Revista Cultura y Ocio
“Nadie puede escribir hasta que no ha perdido un lugar” afirma Álex Chico en su último libro Un final para Benjamín Walter, obviamente, otorgándole al último término de la frase el sentido más amplio.
Tal vez sea esa particular circunstancia —haber perdido un lugar— la que también dota al autor de la capacidad necesaria para actuar durante sus viajes, que a posteriori positiva en imágenes narradas, como un auténtico flâneur, galicismo con el que él mismo se define en alguna de sus páginas y como una corrobora que es por medio de la lectura de sus escritos. Una actitud que todo lector de este libro debería adoptar para poder apreciar la inmensa acumulación de detalles, matices, contrastes y huellas que aparecen en la geografía de esta obra que, a simple vista, parecería perderse entre el ensayo, el diario, la crónica de viajes, la novela… , pero que lo cierto es que huye de todas esas etiquetas convencionales sobre géneros literarios porque sabe muy bien hacia donde navega.
Se diría que el libro, atendiendo a esas mismas etiquetas, se sitúa en tierra de nadie, en una región inhabitada, en esa delgada línea a la que tan a menudo alude el propio autor para definir un espacio en el que la presencia de lo ausente se hace tan latente. El mismo “lugar” que ya nos mostró en Un hombre espera, libro que alberga no pocos paralelismos con este. Pero, quizá me equivoque —cuántas veces en un escrito ajeno vemos aquello que nuestro universo interior nos quiere mostrar ¿verdad? y que se aleja tanto de lo que otros perciben—. Porque lo cierto es que, tras una lectura atenta, también una se cuestiona si lo que en realidad pretende, y consigue, Álex Chico es novelar a través de aparentes recursos formales utilizados en otros géneros. En cuyo caso sería una de tantas licencias que el autor se podría permitir, como buen poeta que es.
El “motivo” de viajar a Portbou fue “identificar la culpa y señalar al culpable” nos dice en sus primeras páginas. Aunque parezca paradójico, poco importa si finalmente consigue justiciar al o a los presuntos asesinos del personaje que lo llevó hasta allí, lo significativo será el viaje, como Cavafis, en otro contexto, también nos sugiere. Lo mismo sucede con la lectura de este libro. Avanzamos entre sus páginas con la ambición de que nos esclarezca episodios ocultos de nuestra reciente historia y, como el narrador, nos abandonamos ante una suerte de sensaciones no vividas, pero experimentadas, que poco a poco nos alejan del motivo inicial que nos llevó a su encuentro. Con él, nos adentramos y perdemos en otros bosques.
No, no pretendo, con lo que he escrito anteriormente, ni tampoco lo hace el autor en su libro, restarle importancia o justificar la desmemoria sobre los hechos acaecidos en los últimos días de septiembre de 1940 en Portbou. Ni concuerdo con lo que muchos, como Stéphan Mosès (profesor de literatura alemana y comparada de la Universidad Hebrea de Jerusalén), reiteran acerca de la carencia de pruebas sobre su presunto suicidio: “¡Qué más da! Hay muchas cosas que no se pueden probar ¿Y qué?” (testimonio que aparece en el magnífico documental de David Mauas Quién mató a Walter Benjamín). Pero ante tanta, aparentemente intencionada, carencia de pruebas que aporten un poco de luz a los sucesos, lo que prima tal vez sea alumbrar el legado que nos dejó el filósofo. Y eso es lo que precisamente Álex Chico consigue. Novelar, a través de sus propias experiencias, las teorías filosóficas de Walter Benjamín. El protagonista/narrador/autor de este libro se muestra como el “sujeto” de la historia en Walter Benjamin. Es en él en quien brota esa “semilla” que lo invita a cuestionar el pasado para comprender un poco mejor el presente. Y lo hace atendiendo a sus premisas: “La aparición de un sujeto de la historia tiene lugar solo si el candidato para llevar a cabo la tarea es investido por un conocimiento que le viene del pasado” o “Quien solo haga el inventario de sus hallazgos sin poder señalar en qué lugar del suelo actual conserva sus recuerdos perderá lo mejor. Por eso los auténticos recuerdos no deberán exponerse en forma de relato, sino señalando con exactitud el lugar en que el investigador logró atraparlos”, entre otras premisas que quedan expuestas, no necesariamente de forma literal, entre sus páginas que no escapan a nuestra atención.
Relato y vida se funden en un mismo lugar para mostrar desde otra dimensión lo acaecido. Chapeau!