Yo de esta escritora de nombre impronunciable me había leído Elegía para un americano, una novela que me dejó tumbada en el sillón hasta que la terminé, en la que Siri Hustvedt reflexiona sobre la memoria, los secretos de familia y el funcionamiento de otros procesos mentales humanos. También en El verano sin hombres aparece esta mente que tanto desconocemos y que a veces nos perturba, y otras nos abraza y refugia. Esta última novela me ganó también en pocas páginas, bastó con que comenzara a describirme a Los 5 Cisnes, mujeres ancianas maravillosas que viven su vejez con el miedo comprensible pero pisando fuerte. Creo que todas nosotras deberíamos tener nuestro club de señoras sabias cerca, un diálogo intergeneracional que nos ha faltado en los últimos tiempos, fruto de la separación cada vez más lógica de padres e hijos que abandonaban el hogar familiar para estudiar o trabajar lejos del pueblo. Sí, en este verano sin hombres de Siri Hustvedt, como se imaginan por el título, hay mucha complicidad femenina, pero nada de complacencia, porque también salen a flote las miserias de nuestro género. Los personajes, desde las adolescentes hasta las ancianas, pasando por la mediana edad de la protagonista, muestran sus contradicciones, las emociones fluctuantes, las influencias sociales, los malentendidos, las distancias innecesarias que impiden la convivencia pacífica y las continuas caídas que hombres y mujeres sobrellevamos mejor o peor, a veces en el límite de la salud mental.
Una de las reivindicaciones de la protagonista tiene que ver con su espacio. Si Virginia Woolf en Una habitación propia destacaba la necesidad de que las mujeres tuvieran una mesa, una silla, un lugar tranquilo para ellas, donde poder escribir, Hustvedt defiende que la mujer de hoy ha visto su espacio ocupado. Sabemos que necesitamos nuestro sitio pero, si el modelo patriarcal necesita más lugar, tendemos a cederle el nuestro, quizás por amor o por tener "la fiesta en paz". En concreto, dice la protagonista que "ahí radica la magia de la autoridad, del dinero, de los penes".
Ahora mismo tengo la convicción que Siri Hustvedt sí que tiene su hueco en la literatura y que lo va a defender con uñas y dientes. Siento que en sus páginas leo por fin lo que una mujer me quiere contar y no lo que una escritora cree que contaría un hombre. Porque todas hemos crecido con referencias literarias masculinas casi en su totalidad y a veces es difícil encontrar esa voz propia, la que muchas mujeres, como las ancianas de la novela, sólo se atreven a revelar en la más estricta confidencia.