La UE va a perder al Reino Unido, con sus 65 millones de habitantes, casi veinte millones más que España, con una renta per cápita de 35.660 euros (PPA), 5.200 más que la española, por lo que nuestro país se convertirá en la cuarta potencia europea, entre los 27 miembros restantes, tras Alemania, Francia e Italia.
Miles de empresas, de toda clase de actividades económicas y financieras, y de órganos y funcionarios de la UE cambiarán de sede o nacionalidad porque los británicos dejan un hueco que deberá rellenarse.
Pero España, ay, se pelea consigo misma, y no está aprovechando esta situación que podría ayudarla a escalar hacia la cabeza del continente.
No porque vaya a cubrir totalmente la ausencia británica, sino porque podría mejorar su posición, perdida casi irremediablemente con Rodríguez Zapatero, que se centró no en Europa, sino divulgar pintorescas ocurrencias para cambiar el planeta, eso sí, propiedad del viento.
España no está aislada. Está dentro de la UE, cerca de África y del revuelto mundo islámico, y al oeste, junto con Portugal, y a miles de kilómetros, tiene las Américas.
Pero el ombliguismo de los partidos y de los políticos españoles hace que carezcan de sentido de Estado.
Obsesionados con sus corruptelas, dogmas y patanes aldeanismos, recuerdan al buzo que se ahogó porque para rascarse un grano de la nariz olvidó que estaba en aguas profundas y se sacó la escafandra.
Felipe González le ha pedido al PSOE que le permita gobernar a Rajoy, pero, siendo él cosmopolita a internacionalista, sorprende que no alerte sobre la conveniencia de aprovechar el Brexit en beneficio de España.
Quizás porque si lo hiciera debería demandar un gobierno fuerte y cohesionado, una coalición PP-PSOE-Ciudadanos para avanzar como un blindado hacia Europa.
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SALAS