Hace años, aunque parezca mentira, existía una industria cinematográfica netamente europea y los espectadores españoles distinguíamos muy fácilmente tipos de películas que pertenecían a diferentes géneros: el horror gótico usualmente británico, el polar francés y el giallo italiano son ejemplos clarísimos de un cine con identidad propia al margen de la presencia siempre poderosa de la industria estadounidense en unas décadas de mitad del siglo pasado en las que gloriosas sesiones dobles llenaban el fin de semana de imágenes cercanas y rostros conocidos, un festín para el cinéfilo siempre ojo avizor atento a descubrir la buena pieza entre tanta película.
Después de haber trabajado como guionista en varias películas de diversos géneros, entre ellas algún famoso espagueti-western, Darío Argento consiguió la oportunidad de llevar a la pantalla como máximo responsable una de sus historias y tomó la sabia decisión de apoyarse en una trama que bebía directamente de la literatura más popular en la Italia de finales de los años sesenta, lo que de denominó Giallo precisamente porque las portadas de aquellos volúmenes usualmente se presentaban sobre una base de color amarillo, es decir, giallo
De hecho el reconocimiento de un género cinematográfico con ese nombre proviene históricamente de unos años antes cuando el ahora casi desconocido Mario Bava presentó una película con claras reminiscencias hitchcoknianas en su título, La muchacha que sabía demasiado y evidentemente dicha inspiración en las películas del orondo británico no es casual para el guionista italiano reconvertido en director ya que en su ópera prima Argento basará la fuerza del relato y por ende la resolución del enigma que plantea en elementos insertos en el subconsciente de su protagonista, no por casualidad un joven escritor estadounidense que se halla viviendo en Roma y trabajando en una tesis relativa a la ornitología.
Con L'uccello dalle piume di cristallo (1970) (El pájaro de las plumas de cristal) Darío Argento consiguió no tan sólo un enorme éxito crítico y comercial en Europa sino que mucho más allá, sentó las bases para un género que hasta entonces estaba como quien dice en fase de gestación: Argento en su primera película define las claves prototípicas de una serie de películas que luego aparecerán llegando incluso a cruzar el charco: seriales asesinos sangrientos que se ceban en mujeres indefensas y protagonistas que se obsesionan en la persecución del criminal quedando al margen los funcionarios policiales, ambientes sórdidos y oscuros, personajes secundarios alejados de la normalidad.
Sam Dalmas (Tony Musante) es ése americano que vive en una Roma desconocida o mejor dicho menos vista: una Roma habitual, callejuelas semi iluminadas que llevan a un ático nada lujoso acorde con un edificio en semi ruina, camino del que una noche, andando de vuelta de su trabajo, Sam observa en una galería de arte unas sombras peleando: de pronto ve una mujer que está herida y al acercarse a la puerta de la galería para socorrerla, queda encerrado entre dos muros de cristal: no puede menos que ver a la mujer mal herida sin ser capaz de socorrerla, atrapado en una pecera.
La aparición de la policía, llamada por un transeúnte, permitirá socorrer a la mujer pero levantará sospechas sobre Sam aunque el comisario reconoce estar más preocupado por varios asesinatos de mujeres cometidos recientemente con arma blanca, siendo la acuchillada frente a Sam la única superviviente...
Sam se obsesionará, como escritor que es, en averiguar más datos respecto a lo sucedido, pensando que al fin podrá escribir esa novela que tiene pendiente desde hace años. Su investigación tendrá como resultado una serie de ataques contra él y contra su novia, lo que acrecentará su deseo de dar con quien les amenaza.
Argento tuvo la gran suerte de contar con la colaboración de Vittorio Storaro como camarógrafo consiguiendo un discurso cinematográfico muy tenso, en ocasiones oscuro, con profusión de planos cortos para remarcar y para ocultar también aquello que le interesa al servicio de la trama que está presentada manteniendo el ritmo y el interés por la intriga sin desatender una buena presentación de la psicología del protagonista que se va entrometiendo en unas labores que no le son propias al extremo de soslayar una y otra vez el viaje de vuelta a los E.E.U.U. que ya estaba decidido de antemano: el interés por desenmascarar al culpable de los asesinatos le mantendrá en Roma y a nosotros sentados en la butaca, inmóviles hasta llegar a un final imaginativo que, una vez vista la película, le quita parte de su interés, porque la intriga es buena parte del mérito de la pieza, y en ello tiene tanta importancia el guión como la forma en que el mismo se nos ha presentado, valiéndose Argento de todo lo que en su mano estuvo, incluyendo una estupenda banda sonora de Ennio Morricone que acompaña perfectamente los momentos de máxima tensión y disimula en parte los gritos de las víctimas que ante nuestros ojos son acuchilladas sin compasión usando Argento la cámara subjetiva sin pudor alguno para conseguir una mejor identificación del espectador con la víctima.
Una ópera prima que el tiempo ha convertido en película de culto quizás porque realmente permanece como ejemplo de un género que no nació en la omnipresente industria estadounidense y que se mantuvo al margen de su influencia ya que a ella siguieron unas cuantas más, algunas con mayor interés que otras, pero todas con identidad propia y desde luego sin nada que envidiar a los productos que llegaban de otros lugares; de hecho, dejando aparte algunos aspectos meramente estéticos que han envejecido y detalles de producción ínfimos, se mantiene como una obra muy digna que, esperemos, no se vea refrita cualquier día de éstos simplemente por meter más dinero donde ya el talento de su autor hizo todo lo que debía: entretener y bien al espectador, lo que no es poco.
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