Es curioso saber que, desde su llegada a Santa Elena, Napoleón comenzó una verdadera campaña para convencer a Europa de que sufría un trato cruel por parte de los ingleses.
Nada más lejos de la realidad. Napoleón disponía de una casa con veintidós habitaciones, donde vivían cincuenta y cuatro personas a su servicio, entre ellas cinco jardineros chinos. Los dignatarios que acompañaban a Napoleón tenían viviendas independientes.
El emperador daba paseos a caballo, y en sus cuadras estaban algunos de los mejores ejemplares, que ganaban siempre en las competiciones de la isla.
Tenía una sala de billar e incluso una máquina para fabricar hielo, una verdadera maravilla de la época.
Ornaba la mesa el servicio imperial de plata con las águilas y la vajilla de Sèvres que tenía pintadas las victorias del emperador. En las veladas se vestía siempre de gala.
Los gastos de la casa de Napoleón eran enormes, y los ingleses los redujeron un 30%, lo que hizo menguar el lucimiento de la mesa de Bonaparte.
Tras pasar unos días, uno de los criados del ex emperador apareció en el puerto de Jamestown, capital de la isla, con un carro lleno de sacos con la vajilla de plata. Se trataba de vender al mejor postor aquel servicio de plata, al que habían aplanado a martillazos todos sus emblemas.
Y vendió más de 30 kilos…
Un oficial inglés, que acababa de comprar una pieza, preguntó al criado ¿Qué tal está el emperador?, a lo que éste respondió…Bien para ser un hombre que tiene que vender su vajilla.
Y Napoleón consiguió su objetivo.
La noticia de la venta del servicio de plata recorrió toda Europa, y contribuyó a forjar la falsa idea, que aún perdura, de las penurias de su cautiverio…
Evidentemente, Napoleón no necesitaba vender esa plata, porque tenía una gran fortuna personal.
Ciertamente Napoleón nos puede servir como referencia para saber interpretas las maniobras políticas para manipular la opinión pública. Ya lo dijo:
“Una gran reputación es un gran ruido: cuando más aumenta, más se extiende; caen las leyes, las naciones, los monumentos; todo se desmorona. Pero el ruido subsiste.”
Mark de Zabaleta