Un ginecólogo a domicilio- Emilio Santos
Vía: El País 22-01-2011 INÉS SANTAEULALIA
Matilde Leal solía echar en cara a su marido que le hubiese animado a tener a sus seis hijos pequeños en un hospital. Un lugar aséptico, sin alma. En cambio, recordaba el primer parto como el mejor. La misma matrona que la había visto nacer a ella la ayudó a tener a su primogénito en su casa de Valladolid en 1963. Matilde nunca volvió a tener un parto como el de su hijo Emilio. Eso siempre le pesó.
Aquella discusión entre sus padres se le quedó grabada en la memoria al pequeño Emilio cuando era niño, aunque entonces no se podía imaginar que 40 años después presumiría de haber ayudado a nacer a más de 200 bebés en su casa. Como le había gustado a su madre.
El doctor Santos es uno de los dos únicos ginecólogos que atienden partos a domicilio en Madrid, además de un grupo de matronas. Y eso le ha granjeado fama de excéntrico entre sus colegas. De las 70.000 mujeres que cada año dan a luz en la región, solo unas 150 eligen hacerlo en casa, una práctica legal en España, aunque no lo cubre la Seguridad Social. Emilio cobra 1.800 euros por parto y atiende un máximo de tres al mes.
Recostado en el sofá del salón de su casa, con Siana, a la que vio nacer hace nueve meses, sobre sus rodillas, no parece médico. Tampoco lo espera. A los 18 años descartó estudiar la carrera porque pensaba que no tenía nada que aportar. "Si pasara consulta le diría a todo el mundo que se fuera a su casa", dice sin inmutarse.
Por tradición familiar estudió Físicas y se sacó una oposición, pero tras unos años de oficina comenzó a atormentarle la idea de que "cada vez había más casos en los que la medicina hacía daño". Pidió una excedencia y volvió a los libros.
Mientras se especializaba en ginecología se pegó a las faldas de Consuelo, una matrona muy mayor. Dice que con ella conoció el verdadero parto. "Mis compañeros piensan que estoy loco, pero yo pienso que pobrecitos, con qué estrés viven un parto cuando es lo más tranquilo del mundo".
Tras varios años de trabajo en hospitales, en 2009 decidió dejar definitivamente los quirófanos. No le gustaba el trato que recibía la mujer, la prisa con la que se actuaba ni el exceso de medicalización. Colgó la bata y cambió la consulta por su casa en una urbanización con jardín en Pozuelo de Alarcón donde recibe a sus pacientes, con las que trata de establecer una relación muy estrecha para que llegado el momento haya intimidad.
Durante el parto Emilio actúa con sigilo. "Soy como un guardia jurado en la puerta de un súper, que tiene que pasar desapercibido, pero actuar si es necesario". Ante cualquier complicación sale volando al hospital, lo que pasa una de cada 10 veces. En estos casos el doctor acompaña a los padres hasta las puertas del centro y les entrega un documento en el que indica que el parto se ha iniciado en casa. "No entro porque no sería bien recibido", se explica.
Aunque solo acepta aquellos casos que no presentan complicaciones, está convencido de que es igual de seguro parir en casa que en un hospital si se trata de un embarazo normal, pero defiende los beneficios del hogar. "Una mujer solo puede parir bien si se siente grandiosa y no está delante de ninguna figura de autoridad".
Un grupo de madres y bebés, a los que vio nacer, lo escuchan embelesados. Solo su hijo Sergio, de dos años, reclama su atención constantemente. Quiere que le cuente La Cenicienta. Aunque en casa de herrero... Sergio nació por cesárea. A la vez que retoma el cuento Emilio sonríe mirando a su hijo: "Digo por conocimiento que los niños que nacen en casa son mucho más tranquilos".