Hay un grito adormecido que busca identidad.
Reprimido por la falta de un egoísmo suficiente,
se debate entre una efímera e inerte existencia
y el desafío de salir a la aún injusta intemperie.
Lo siento angustiado y anudado a la garganta.
Lo siento al respirar mientras oprime mi silencio.
Lo siento cada instante que mi reclamo se indigna.
Lo siento en mi oración que no deja de quejarse.
No es por la vida que me tocó, pues esa la acepto,
tampoco es el producto de mis decisiones fortuitas.
Es tal vez como algo más que nació en lo cotidiano,
y en mi iluminación escasa, tomo cuerpo y sentido.
Mi grito no tiene sabor de persona o de nostalgia
viene de más adentro, incluso aún de la entraña.
El eco de su origen me persigue aún en el sueño
y no cesa de reclamar su permanencia y vigencia.
Bendito sea el grito que sin tener vida expresa
me obliga a construirle identidad en mis letras.
Benditas esas letras que al tornarse en poesía,
le brindan al grito aquel una pobre geografía.
Permanece silencioso grito encerrado en la carne,
ya vendrá, te lo aseguro, alguien a leer tu historia.
No importa si al final aquella tu historia silente
no llegue a consumarse en el alarido que encierra.