Agata Avolio, una mujer siciliana de clase alta, pierde la capacidad de mentir después de sufrir un accidente. La capacidad de mentir, y la de callar: Agata lo suelta todo, sin anestesia, quieran escucharla o no. En las primeras páginas de Un granizado de café con nata (1974), la tercera novela de Alessandra Lavagnino (Nápoles, 1927), se muestra la contradictoria situación de la protagonista antes del suceso. Contradictoria, porque, a ojos de los demás, Agata lo tiene todo: un marido, una familia, una profesión donde se la reconoce, un hogar confortable. Sin embargo, bastan unas pocas líneas para detectar la amargura de su voz: sabe que su marido, Lorenzo, ya no la quiere. Y ese no es su único problema: su hermano se ha vuelto adicto al juego, y ella escucha con pesar los lamentos de su cuñada; además, en el laboratorio donde Agata trabaja hay tejemanejes que la incomodan. Nada es lo que parece en la sociedad de las apariencias, pero Agata, como todos, se acostumbra a callar, a hacer como si nada. Hasta que tiene el accidente.
La sinceridad descarnada de Agata, lejos de "liberarla" de sus tormentos interiores, le causa importantes estragos, como el rechazo de su familia, que la lleva al médico, a una curandera; la trata como a una niña a la que hay que vigilar, sin intentar comprenderla. No la repudian porque sus palabras duelan, sino porque es motivo de vergüenza estar relacionado con alguien que se comporta como ella. Incluso molesta que exprese su afecto, que diga "Os quiero" ("Mejor muerta, si se va a quedar así, dijo mi padre. Mejor muerta", pág. 44). El viejo asunto de
la hipocresía social, de la educación fundamentada en el silencio, en aprender a callar para convivir, en aprender a reprimir las emociones y los deseos, sobre todo cuando se es mujer en la Sicilia de la omertà("Aquel gran silencio en el que había vivido durante años, ¿por qué? Mentir, fingir, o callar. Callar: una palabra que se usa poco. Sólo en el teatro dicen: "¡Cállese!". Nosotros decimos: "No hables". Pero todos callan", pág. 50). Con la mafia, a propósito, también tendrá un encontronazo por hablar demasiado.Una de las paradojas de esta situación se encuentra en el propio personaje de Agata: una científica, doctora en parasitología, una mujer independiente y valorada por sus colegas. Pese a todo, de nada le sirven la emancipación ni su compromiso con el trabajo, porque la institución de la familia (y de la mafia, y de la Iglesia) tiene raíces más profundas que cualquier logro profesional. Ella misma se hunde psicológicamente: se siente culpable por hablar más de la cuenta, querría controlar su impulso; aunque al mismo tiempo sabe que está actuando de acuerdo con sus fuertes principios éticos, sin intención de dañar a nadie. Agata, además, suele fijarse en los zapatos (o en los pies descalzos) de los demás y en la información que dan sobre las personas que los llevan: "Tuve el pensamiento de que su sufrimiento milenario se asomaba en la habitual autoimposición de zapatos demasiado altos. Sólo en su casa [...] se sentía cómoda, con las zapatillas del revés: una flor cayendo y la otra aún erguida" (pág. 116). Los zapatos de tacón de las mujeres que actúan "como es debido" devienen un símbolo de la presión social, de la asimilación de la mentira (el calzado incómodo para los pies) como un componente básico de la sociedad.
, es el eje que vertebra el libro, que está escrito como una confesión de Agata a su marido, una carta en la que le explica cómo se sintió después de lo ocurrido (Lorenzo fue quien más se distanció de ella). El texto, que tiene un final sorprendente -el "castigo" no recae de forma directa sobre Agata, al contrario de lo que se podría intuir durante la lectura-, se lee como una La contradicción entre la verdad y la culpabilidad, entre la honradez y la infamia fábula sobre las presiones de la sociedad. Al igual que enNuestras calles (1969) -su primera novela, y la única junto a esta que se ha traducido al castellano-, Lavagnino se caracteriza por su narración elusiva, sutil, íntima, precisa, de tensión creciente, que obliga a leer entre líneas porque el significado va más allá de lo explícito. Y, de nuevo, vuelve a centrarse en una mujer, en los asuntos que le resultan próximos, en las tensiones a las que se enfrenta. Al mismo tiempo, la autora se distancia de su debut con la introducción de la incapacidad de callar como un elemento alegórico que desencadena la acción. Con Un granizado de café con nata, se ganó la admiración de Leonardo Sciascia, que la compara con Pirandello (en concreto, con su obra Uno, ninguno y cien mil, publicada en 1927) en el epílogo.