo que uno se está perdiendo fuera. Con este ejemplo notamos lo absurdo que es el oponer el proceso ultra-local de aprendizaje y el mundo exterior. Vivimos en una sociedad en la que nuestra atención está captada de manera permanente. No creo que se pueda imponer la separación de uno u otro ámbito, y por esto me interesa la idea de un entorno con limites borrosos: fronteras que no se distinguen con claridad. Un espacio en el que los elementos próximos (olores, texturas, imágenes…) estén relacionados con un reto global.
Campo de cebada, Madrid
El colegio, la universidad y la escuela (aunque ésta menos), tienen que actuar en calidad de filtros emancipadores que mantengan una relación permanente con los sistemas sociales, culturales, económicos, filosóficos y políticos que componen la complejidad de una localidad. Uno de los errores aún cometidos por muchos sistemas escolares es el disociar ocio y aprendizaje, un problema profundo. Si tratamos de referirnos a la etimología de la palabra escuela descubriremos una de las claves de la paradoja; Skholè, palabra griega, tiene el sentido general de una suspensión temporal. Se disocia aquel término de ocupaciones relacionadas con la subsistencia o el cotidiano. Tiene más que ver con la dignidad de la existencia que se caracterizaba por el control de uno sobre el tiempo. Así, aquel tiempo se podía consagrar al ocio (juego, gimnasia, teatro, arte, política…) que supone y ocasiona una cierta libertad. El estudio traduce perfectamente lo que implica la skholè : un tiempo libremente suspendido por una actividad cuya práctica eleva y ennoblece al que se consagra.
Efectivamente, en el proceso de aprendizaje esta idea de “tiempo libremente suspendido” me parece esencial. Los nativos digitales enriquecen el campo de sus conocimientos contribuyendo en línea sobre temas que les interesan y compartiendo contenidos hiper-enlazados (música, videos, artículos, creación colaborativa…). Este funcionamiento basado en la curiosidad de cada uno es precisamente el que hace falta en muchos establecimientos escolares. Mientras tanto, se están democratizando algunas formas de aprender según estos preceptos: los MOOC (Massive Online Open Course) son un ejemplo.
Algunos ven en el interés económico que suscita esta alternativa el peligro de un regreso al acceso pasivo a los conocimientos. Así, los inversores y promotores de las marcas universitarias mundiales podrían usar de un modo de difusión masivo para crear contenidos estandardizados que borren las particularidades locales. Pero otros tienen el optimismo de pensar que analizando los comportamientos de navegación a través de los datos digitales, los MOOC podrían proponer contenidos, ritmos y correcciones cada vez más personalizadas.
Minerva University’s website
Hace unos días leí un articulo titulado La #educación tendrá pronto su premio Nobel y descubrí el Minerva Project, “Una experiencia universitaria reinventada para los estudiantes más brillantes, más motivados en el Mundo”. La idea es intrigante: Una universidad de prestigio (Ivy League) en que todos los cursos se llevarían a cabo en línea para permitir a los estudiantes tener un seguido personalizado. La primera promoción contará entre 200 y 300 estudiantes que vivirán juntos en espacios dedicados (que no son campus clásicos), pero cambiando regularmente de ciudad y de país durante los cuatro años que dura la carrera. San Francisco, Beijing, Sao Paulo y París ya se mencionan. Y además de “ofrecer la mejor educación posible” como lo hace hoy Harvard, el responsable de este inmenso proyecto, Ben Nelson, nos asegura que el precio de la carrera en Minerva University costará la mitad de lo habitual en universidades de prestigio.
Esta experiencia transforma totalmente la relación física que mantenemos con el entorno educativo. En su libro titulado “Le Néo-normadisme – Mobilités, partages, transformations identitaires et urbaines.”, Yasmine Abbas, arquitecta francesa, titular de un master al MIT (Massachusetts Institute of Technology) y de un doctorado en la Harvard University Graduate School of Design, nos explica como el hecho de ser un neo-nomada influye sobre la concepción, la producción y la utilización de espacios hasta entonces presentes en la mente colectiva, afirmando que
“la movilidad digital confunde las definiciones espaciales”.
Una idea que comparto y que me conduce a imaginar entornos escolares con límites físicos borrosos. En el contexto actual, no tiene sentido considerar el circuito académico como el centro de una emancipación intelectual generalizada. En los espacios domésticos, en los espacios de ocio, en la calle, en los “espacios digitales” almacenamos informaciones que permanecen en nuestra mente por haber sidas adquiridas en momentos activos. En tales casos, nos damos cuenta de que el individuo es dueño de su tiempo, de su postura física, del orden de sus actividades y de las personas con quienes actúa. Así es que pienso que un entorno de aprendizaje eficaz sería un entorno que nos permitiese ser activos de distintas formas. De alguna manera, las oficinas de las empresas de Silicon Valley ya lo hacen desde hace unos cuantos años y exportan el modelo en otros países. Las más grandes de ellas proponen a sus empleados disfrutar de mini-pueblos que agrupan servicios, ambientes diversos y todo factor susceptible de fomentar la creatividad y de mantener las mentes relajadas. Podemos decir que el contexto de libre albedrío de estos empleados está diseñado.
Fotografía: Everett Katigbak, Facebook">Fotografía: Everett Katigbak, Facebook">
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Frank Gehry y Mark Zuckerberg ante la maqueta de las nuevas oficinas de Facebook.
Fotografía: Everett Katigbak, Facebook
Pero entre diseñar una experiencia y condicionarla hay un solo paso. También pienso que hay que invertir la tendencia social que sujeta la identidad de un individuo a su recorrido académico. Desde el nombre del establecimiento, al origen de una caracterización socio-económica, hasta su implantación territorial, pasando por sus especificidades prácticas (campos de estudio, pedagogía…), todo tendría que ser flexible para el que esté dispuesto a definir sus ámbitos personales. Adaptar, modificar, crear nuevos caminos con una base común es precisamente lo que defiende la filosofía hacker. Y de la misma manera en que se desarrollan micro-modelos económicos según procesos de contribución derivados de la cultura digital, los espacios de aprendizaje podrían fomentar un uso alternativo de las tecnologías; más creativo, menos costoso, menos alienante y que provoque movilidad física. Pienso que esta sería una forma de curar lo que el Dr. Manfred Spitzer llama una demencia digital, sin suprimir las ventajas sociales de una semántica digital justa.
FabSchool by Waag Society
Algunos como Ivan Illich ya sugirieron salir de los sistemas escolares, llegando a comparar edificios escolares con cárceles. Otros como Jean Piaget eran partidarios de terminar con la figura del profesor conferenciante y privilegiar métodos educativos activos, como la investigación interdisciplinaria, que fomentan la invención. Pienso que hoy podemos sintetizar colectiva y localmente estas ideas “radicales” para reparar, rehabilitar, los edificios escolares existentes. Se trataría de diseñar porosidades físicas entre actividades internas y externas ya que las actividades mentales y digitales viajan y se conectan de manera permanente. Y más que aumentar superficialmente las capacidades tecnológicas de los entornos austeros que conocemos, empezaría borrando lo que se pueda para que entre un aire nuevo en los pulmones de la comunidad escolar.