Un artículo de el diario El País ofrece un manifiesto en defensa de la tauromaquia pregonado por el escritor Ildefonso Falcones que plantea algunos argumentos que quisiera analizar concisamente aquí. El más curioso de todos sin duda es el que intenta revertir un argumento central que se utiliza para condenar la tauromaquia —y la explotación animal en general— a saber: que los animales son seres sensibles. Así expone Falcones:
«“Son los propios animalistas -afirma Falcones- los que en un alarde de fantasía y quimera en la que acostumbra a caer todo movimiento populista y revolucionario, nos ofrecen los argumentos suficientes para defender, entiendo que con visos de éxito, los ataques a las corridas de toros”. “Asumamos que los toros bravos -añade- son seres sensible y sintientes, y como tales no solo tienen miedo, frío, placer, estrés, sino que también tienen orgullo, dignidad, valor, espíritu de lucha, arrogancia…”Llegado a este punto, el pregonero se pregunta: “¿Cuál es la preferencia de un toro bravo: morir en un matadero como un manso o hacerlo peleando en la plaza… de la que algunos, los mejores, salen vivos?”.»Tiene muy poco de razonable suponer que un toro tenga una preferencia por morir en un matadero o ser matado en una plaza. Un toro no quiere ser matado en ningún lugar. Todos los seres sintientes poseen un deseo inherente de continuar existiendo y no quieren ser dañados ni de una forma ni de otra. Así que parece claro que el autor está planteando una falacia clásica conocida como falso dilema, o falsa dicotomía, que consiste en reducir injustificadamente las opciones a dos únicas posibles. Ni los toros tienen ninguna de esas prefencias ni nosotros estamos obligados a matar toros. No hay ninguna clase de necesidad real que justifique hacer tal cosa. Si los toros son seres conscientes entonces la conclusión que se derivaría moralmente de ese hecho es que no debemos tratarlos como propiedad. No es lógicamente correcto que un sujeto sea considerado y tratado como un objeto a disposición de los deseos de otros sujetos. Esto implica que deberiamos dejar de utilizar a los otros animales como medios para nuestros fines. En tanto seres dotados de sensación, ellos poseen un valor inherente como individuos que predomina frente al valor instrumental que tengan para nosotros.
Pero no acaba aquí la pretensión de Falcones de apelar a un falso dilema para intentar justificar la tauromaquia, puesto que al final del artículo afirma que nuevo que el toro tiene que acabar necesariamente o en la plaza o en el matadero, porque su existencia depende de que sea rentable económicamente para los humanos:
«El toro bravo -terminó- está destinado a luchar o a ser sacrificado; nadie va a alimentarlo sin la contrapartida de un rendimiento. Nadie, ni los ganaderos, ni el Estado, ni los animalistas, ni los abolicionistas…»Creo que el señor Falcones se equivoca al afirmar que nadie cuidará de esos animales a no ser que obtenga un rendimiento económico de su utilización, porque muchos animales que han sido víctimas de la explotación están siendo cuidados de forma altruista en refugios y santuarios. Además, aquellos animales son criados deliberadamente por los humanos para que les sirvan de recursos. Lo que deberíamos hacer es dejar de traer al mundo a más animales para explotarlos. Así que una vez más, vemos que el autor recurre a plantear una falsa dicotomía cuando en realidad el contexto nos permite elegir otras opciones.
Por ello, pienso que Falcones ha fracasado en su intento de defender la tauromaquia desde un punto de vista racional, así como han fracasado intelectualmente todos lo intentos de defender la discriminación moral basada en la especie —especismo— y la explotación de los animales. La racionalidad nos obliga a extender la consideración moral a todos los seres dotados de sensibilidad, sin importar la especie. Lo que esta consideración moral conlleve a nivel global es algo que quizás no está determinado de manera clara, pero sí parece claro que dicha consideración significa necesariamente que dejemos de considerar a los otros animales como nuestra propiedad. Pretender que la esclavitud puede ser compatible con la consideración moral es como pretender que la violación sexual es compatible con el respeto a la libertad sexual. No tiene ningún sentido lógico. Por eso existe una unamidad acerca del rechazo a la esclavitud humana. La lógica nos exige aplicar ese mismo rechazo a la esclavitud sobre los otros animales.
Hay que advertir, no obstante, que no todos los dilemas son falsos intrínsicamente. Hay situaciones en las que realmente existen sólo dos opciones. Por ejemplo: ¿estamos a favor o en contra de la esclavitud? Aquí no habría la posibilidad lógica de términos medios. O consideramos que esclavizar a otros es una actividad aceptable o consideramos que es inaceptable. No hay un término medio aquí. La proposión "la esclavitud es aceptable" tiene que ser verdadera o tiene que ser falsa, y no puede ser otra cosa.
Del mismo modo, también habría sólo dos opciones cuando se trata de la explotación de los animales. O consideramos que es aceptable explotar a los animales o consideramos que no es aceptable. Otra cosa distinta es que en el caso de que consideremos que explotar a los animales es una actividad aceptable, consideremos asimismo que dicha explotación debe estar controlada y regulada bajo ciertos límites. Pero esta posición regulacionista no es un término medio entre las opciones anteriores sino que es una derivación dentro de la posición que apoya como válida la existencia de la explotación animal.
Por tanto, no sería un falso dilema plantear que estamos obligados a elegir si queremos asumir el veganismo o si quieremos continuar apoyando la explotación animal. Esta dicotomía estaría correctamente planteada puesto que no habría otra opción disponible lógicamente. Ahora bien, el veganismo en sí mismo no es una opción sino una obligación moral. Pero en tanto seres libres podemos elegir si queremos asumir el veganismo o si queremos continuar infligiendo un daño injustificado sobre los animales. Así pues, ¿qué vamos a elegir?