Por Fdo. Florentino Guzmán Plasencia Medina, 28º
Para y óyeme ¡oh Sol! yo te saludo, decía José de Espronceda. ¡Amanece! Tengo la suerte de ir caminando a mi puesto de trabajo, lo que me permite saludar al Sol cada mañana.
Entre las calles adormiladas ante la inminente presencia de un nuevo día, el ruido todavía no llega a ser el punto de distracción permanente que arrulla nuestros pensamientos. A esa hora los primeros rayos del Sol lo tiñen todos de ámbar y son las sombras recortadas de los escasos viandantes las que me recuerdan que en el camino de la luz no estamos solos, pero que en la soledad de nuestro interior es donde manará la sabiduría que nos permita trazar el rumbo hacia la fuente original.
Mirando al Sol, me pregunto ingenuamente cuántos antes lo habrán contemplado, y qué reflexionarían acerca de su majestuosa presencia en el firmamento. Leyendo algunos tratados históricos me doy cuenta de las múltiples manifestaciones arquitectónicas, artísticas o culturales relacionadas con nuestra estrella, que nos han legado las diversas sociedades que nos han precedido en el tiempo como los mayas; incas; aztecas; nahuas; babilonios; egipcios; griegos; amazigh; o incluso, religiones como el sintoísmo o el cristianismo.
Pese a las diferencias en la organización social o territorial propias de cada latitud, todas tuvieron al Sol como punto de referencia fundamental en su cosmogonía. El Sol como principio básico que pudiera responder las preguntas vitales acerca del origen de la humanidad y el orden vital. El sol como centro o "corazón del mundo".
El Sol como elemento vaporoso, etéreo, pero también punto de referencia eterno en la insondable geometría del cosmos, alrededor del cuál gira la tierra y el resto de planetas de nuestro sistema solar. En la propia lógica de la evolución del pensamiento humano, no es de extrañar que en la concepción del mundo conocido, tomara un papel relevante la interpretación lineal con los fenómenos naturales más obvios.
Las precipitaciones, los rayos, pero fundamentalmente el movimiento cíclico del Sol, tanto en su tránsito diario visible en las fases día-noche, como en el anual a través de la inclinación y su manifestación en el clima según las estaciones.
En la época precientífica el Sol es el símbolo el conservador de la vida en la Tierra -luz y calor- pero también regulador de las relaciones humanas con la naturaleza. Mientras que la religión formó parte indivisible de la ciencia, la definición del astro fue más allá de su génesis y de los fenómenos naturales que emanan del mismo, aplicándosele una serie de cualidades o personificaciones que podemos ver en las diferentes leyendas o mitos, donde el pensamiento, la conducta y los deseos del hombre están en posición de interdependencia con estos poderes.
El ejemplo paradigmático de asociación divina entre la estrella y la humanidad lo encontramos en el mito de Ra el dios Sol el creador del antiguo Egipto, donde cuenta la leyenda que de sus lágrimas nacieron los humanos, el Nilo y las estaciones. Pero también encontramos a Atón, la reinterpretación de la divinidad solar impulsada durante el reinado de Amenophis IV, también conocido como Akenatón, el primer caso de monoteísmo recogido en la historia.
Apolo el dios grecorromano y su simbolismo a través de sus flechas como rayos solares. Incluso el Cristo bíblico con sus doce apóstoles que simbolizan la tradición solar adaptada a las creencias de sus seguidores.
El arte también plasmó de forma literal la presencia de el Sol en los aspectos más influyentes de la vida humana, desde las filigranas de los calendarios aztecas, hasta el sol alado egipcio o las alusiones cristianas a su propia interpretación de la deidad solar; pasando por la suástica o esvástica que tan desagradable percepción tiene nuestra sociedad debido a la perversión de su significado original que se realizó durante el III Reich y que siempre ha estado presente en las religiones orientales -budismo, bahaismo o sintoísmo-; en el laburu del País Vasco o en la Trinacría de la bandera de la isla italiana de Sicilia. Esa cruz evolucionó alargando sus extremos hasta tomar forma circular y transformarse en la rueda solar de los Brahmanes utilizada en la ceremonia del Fuego Sagrado.
