Revista Opinión

Un evangelio pulp

Por Calvodemora
No tengo la seguridad que tiene José Manuel Benítez Ariza en eso de que los que mejor leemos la Biblia somos los ateos. El buen cristiano, metido en faena evangélica, puede ahondar en lo que yo no sabría, perderse en la oscura promiscuidad de sus personajes, en su tenebrosa épica. El buen ateo (las medias tintas en esos asuntos de la fe no son aceptables) accede al texto varonil, percutido de milagros y de venganzas, escrito prodigiosamente, prescindiendo de toda la didáctica, admirando la metáfora como metáfora, contemplando un escenario ajeno, que le entretiene, pero que no le afecta más allá de la constatación de una voluntad narrativa. No tengo la seguridad de mi amigo José Manuel porque quizá no he leído el libro de los libros con el empeño que debiera. Me apunto la empresa.
Borges sostenía que la Biblia era un admirable compendio de literatura fantástica. Distraído en Borges, enmarañado con el peso de los clásicos, a los que uno vuelve de vez en cuando y a los querría volver con mayor ahínco, desatiendo la monumental serie B con la que se ha alimentado mi voluble alma. Desoigo lo pulp. Me pierdo el runrún de la barbarie mediática. Embrutecido, consciente del roto que van dejando los excesos, pero feliz por disfrutarlos. Desavisado se vive mejor. Enfangado. Pedestre. Exento de protocolos. Manumitido de toda trascendencia. A ras de víscera. Respirando sin pensar en el aire.

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