Reconozco que nunca he tenido claro este asunto porque en mi carrera profesional me he encontrado con situaciones dispares. Eso sí, si me tengo que posicionar, prefiero un liderazgo cuyo objetivo sea el de desaparecer. No se me ocurre mejor manera de que las personas crezcan y asuman responsabilidades que aquel momento en que ya no hace falta quien ejercía aquel supuesto liderazgo. Es decir, cuando una persona comienza a tomar responsabilidad en el desarrollo de personas y equipos debería plantearse un fin evidente: su extinción.
En la actualidad es casi imposible pensar en una organización de cierto tamaño sin un equipo directivo. Parecería que el requerimiento va pegado al management moderno. Hemos generado tal complejidad alrededor de la gestión que hace falta una superestructura para lidiar con el asunto. No somos capaces de entender una organización sin las personas que ocupan sus puestos directivos. No hay plan B, lo siento.
Ahora bien, ¿qué ocurriría si ese equipo directivo al completo no acude a su puesto de trabajo mañana por la mañana? ¿Se hundiría la empresa? Bueno, si fuera todo él a la vez quizá la cosa se pondría bastante fea. Pero, vamos a pensarlo individualmente. ¿Convendría desarrollar el hábito de buscarse la vida sin la presencia del directivo de turno? Ya veo que hay quien ha colocado una media sonrisa en la cara porque eso es precisamente que lo que haría que todo funcionara mejor. Si no viene mañana el jefe de turno... pues qué bien, por fin podremos trabajar a gusto. Puede sonar a chiste, pero no tengo tan claro que no sea algo relativamente extendido.
Desde luego que aquí el hábito ha hecho al monje. Como le han colocado galones, habrá desarrollado su propio ecosistema para sobrevivir. El trabajo técnico no es lo suyo. Sus habilidades de gestión sirven para entrelazar, para tejer conexiones y conseguir llegar o incluso sobrepasar los objetivos. Bueno, esa es la teoría, ¿no? Siempre me ha gusto el enfoque del liderazgo transformador de Bernard Bass: como líder estás para que la gente vaya más allá de donde sus competencias iniciales la podían proyectar. Si no consigues que la gente aporte más que si no estuvieras ahí, quizá sobres. Perdón, a lo mejor soy muy bestia.
La prueba del algodón va a tener que ver con la inteligencia artificial. Hasta hace poco, cuando pensábamos en automatizar, la vista se nos iba a los robots mecánicos. Más rápidos, más resitentes, más eficientes. Ahora le está tocando, vía deep learning, a ciertos trabajos intelectuales de no excesivo valor. Y la pelea está ya montada sobre si de lo intelectual pasamos a lo emocional y si la inteligencia artificial le va a dar sopas con honda al directivo medio de este país. Ya, sí, perdón otra vez, quizá soy muy bestia.
Esta sociedad contemporánea de la que nos hemos dotado ha encumbrado la épica del líder. Los panegíricos medievales en honor a los santos se han reconvertido en loas al liderazgo moderno de ciertos machos alfa. Porque en esto del liderazgo, tampoco hay que olvidar, los referentes siempre han sido abrumadoramente del género masculino. El líder vive de su aura, de su carisma, del reconocimiento por parte de los demás. Es una postura cómoda que quizá, a fin de cuentas, convenga a las dos partes. Tú sigue ahí arriba y así satisfaces lo que tu ego te exige y, mientras, yo prefiero ir a lo mío, más mundano y previsible. ¿Que hay que decir que eres un líder visionario? Pues eso mismo. Si te quedas más a gusto, no seré yo quien te arruine el pavoneo.
En fin, reconozco mi incapacidad actual para encontrar la alternativa. Son tantas las voces que dicen que necesitamos líderes de verdad que a ver quién es el guapo que se pone a predicar la herejía. Claro que yo soy un rancio que nunca se ha sentido a gusto con la clase dirigente. Y por supuesto que soy capaz de encontrar excepciones. Pero siempre me ha parecido que la carrera por la gestión frente al componente técnico encerraba demasiadas veces el ansia de llegar al poder. Eso sí, en lo técnico también se puede encontrar la patología del éxito, de vencer a toda costa. Hay gente ultracompetitiva que hace de su pericia técnica el camino para llegar a la élite. Y de ahí no hay quien los saque, porque para eso han decidido que su vida quedó consagrada a su pasión. Luego es cuestión de pulir algún que otro defecto, aplicar una buena capa de marketing y explicar que referentes así son los que necesita la sociedad actual. Ja.
Si la gente es buena en su trabajo, es demasiado valiosa para ponerla en un puesto directivo.
En fin, esta pequeña ida de olla que estáis leyendo ha tenido que ver con esta cita que ha llegado a mis manos y que me ha recordado el libro del que está extraída, nada más y nada menos que un ejercicio para predecir cómo sería el futuro del management en el siglo XXI visto desde 1997: Preparando el futuro: negocios, principios, competencia, control y complejidad, liderazgo, mercados y el mundo. Fue un libro publicado por Ediciones Gestión 2000, coordinado por Rowan Gibson y con prólogo de Alvin y Heidi Toffler. Ahí es nada la broma.
Por darle contexto a la reflexión, me permito copiar otro extracto de este libro, también de Michael Hammer, que es el autor de la cita anterior. Léelo y ya me dirás si crees que se equivocó al hacer su predicción. A la pregunta de qué pasará con el sistema tradicional de gestión de empresa tal y como lo conocemos en la actualidad respondía, entre otras cosas:
Creo que la idea de que los altos directivos tengan que tener una edad avanzada ya no es viable.
Puede haber jugadores de primera línea de una cierta edad que han crecido a lo largo de su carrera profesional y cuya influencia no se ejerce por medio de órdenes sino por medio de la sabiduría que han ganado por su habilidad para compartir con los demás y por la manera ejemplar en que desempeñan sus actividades.
Es el talento más que la superiroidad lo que llevará a un individuo a ocupar un puesto de liderazgo en las futuras organizaciones.
A muy corto plazo, puedo anticipar que el número de directivos per cápita en las organizaciones va a disminuir en un 50% del número actual. Y a largo plazo, pienso que disminuirá más signficativamente aún.
En las corporaciones del siglo XXI podríamos tener un 20-25% por ciento de directivos de los que tenemos en la actualidad y no serán los individuos de mayor estatus en la organización. Las carreras profesionales individuales tendrán diferentes trayectorias que no consistirán solo en intentar convertirse en directivos.
Fuente: https://www.consultorartesano.com/2021/01/un-equipo-directivo-potente-es-el-que-pasa-desapercibido.html