Para nosotros, los masones, el simbolismo más afín, debido a que está totalmente embebido en nuestra cultura y pensamiento occidental es el "Símil del Sol" con el que el filósofo Platón en su libro VI de la República, relaciona al astro rey con la idea del bien y que es la continuación lógica de la conclusión última del Mito de la Caverna.
En la francmasonería el astro supremo de nuestro universo existencial es la perfecta representación del Gran Arquitecto del Universo. El Sol es luz o certidumbre que disipa las tinieblas y por tanto la materialización de la Verdad, como objeto y como fin, pero también es el principio creador. La fuente pura que debe iluminar al peregrino en su búsqueda interior. No en vano, en la instrucción del vigésimo octavo grado filosófico conocido también como Príncipe del Sol, se nos recuerda que nuestro astro es "la imagen sensible de la Divinidad, el emblema del calor del alma y la luz de la inteligencia".
Sobre la aplicación práctica del mito solar en la masonería operativa y especulativa, no hace falta viajar a observatorios solares en lugares remotos construidos hace siglos atrás. En pleno trazado urbano de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife encontramos un edificio excepcional, el templo masónico construido bajo los auspicios de la Respetable Logia Añaza y que es un ejemplo arquitectónico único en España construido ex profeso por y para masones.
El edificio comenzó a construirse según los planos firmados por el arquitecto Manuel de Cámara en 1899 y fue inaugurado consagrándose como Templo Masónico el 24 de septiembre de 1904, aunque no fue hasta finales de los años veinte del pasado siglo cuando se terminaron los trabajos, ya que prosiguieron con pequeñas obras necesarias para terminar diversos aspectos relacionados con el revestimiento, ornamentación, etc.
El simbolismo que encierran todas y cada una de las estancias que podemos encontrar en esta monumental construcción daría para escribir muchas páginas acerca de sus medidas aritméticas o de sus relaciones geométricas, entre las diversas alegorías que atesora en su interior; sin embargo, quizás la menos conocida es la más obvia por todos los que alguna vez han reparado en la inigualable fachada que asoma a la calle San Lucas. Vestida con reminiscencias del antiguo Egipto faraónico, la fachada de este templo es la tarjeta de presentación de la masonería ante la sociedad profana.
En un claro ejemplo por normalizar su presencia en la cosmopolita sociedad tinerfeña de principios del siglo XX -que su carácter liberal permitió que en la misma manzana convivieran una logia masónica y una iglesia consagrada al culto católico-, en su monumental diseño no sólo se evocaron los grados capitulares que se trabajaron también en ella, sino que se trata de un reloj solar que marca la entrada de los rayos solsticiales con una perfección extraordinaria para una época donde los elementos de medición, análisis y constructivos no alcanzaban tanta precisión como los actuales.
Los ornamentos del frontispicio son algo más que un mero elemento decorativo, están calculados y ejecutados con suma precisión para que, en un extraordinario juego de luces y sombras, se recorran los principales elementos de la misma durante el solsticio de verano y de invierno. Con una inclinación de 9 grados de diferencia respecto a la orientación geográfica ideal, los primeros rayos solares del solsticio iluminan el frontón del edificio y comienzan a descender desde el tímpano con el delta radiante, donde en un increíble juego visual las alas del sol alado se iluminan y se oscurecen hasta en tres ocasiones para iluminarse en su totalidad instantes después con 32 Nº41 todas las puntas de acantos de las cornisas en cavetos junto con las 33 flores de lis que se disponen en el arquitrabe del entablamento.
En el solsticio de invierno o mínimo solar, el sol vuelve a iluminar de forma especial esta fachada, subrayando no sólo la importancia astronómica de estas fechas, sino sino haciendo patente el simbolismo iniciático de las mismas referidas a partir del mito solar de Jano: la puerta de de los cielos y de las estaciones. No en vano los autores latinos lo citaban como Solstitium o Sol Statum, que es la imagen literal del Sol parado, ya que así lo parece estar en el horizonte en el momento del año que en el hemisferio norte se da alrededor del 21 de junio. El otro astro presente en los calendarios de los humanos, la Luna, tendrá en su fase de llena más cercana al solsticio de Verano, la menor altura del año sobre el horizonte.
