Revista Cultura y Ocio

Un episodio existencialista en la vida de Teresa de Ávila

Por Maria Jose Pérez González @BlogTeresa

terertvePedro Paricio Aucejo

Como corriente cultural, el denominado existencialismo filosófico y literario situó el centro de su reflexión en el conocimiento propio e inmediato de la existencia humana concreta. Desde esta perspectiva, cada persona debería encontrar un sentido a su vida, por lo que, al no tener el hombre más remedio que subsistir eligiendo, su necesidad irrevocable de optar siempre por algo le llevaría al riesgo y la angustia. Desde Kierkegaard (1813-1855) a Sartre (1905-1980), la imposibilidad de sustraerse a la elección provoca un peculiar estado de ánimo: el individuo no se angustia ante una situación objetiva y susceptible de ser tratada con lógica, sino que, al estar ausente la racionalidad, se angustia por todo. Su angustia se convierte en signo de la existencia, porque no se la producen las cosas sino la conciencia de su libertad.

Este existencialismo se dio desde la segunda mitad del siglo XIX al mismo período del XX, pero, aunque con motivaciones diversas, se pueden encontrar ciertos elementos existencialistas en actitudes vitales de todos los tiempos. Así sucede –por lo que respecta a la angustia y la desesperación– en variados episodios de la biografía personal de Santa Teresa de Jesús, como el padecido a raíz de la fundación del monasterio de San José de Ávila, cuna del Carisma Teresiano. Una reflexión sobre estas experiencias como principal estrategia del mal espíritu es la ofrecida recientemente en este blog por el carmelita Oswaldo Escobar (1968), obispo salvadoreño de Chalatenango¹.

A pesar de que la obra teresiana fue pedida por el mismo Señor, gozó de un buen discernimiento por parte de la Santa y de algunos de sus consejeros, contó con el entusiasmo de las primeras vocaciones religiosas, tuvo la autorización de Roma y la satisfacción interior de Teresa –que estaba feliz y contenta por  cumplir la voluntad de Dios–, sin embargo, el mismo día de la fundación le sobrevino a la monja abulense uno de los más fuertes ataques de angustia en su vida. Se ofuscó su entendimiento, de modo que ni las virtudes ni las potencias de su alma parecía que hicieran su labor ordinaria, y se sintió como abandonada en su agonía espiritual. Estuvo centrada solo en su negatividad, sin ver atisbo alguno de esperanza. Le aparecieron falsas consideraciones acerca de su obra, que le llevaron a estimarla como la peor estupidez realizada en su vida: pensó que en el monasterio de la Encarnación se encontraba muy bien y que lo que había hecho al fundar era un salto en el vacío. Coincidió también que en ese momento Teresa no tenía a quién consultar y –sobre todo– olvidó la acción de Dios en su vida pasada.

En medio de esta situación, aunque no estaba tan dispuesta como en otras ocasiones, Teresa hizo lo mejor que sabía hacer: orar. Entonces, el Señor la serenó, haciéndole recordar los grandes consuelos y motivos que Él mismo le inspiró en su día. Al momento, desaparecieron los anteriores engaños e hizo promesas y determinaciones heroicas, que supusieron la salida victoriosa de aquella prueba: “en haciendo esto, en un instante huyó el demonio y me dejó sosegada y contenta, y lo quedé y lo he estado siempre”.

Siguiendo nuestra secular tradición espiritual, monseñor Escobar –en la primera parte de su escrito– analiza estos hechos desde la perspectiva de la tentación del enemigo de la condición humana, que, cuando no puede robar la gracia, dirige todas sus artimañas para robar la paz del creyente: mediante el ataque a la facultad racional de la persona, la anulación de las capacidades que tiene o que Dios le está otorgando, la negatividad recurrente y obsesiva que lleva a la convulsión interior, la angustia, la fragilidad anímica, la experiencia del abandono o la lejanía de Dios, la desesperación e, incluso, el suicidio.

En el caso de Teresa de Ávila, la tentación habría pretendido una retirada vergonzosa de su vocación y de su tarea fundacional recién comenzada, que, de haberse consumado, hubiera puesto en peligro no solo su propia opción religiosa, sino todo lo que ahora se conoce como Carisma del Carmelo Teresiano. Además, con la propicia resolución de este episodio, la mística castellana pudo confirmar –por los frutos espirituales obtenidos– el carácter divino de su acción fundacional (“el contento es tan grandísimo que pienso yo algunas veces qué pudiera escoger en la tierra que fuera más sabroso”), pero también acompañar y aconsejar en el futuro a quienes pasasen por su misma tribulación (“para que, si alguna viese lo estaba [angustiada], no me espantase y me apiadase de ello y la supiese consolar”).

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¹Cf. ESCOBAR AGUILAR, Oswaldo, Angustia y desesperación en el discernimiento teresiano

 


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