Imagen: trendenciasbelleza.com
¿Se han fijado ustedes la cantidad de personas que tienen unas manos horribles por culpa del mal hábito de morderse las uñas? Pues a partir de ahora esas personas por las que sentíamos rechazo al ver sus desagradables dedos tendrán justificada su fea imagen dactilar gracias a un estudio de la Universidad del País Vasco en el que se demuestra que conductas orales repetitivas como el bruxismo, masticar chicle o morderse las uñas, benefician al cerebro.
Parte del estudio que recoge el digital 20minutos (www.20minutos.es) explica que estos hábitos se producen para así “aliviar”, en parte, las consecuencias de la ansiedad o el estrés sobre el propio organismo. Por lo que la consecución manifiesta de un acto como morderse las uñas o rechinar los dientes, se traduce en un beneficio para el cerebro ya que el mismo provoca que nos concentremos más.
Se han dado casos y que muchos historiadores han evitado revelar para mantener una óptima imagen de sus protagonistas, de insignes personajes célebres que se comían las uñas. Tal fue el caso de Cervantes que a raíz de escribir un libro como El Quijote, novela que le obligó a pensar en exceso, se le empezó a conocer como el manco de Lepanto. Y no porque perdiera la mano en una batalla como argumentan, sino porque cuando empezó su obra más célebre, también comenzó a comerse las uñas; hábito que continuó hasta quedarse sin brazo y que tocó fin al escribir la última palabra de su novela más insigne.
Y si a Cervantes lo llega a coger mi madre, no se muerde las uñas en décadas. No porque le diera con una zapatilla en la mano cada vez que ésta se acercara a la boca, que también, sino por el veneno a través de un líquido con sabor a pegamento que muchos probamos y evitó que nos comiéramos las uñas, aunque ahora que lo razono, también suprimió toda posibilidad de que muchos hayamos podido pensar con soltura.
Es por ello que, aunque morderse las uñas ayude a pensar o en este caso hacer que el cerebro salga beneficiado, busque alternativas para dar salida al estrés contenido y que no les deteriore físicamente como golpear contundentemente con un palo lleno de pinchos un muñeco con la cara de su jefe o aprender a tocar la batería los martes, día en el que descansa el vecino porque así nuestro cerebro seguirá funcionando bien y no sentiremos vergüenza cuando tengamos que darle la mano a alguien.
Esta es la crónica habitual, de un día como otro cualquiera…
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