Los sombreros de brujas –mal reconocidas como malditas, cuando fueron sabias, y no sabemos si tuvieron verrugas o la historia necesitó afearlas para tapar su ancestral sabiduría– se escapan de los negocios porteños en Halloween. También en San Patricio el Bajo porteño se disfraza de Irlanda para llenar de cerveza la pantalla del noticiero que muestra a chicos y chicas con la boca abierta, para que la señora de su casa diga “la juventud está perdida” y la imagen de la mañana siguiente con botellas y alguno que se olvidó la dirección de su casa tirado por la calle le den el sí a su propia razón. En el nuevo calendario de fechas importadas, San Valentín no es la única fiesta del marketing ajeno, pero es una patada ahí, donde todo cala: sí, en los corazones que se reproducen como conejos y encima están flechados –como si el flechazo, a esta altura, no fuera un símbolo, al menos, demodé de la victoria de la cruzada de Cupido sobre el cuerpo femenino– en cada vidriera, negocio, sex shop o restaurante que invita a los enamorados –que los hay, los hay– pero, igual que en las fiestas de fin de año, nadie dice que no haya familias, pero sí que el ritual del chin chin les duele más a los/las que conviven con un duelo o diversos desamparos que a los/las que se empachan de vithel toné y listo. Pero no terminamos de sacarnos el arbolito de Navidad del living (¿del amor?) que ya viene el tren de corazones no sólo para importar un negocio, encima, para aumentar otro: el de las que se sienten frágiles, abandonadas, solas, descolgadas, insatisfechas o incompletas por no tener un chocolate para morder en otra boca en el tan acorazado 14 de febrero.
“San Valentín es una fiesta para hacer sentir mal, no para hacer sentir bien”, deshace Fernanda Nicolini el rojo furioso con el que iluminan las vidrieras febriles de verano y Mercedes Halfon no destila más ingenuidad: “Para hacerte sentir mal cuando estás soltera”. Las dos hablan como escriben, juntas, aunque sean tan distintas como el clásico de la rubia –Fernanda– y la morocha –Mercedes– y Fernanda apunte a un cinismo que resguarda su solidaridad no ostentosa y Mercedes acumule en un cuerpo chiquito de chica pin-up ideas que alejan a la cultura de la crueldad y, tal vez por eso, se animan –con todas sus iniciativas de periodistas de oficio y poetas subterráneas– a hablar de eso que otras chicas cultas quisieran sacarse de encima, como una marquesina que puede ligarlas a un lugar común, tan común como comúnmente sucede: el amor, el desamor, el fracaso, el desencuentro. Pero, por sobre todas las cosas, como dijo el escritor Pedro Mairal, al presentar el libro Te pido un taxi, de Editorial Plaza&Janés, la revalorización de la amistad femenina.
Como la de ellas, simbióticas, opuestas, complementarias, compañeras. Eso: compañeras. Mercedes y Fernanda tienen 30 años. Mercedes escribe en Radar –de Página/12–, ganó el Premio Estímulo de Periodismo de TEA y publicó el libro de poesías Dormir con lo puesto. Fernanda es redactora del diario Crítica y también tiene un libro de poesías: Ruta 2. Las dos –juntas– hacen el blog autobombo.blogspot.com y las dos escribieron –entre Lobos, Buenos Aires, bares, departamentos y Mar del Plata– Te pido un taxi, un libro que describe más allá de dos historias –como las de ellas– una radiografía de la compleja trama de la amorosidad contemporánea. Y las dos se animan a derribar mitos. “San Valentín es una gran confusión”, destruye Mercedes. “En realidad, un poeta escribió algo sobre un casamiento y se lo dedicó a San Valentín. Por eso piensan que es el santo del amor, pero no había ni casado a nadie, es una confusión”, revela Mercedes. Y gritan con Fernanda: “¡Por eso nosotras queremos reivindicar a San Antonio, que es el santo del amor de acá!”.
Fernanda: –El amor y la pareja es lo más íntimo que tenés en tu vida. Vos podés llegar a festejar por tu aniversario. Es un contrasentido que tengas que festejar en público y a nivel masivo algo que es totalmente íntimo. Es una lógica publicitaria: masifiquemos el consumo del amor. ¿Cómo es el amor? Un corazón de peluche. Y no hay cosa que atente más contra el amor que estandarizarlo.
–¿Y el peluche atenta contra el amor?
Fernanda: –No sólo atenta contra el amor, sino que es una idea del amor adolescente. Es un amor aprendido del cine y la literatura. Es una idea de amor, no es un amor de construcción y de práctica. Y la publicidad de San Valentín trabaja con eso: con lo aspiracional, algo que querés tener y no podés.
Mercedes: –Los enamorados están enamorados: son una unidad mínima. Hacer de eso una festividad nacional es hacer de eso una apariencia, mostrar que tenés alguien para ir a comer a un lugar...
–Es como el exhibicionismo –que simboliza Ricardo Fort– de mostrar más que de ser...
Fernanda: –Sí, la ostentación de “yo tengo algo que vos no tenés” porque los que lo tienen no necesitan salir a mostrar nada. Es muy violento para las solteras o los solteros –que no es una enfermedad– estar exhibiendo el amor como mercancía.
–¿Y esa frustración es más fuerte en las mujeres que –visible o sutilmente– tienen el mandato de conseguirse un novio?
