Nuevo relato hecho con las palabras de los lectores. En este caso, solo recibí una, por twitter, de Rafa Martín: cariacontecido.
Nada más entrar en la habitación, el rostro cariacontecido de su hija le hizo saber que algo había hecho. O la había pillado a punto de hacerlo, no estaba claro. Lo que sí que lo estaba era que algo pasaba, así que comenzó a registrar la habitación, sin encontrar un motivo objetivo para preocuparse o regañarla. A pesar de ello, antes de dejarla sola le lanzó una mirada repleta de significado: estaría vigilando.
La joven suspiró cuando abandonó el cuarto y corrió hasta la estantería donde el hada con el ala rota que había rescatado se había camuflado entre sus juguetes. Sabía que no debía hacerlo: cualquier contacto con el pueblo mágico, a no ser que fuera para acabar con él, estaba penado con la muerte. Pero no había podido dejarla ahí, a merced de esa manada de gatos. Además, solo sería hasta que se curase su ala y pudiera volver a volar. Esas criaturas sanaban con rapidez, todos lo sabían y, si había podido evitar que su madre la descubriera, no sería difícil mantener el secreto. Aunque se decía que las hadas eran traviesas y eso podía ser un problema.
-Está bien, podrás quedarte unos días, hasta que te cures. Pero tienes que esconderte bien y prometerme que no serás mala con nosotros -le dijo a la criatura, que hizo una reverencia con el rostro solemne, que seguramente significaba su aceptación de las condiciones del favor que le hacía.
Fueros dos semanas angustiosas, pues arriesgaba su vida y la de su familia por ayudar a la criatura y su madre estuvo más encima de ella de lo habitual porque sospechaba algo, pero años después, cuando el pueblo mágico se hizo fuerte y sometió a los humanos, la chica, ahora convertida en mujer, se alegraría de haber asumido ese riesgo. Porque, cuando arrasaron la ciudad y masacraron a sus habitantes, su familia fue una de las pocas que sobrevivió, junto con las del resto de humanos que, a pesar de las normas, habían hecho un favor a las hadas.