Cuando el 4 de febrero de 1992 un hombre engañó a un montón de jovencitos llevándolos a ciegas para dar un golpe de Estado que bañó de sangre las calles de Caracas, algo cambió en la mente de muchos venezolanos. El 4 de febrero que todavía celebra el chavismo es una fecha que divide nuestra historia entre cuándo a pesar de todo podíamos vivir en paz y cuándo conocimos el rostro de los asesinos que transformarían el país en una tiranía.
Aquella Venezuela con la suficiente fortaleza institucional no sólo fue capaz de poner tras las rejas a un asesino que con mucha verborrea llena de palabras que suenan bonito (pueblo, sentido común, poder popular, lucha, patria…) sino también de destituir un presidente en pleno ejercicio de sus funciones para juzgarlo por malversación de fondos. Eran los años de una Venezuela con problemas pero con una calidad democrática tal que no podía ni en sus peores pesadillas prever un escenario como el que tenemos en estos días. Eran los años en los que para ser Fiscal General de la República era necesario poseer una dignidad e independencia demostrable, no ser el abogado defensor de los intereses de un partido político. Eran los años de un Tribunal Supremo de Justicia compuesto por verdaderos profesionales del Derecho, garantes de la Constitución, no de monigotes con la “rodilla en tierra”.
El caso es que ya no podemos hablar de lo que pudo ser y no fue, sino de lo que es. Vivimos bajo un régimen cuyos protagonistas se dieron a conocer a través de un golpe de Estado. Muchos de ellos no pagaron por sus crímenes porque las causas fueron sobreseídas (Caldera, gracias por nada) y los errores de aquella imperfecta democracia los estamos pagando con lágrimas de sangre. La corrupción que tanto nos asqueaba hace dos décadas, las medidas económicas que llevaron a la desesperación de una nación entera no fueron más que un cuento infantil al lado de la situación que estamos atravesando.
La ingenuidad de un país sin extremismos, la tranquilidad de décadas que habían sepultado la sombra de la dictadura y las ganas de dar una patada a los corruptos a los que atribuíamos todos nuestros males dieron lugar a que millones de venezolanos se dejaran encantar por un flautista que desdeñaba a la clase política y se jactaba de ser como “el pueblo”, como “la gente”. El golpista se presentó como el milagro que acabaría con la pobreza y la desigualdad, como el hombre que acabaría con la corrupción de la IV República jurando que transformaría nuestra Carta Magna para crear una más adecuada a nuestros tiempos. El resentido que condenó a los ricos porque ser rico era malo –hasta hasta que él también lo fue.
No podemos decir que Hugo Rafael Chávez Frías no cumplió con sus promesas, a la vista está la cantidad de venezolanos que están muriendo por falta de alimentos o medicinas. Si seguimos así, dentro de poco no quedarán muchos pobres que se diga. Desigualdad hay más bien poca (cúpula del PSUV aparte, claro) pues la clase media ha desaparecido y prácticamente todo el país está pasando por las mismas dificultades para hacer (cuando se puede) tres comidas al día. La corrupción de la IV República despareció, ya que la inmensidad del desfalco que han llevado a cabo ministros, gobernadores y por supuesto el mismísimo Chávez no tiene comparación con todos los millones que se llevaron todos los corruptos juntos de los cuarenta años de democracia que llevábamos cuando ese asesino cobarde llegó al poder.
Ese que juró ante una “moribunda Constitución” fue el mismo que siete años antes había intentado matarla queriendo tomar por asalto las instituciones de nuestro país. Ese que con el cuento de una Constitución más justa quiso (y en cierta forma lo hizo) hacerse un país a la medida de lo que a él le diera la gana. Ese que en algunos casos pagó miles de millones de dólares nacionalizando empresas que ahora sólo producen pena ajena, que despilfarró dinero regalándolo como si fuera de su bolsillo y sin contar con nuestro consentimiento. Ese que convirtió a la empresa de hidrocarburos más competitiva del mundo en un barril sin fondo que ahora debe hasta los bolígrafos con los que se firman los contratos amañados. Ese que hablaba de la importancia de lo nuestro pero se rodeaba de peseteros asesores extranjeros a los que les importaba un carajo nuestro destino, pues todavía la comisura de los labios se les sigue llenando de saliva cuando recuerdan la vida que llevaban en Miraflores.
El embaucador de Sabaneta y sus compinches después del primer golpe de Estado y poco a poco a lo largo de estos diecisiete malditos años han ido pisoteando una y otra vez la Constitución, la misma que él se atrevió a llamar “la bicha” aunque a juzgar por sus acciones pudo perfectamente llamarla “la puta” mientras el resto de los venezolanos la vemos como “la violentada”.
Los golpistas que quisieron hacerse con el poder por las malas, que en su segundo intento incluso bombardearon Caracas, por más que se disfrazaron de ovejas nunca dejaron de ser lo que siempre han sido, manipuladores que no tienen ningún respeto por la democracia. Su único objetivo era sustituir a los corruptos de la IV por los que junto con ellos construyeron ese rancho llamado V República. Prueba de ello es el último golpe que han dado a los venezolanos: suspender el Referendo Revocatorio que sacaría a Nicolás Maduro, ese heredero descerebrado que Chávez dejó al país como guinda a su revolución saqueadora en la que se dio el lujo de morir matando. Para despejar las dudas sobre el carácter autoritario del chavismo (si alguien las tuviere) bastan las palabras de Maduro: “¿ustedes se van a calar otras elecciones donde la oligarquía tenga algún triunfo?
La Asamblea Nacional se ha pronunciado contra la suspensión del referendo cuyas firmas serían recolectadas entre el 26 y el 28 de este mes bajo unas condiciones draconianas nunca vistas. Así mismo, ha declarado la ruptura del orden constitucional. Sin embargo, el chavismo no entiende de razones, para ellos la democracia es lo que ellos digan, los votos que cuentan son los que les benefician y la opinión contraria es golpismo. En esto último son expertos, siguen celebrando uno de los golpes que perpetraron al tiempo que no paran de recrearse como víctimas del que sufrieron, pues hasta para eso aplican la ley del embudo. Según el chavismo hay golpes buenos y golpes malos. Los malos contra ellos, claro.
Venezuela está bajo un régimen asesino, torturador y corrupto al que desde el principio sin tener ni una sola cuota de poder ni tres lochas en el bolsillo no le tembló el pulso para darle plomo a quien se le opusiera en el camino. El régimen que además de rapiñar la bonanza más extraordinaria conocida por este país, insiste en calificar a sus disidentes como portadores de eso que ellos representan y siempre han fomentado: la violencia, el odio, la división… No podemos permitir más puñetazos en la cara ni seguir poniendo la otra mejilla. Hay que combatir a los tiranos que violan continuamente la Constitución, luchar hasta recuperar el país que nos pertenece. Seguir demostrando (como alguien nos recordó hace un par de días) que somos pacíficos pero no pendejos. Esta puede ser la última oportunidad que tengamos. ¡Basta de golpes!
Fotos:
La Patilla
El Nacional
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