Fernanda: –Sí, cualquier cosa que te genere frustración te tira para abajo.
–¿Qué simboliza en el imaginario amoroso actual Te pido un taxi?
Fernanda: –Una amiga tiró “Te pido un taxi” y todas dijimos “sííííí”. Y a partir del título, que era un lugar común que resumía la frustración y el fracaso, se generó el punto de vista de la novela. Una mujer moderna puede decir “Te pido un taxi” imperativamente. Además, es la frase que clausura cualquier posibilidad. Si una hora antes existía alguna posibilidad de amor, sexo, cualquier cosa, “Te pido un taxi” define que después de eso no hay nada más. Es la frase que clausura: hasta acá llegamos.
–¿En qué lugar se ubican ustedes en la amorosidad actual, donde hay libertad pero también mucha vergüenza de sentirse identificadas, en algunos momentos de la vida, con esas chicas que quieren una relación y sienten que los varones se volvieron fóbicos?
Fernanda: –En principio, queríamos que la novela no fuera una típica comedia romántica o literatura de chicas como Bridget Jones o Sex and The City.
Mercedes: –Nosotras veíamos que esta literatura o los blogs no se diferencian mucho de la literatura del siglo XIX, donde, para todos los sinsabores que pasa la mujer, está la píldora salvadora que es el amor cuando aparece el chico indicado. Y cuando la mujer tiene a su bebé siente que todos sus problemas se terminaron. Incluso, las que supuestamente son más críticas, como Bridget Jones, también terminan con sus problemas cuando encuentran al chico al que no le molesta que ella sea gorda.
–¿Se retoma la idea anterior a la liberación femenina, de que no hay realización posible sin un hombre al lado?
Mercedes: Como que, al fin y al cabo, todo se cuenta de la misma manera que en el siglo XIX. Por eso, nosotras nos propusimos ser sinceras con lo que nos pasa alrededor, pero no hacer el final que ella se enamora y se casa.
Fernanda: –Obviamente la posibilidad de enamorarse y tener una pareja estable está todo el tiempo presente en la novela, pero no como la fórmula salvadora. Hay un personaje (Julia) que no está buscando el amor, sino que lo redefine a partir de un fracaso y eso nos parece mucho más real. Y el otro personaje (Bárbara) tiene muchos hombres pero ninguno le termina de cerrar, pero no es porque ella es fea o gorda o los típicos estereotipos de que la mujer no llena los casilleros de la belleza actual. Su insatisfacción es no encontrar al tipo.
–¿Ustedes creen que esta insatisfacción es porque en Argentina hay un mandato social de casarse y tener hijos que sigue presionando a las mujeres? ¿O porque realmente el amor en esta época es más esquivo y eso duele?
Fernanda: –Hoy, entre los veinte y los treinta, hay una licencia social para que estés a la par del varón: estudies, trabajes, pruebes muchos hombres, muestres tu potencia. Pero a los treinta ya tenés que tener certezas: no podés seguir probando con este o con otro y empieza, indefectiblemente, el reloj biológico. En cambio a un tipo que tiene entre treinta y cuarenta no se le exige una estabilidad emocional. Ellos pueden seguir pensando que “algo mejor está por venir”.
Mercedes: –Hay diferencias biológicas, culturales, sociales y familiares que se arrastran de siglos. Y siempre hubo literatura femenina, pero en todos los géneros se puede hacer algo bueno. Orgullo y prejuicio, de Jean Austen, habla todo el tiempo del casamiento y es increíble por un montón de cosas.
Fernanda: –Yo creo que lo interesante es encontrar la narratividad de un discurso particular de la mujer y no sé si para el hombre es igual. Vos conocés a un chico y podés estar cuatro horas contándole a una amiga ese encuentro. Hay una mirada femenina del detalle y los matices, de una observación muy aguda de las conductas humanas, que es muy potente a nivel narrativo.
–En el libro aparece la palabra “chongo”, que marca una categoría que no es ni de sexo casual ni de un novio. ¿Por qué se incluye una definición que viene del mundo gay al universo femenino?
Fernanda: –Es verdad que la palabra “chongo” viene del mundo gay y no sé bien por qué, pero tiendo a pensar que el mundo gay tiene más libertad en los vínculos y las mujeres, para poder tener este tipo de relaciones, tuvimos que importar esa palabra porque no se nos permitía tener una palabra propia. Un pibe dice “Tengo una minita”. Pero si una chica dice “Tengo un tipo”, parece que tenés un tipo que te mantiene. Es bastante sintomático tener que importar una palabra.
–¿Qué pasa con la sexualidad actual, donde están promovidos los juguetes, la performance y donde venden hebillas hay un sector de sex shop para estimular la pasión?
Fernanda: –¡Qué aburrido! ¿Viste cuando te dicen el sexo en el ascensor, el sexo en la cocina? ¿Por qué? ¡Si no hay nada más cómodo que tener sexo en la cama! Yo creo que el sexo también está valorizado como consumo.
Mercedes: –El sexo fugaz, para mí, atenta contra el buen sexo.
Fernanda: –No hay por qué censurar situaciones de sexo fugaz. Hay que tener la libertad de elegir tener sexo sin comprometerse, pero también hay que tener la valentía de decir “No hay nada mejor que el sexo con amor”, sin que se entienda como algo conservador. Es una elección.
Por Luciana Peker
Fuente: Página/12