Revista Opinión

Un escenario de todo o nada

Publicado el 25 julio 2011 por Manuelsegura @manuelsegura

Un escenario de todo o nada

Cuesta mucho digerir algo sobre lo que ya nos advirtió oportunamente el desaparecido periodista sueco Stieg Larsson: la briosa efervescencia de la extrema derecha en los países nórdicos. Sobre ese peligro ya no tan larvado, el exitoso novelista póstumo hizo girar muchos de los compases de su vida. Jamás pudiera uno imaginarse que en sociedades aparentemente tan civilizadas como aquellas ocurrieran episodios como los acaecidos en los últimos días en Noruega.

Los tiempos que corren tienden a fabricar individuos del pelaje de Anders Behring Breivik, un enviado de Dios sabe dónde que quería redimir a esta sociedad de los males que la acechaban. Un iluminado, a todas luces. Con su desparrame de locura, se ha cobrado la vida hasta la fecha de 76 inocentes y con ello, quizá, sienta que ha cumplido una misión encomendada desde el más allá. No sé hasta qué punto sorprende la actuación de un tipo que vivía en una granja como un ermitaño, que odiaba a los inmigrantes aunque a diario comiera en un restaurante regentado por turcos, o que colgaba en Internet, en vísperas de su carnicería, un infumable manifiesto de 1.500 páginas que jactancioso tituló 2083: la declaración de independencia europea.

Breivik no sólo odiaba la colonización islámica de Europa sino también a los marxistas. Luego de vivir con su madre, decide un día cargar un coche con abundante material explosivo y marcharse hasta una granja, alejada a unos 160 kilómetros al norte de Oslo, para preparar su macabra acción.

Se decía militante conservador, cristiano y redentor, pero poco predicó con su ejemplo. Su lema de que es mejor pasarse que quedarse corto tiene su máximo exponente en el episodio de la isla de Utoya, donde acabó impunemente con las vidas de 68 adolescentes.

Uno contempla el mapa de la implantación de la ultraderecha en Europa y ha de hacerse una lectura obligada: en Noruega tiene un 23% de votos, un 19% en Finlandia, un 17,5% en Austria, un 16,7% en Hungría, un 15,4% en Holanda, un 13,8% en Dinamarca o el 10,4% en Francia. Sorprendente, entrado el siglo XXI, en un continente que conoció en sus entrañas capítulos tan execrables como el del Tercer Reich.

Para estos extremistas, como para los nazis en su día, el peligro no lo entraña tanto la cuestión racial (caso de los judíos en aquella Alemania o los islamistas en la Europa actual) sino los que, instalados en el poder, manejan los resortes de las naciones y que con sus decisiones logran descafeinar la esencia misma de la cultura de su país. Por eso Adolf Hitler promovió un odio descomunal contra los hebreos, en los que veía no sólo un peligro para la pervivencia de la raza aria, sino también una amenaza colectiva que influía sobremanera en los designios de la élite instalada en los poderes del mundo.

Cuentan que cuando en su soledad fabricaba las bombas letales, Breivik se repetía que el suyo sería un escenario de todo o nada. Más o menos lo que hoy nos jugamos nosotros, si apostamos por la libertad frente a los que quieren cercenarla a base del chantaje al que nos someten con su siniestra intransigencia.


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