Revista Educación
Varias semanas de viaje itinerante por Chile me han permitido apreciar la tremenda belleza de ese territorio alargado, que hunde sus raíces en los hielos de la Antártida y despliega sus desiertos por encima del Trópico de Capricornio. Pero al viajero atento no le pueden pasar desapercibidas algunas de las contradicciones de ese país, como las enormes bolsas de pobreza extrema que persisten en un entorno de grandes riquezas naturales. Así, junto a los centros comerciales más exclusivos que abundan en las grandes ciudades o en las lujosas zonas residenciales de Viña del Mar se ven numerosos "ciudadanos" excluidos por el sistema, que solos o en grupos pequeños deambulan con sus escasas pertenencias en busca de refugio en parques, portales o bajo los aleros de la opulencia. Esa es la otra cara del "milagro chileno", una sociedad clasista, nada igualitaria y enormemente injusta con los más débiles.
Mientras que en España los jóvenes indignados del 15-M tratan de oponerse a los recortes del Estado de Bienestar que con la crisis se tratan de justificar, en Chile los estudiantes llevan tres meses de protestas, con paros ininterrumpidos y generalizados, tomas de centros educativos y manifestaciones callejeras. No obstante, en el caso chileno se lucha contra una nueva amenaza, sino contra la realidad de un sistema educativo enormemente clasista que parece diseñado ad hoc para mantener y ensanchar las diferencias de clase entre pobres y ricos. Y es que se trata de un sistema privatizado en la que los recursos económicos disponibles determinan claramente la calidad de la educación recibida. Recientemente UNICEF ha destacado al modelo educativo chileno como uno de más clasistas y excluyentes del mundo (ver aquí). Pero la educación no es una excepción, ya que la privatización se extiende a la práctica totalidad de los servicios públicos, siendo Chile uno los países con una economía de mercado de corte más neo-liberal. Aunque ya han pasado cerca de 40 años desde el salvaje golpe militar de Pinochet y la democracia está bien asentada, aún perduran las secuelas de el sistema neoliberal implantado por el dictador y por sus "Chicago Boys" siguiendo las directrices de Milton Friedman. Como Naomi Klein ha expuesto en "La doctrina del Shock" (ver aquí), el golpe de estado con sus torturas y desapariciones fue necesario para implantar un sistema que de otra manera hubiera chocado con un gran rechazo popular, y que supuso en la década siguiente el derrumbe de la economía chilena ( el desempleo alcanzó tasas del 30%, diez veces más alta que con Allende y la inflación llevó a tales límites que aproximadamente el 74% de los ingresos de una familia media se destinaban a comprar pan) y la pérdida de muchos derechos laborales que se habían ido afianzando en los años previos de gobiernos democráticos.En España no ha sido necesario un golpe de estado para generar el estado de shock que anule por completo la oposición popular al recorte del Estado del Bienestar, pues la crisis económica se ha encargado de hacer el trabajo sucio, y estamos asistiendo atónitos e impasibles a decisiones políticas que hace sólo un lustro hubiesen sido impensables incluso tomadas por un gobierno de derechas. Klein lo describe claramente: se trata de crear el pánico para aplicar terapias neoliberales sin ninguna oposición.La pregunta es si será suficiente para ahogar el rechazo de la ciudadanía a los recortes de derechos y prestaciones que no han hecho más que comenzar, y si como algunos auguran estamos ante el fin del Estado del Bienestar. Esperemos que no, y que el próximo otoño se reactiven las protestas populares que en mayo no hicieron sino comenzar. Es mucho lo que está en juego, y aunque unos pocos tienen mucho que ganar -y de hecho ya están ganando-, la mayoría tenemos mucho que perder.
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