Las antiguas culturas europeas celebraban estas fechas con rituales y fiestas paganas por la celebración del comienzo de verano la cual tenía una gran carga simbó- lica. En tierras americanas los incas celebraban el Inti-Rami o la fiesta del Sol en lo que allí es el solsticio de invierno en la impresionante explanada de Sacsahuamán, muy cerca de Cuzco. El cristianismo adaptó a su nueva filosofía la herencia recibida, celebrando en la noche de San Juan (23 de junio) una adaptación y asimilación de esas fiestas paganas con un desfase de tres días debido a que el Sol permanece algunas jornadas estático en la misma posición.
El Sol es también movimiento de largo ciclo en el que, cuál danzarín eterno atraviesa las doce casas astrológicas en su camino del Trópico de Cáncer al Trópico de Capricornio. Los observadores han reflejado los arquetipos del comportamiento humano en cada una de estas paradas. Cada signo es la transformación de la materia hacia los estadios más etéreos: físico, emocional, mental y espiritual. Así pues tanto para descender a la generación como para la elevación en la búsqueda divina, las almas deben franquear cada una de las puertas solsticiales, al igual que el Sol, de Jano a Jano, de sí mismo a su opuesto.
El Sol es el oro puro de los alquimistas, es el padre, el intelecto, la inseminación y lo supraconsciente. En una realidad bipolar como la nuestra tiene su opuesto en la Luna que representa a la madre, la intuición, la fecundación y el inconsciente. La dualidad creadora representada tantas veces en una logia simbólica tiene su materialización en el mercurio en la esencia fundamental de los alquimistas, la quintaesencia que mora en el interior de los seres humanos.
La luz del Sol es emitida para todos y en la misma potencia y flujo, (si es que estamos en el mismo hemisferio y con las mismas coordenadas aunque luego vaya cambiando)sin embargo la humanidad, a veces cegada por la propia fuerza de esa luz, no puede alcanzarla en su esencia y se basta con los reflejos de la misma en cualquiera de las superficies que encontramos en nuestro mundo profano.
Esos reflejos no son sino condicionantes que nacen del ego y matizan la fuente primigenia según el grado de conciencia de cada uno. El pensamiento es como un espejo, es un fiel reflejo del que piensa, amoldado a su grado evolutivo; y en la mayoría de las ocasiones distorsionada y deforme por las pasiones humanas. Es un largo camino la búsqueda del perfeccionamiento ya que requiere constancia en el trabajo sobre el ego y los instintos primarios para que la razón y el pensamiento -la escuadra y el compás- sean un fiel reflejo de la perfección solar.
En el Templo de Salomón también tiene su reflejo la intensidad de la luz solar, en la iluminación de las columnas. Así la columna norte refleja la luz de la Luna y en la columna del sur es la luz del sol la que brilla directamente. Adaptando la cadencia de luz a la preparación interior de los que buscan la fuente.
El mito solar es el estudio del creador a lo largo de la historia, pero también es el estudio del propio hombre para abundar en la divinidad depositada en nosotros.
Gnóthi seautón o temet nosce, en definitiva conocerse a sí mismo, tiene que ser el lema que guíe nuestra senda del conocimiento a través del análisis de nuestras actitudes y de nuestros pensamientos es acercarse la autenticidad, a la unidad de la divinidad. Como masones sabemos que somos como el yunque, objeto y fin de nuestros trabajos, lugar mágico donde transformamos nuestros esfuerzos continuos en material nuevo.
Igual que el impulso del herrero en la fragua calienta a golpes el metal hasta que entra en incandescencia y comienza a moldear, así nace nuestra divina potencia creadora que al mismo tiempo nos devuelve al origen, eterno, al Sol de nuestra existencia.Un eterno viaje circular generador de vida y testigo de la comunión entre el hombre y la chispa divina que mora en su interior, y que con la armonía entre ambos, emanará el tan ansiado autocontrol o capacidad para tomar sin vacilar el timón de nuestra existencia.
Me gustaría que un rayo de la luz que emana de la poesía del genial Pablo Neruda pusiera el ornato que se merece a este recorrido por la historia de la relación entre los hombres y el Sol.
A plena luz de sol sucede el día, el día sol, el silencioso sello extendido en los campos del camino. Yo soy un hombre luz, con tanta rosa, con tanta claridad destinada que llegaré a morirme de fulgor.