Bueno, me parece que empezar un blog con un tópico no es empezar demasiado bien pero a mi me ha gustado. Después de mucho tiempo pensando en como expresar mis sentimientos y experiencias vividas en los últimos tres años he creído oportuno usar este medio para hacerlo.
¡Cuántas veces no habremos oído decir, sobretodo a quienes ya son padres, que un hijo te cambia la vida! Es gracioso ver como la reacción es diametralmente opuesta a la esperada cuando se le dice semejante obviedad a una pareja que está intentando tener un hijo. Te miran como si les estuvieras diciendo algo tan absurdo como que la nieve es blanca. Sí, es blanca, pero también está fría, y en contacto continuado con ella, te hielas.
Pero de absurdo no tiene nada, os lo aseguro. Yo era una de esas que pensaba que sí, que te cambia la vida, pero que no iba a ser para tanto. Sobretodo cuando, paseando con mi entonces novio, veías aquellas familias perfectas caminando alegremente por la calle y pensabas, ¿pues no tiene que ser tan difícil? Hombre, difícil, difícil no es, pero sí es una gran responsabilidad que a veces se olvida.
Empieza una vida nueva, para todosAntes de tener un hijo pensamos básicamente en cosas triviales: la tan nombrada canastilla para el hospital, la remodelación y conversión del despacho por una alegre, a veces demasiado, habitación del bebé, el carrito de paseo... pero no se nos ocurre pensar que ese bebé rechonchete y bonico un día se convertirá en un adulto con el que tendremos que convivir. A este paso hasta los 50! Es normal que los meses previos a un primer nacimiento sólo pensemos en un niño pequeñito y no veamos más allá. Aunque a mí cuando la gente me taladraba con aquella típica frase de ¿qué, no os animais? yo siempre respondía, sí, pero crecen. Y vaya si crecen. En tres años mi hijo mayor ha pasado de ser un bultito que correteaba por casa a ser una persona con sus pensamientos, aunque aun muy básicos, pero un "mini-adulto" al fin y al cabo con el que se puede empezar a conversar.
Cambia la parejaDe nuevo otra obviedad: de dos pasamos a tres, si no más. Y en el orden de importancia el resignado padre queda relegado al último puesto del ránking de la afectividad. A menudo se habla de la obligación de papá de compartir tareas, ayudar con el bebé, pero nos olvidamos de los sentimientos de un auténtico rey destronado. No sólo ve como su mujer se ha convertido en una madre a tiempo completo sino que pronto su hijo, por un instinto de supervivencia natural, no le dejará acercarse demasiado a su idolatrada madre.
Cambia el trabajoLa tan conocida conciliación familiar lleva por el camino de la amargura a madres e hijos. Es cierto que en los últimos tiempos las cosas han mejorado y se va por la vía de incrementar las ayudas pero aún queda un largo trecho por recorrer. Es importante no dejar las cosas para último momento e informarse de las ayudas estatales, autonómicas y las que pueda dar la propia empresa; y no sólo la madre, también el padre.
Una vez terminados los permisos maternales y de lactancia se ha de tener muy claro con quién se quedará el bebé, con uno de los padres, con los abuelos, con una cuidadora, en la guardería. Todas las opciones son válidas, mientras la escogida se adapte a las necesidades de los padres y del niño. Pero hay que tenerlo claro desde el primer momento para poder preparar la nueva rutina de modo efectivo. Y sobretodo, hacer lo que uno crea en conciencia, sin dejarse arrastrar por la experiencia de los demás. Conocer otros casos está bien, pero sin quererlos aplicar al pie de la letra a nuestra propia situación.
Cambian los ritmosEl ritmo del sueño es el que más asusta a los primerizos padres. Y no es para menos. Despertarte cada hora a lo largo de la noche durante muchas noches seguidas puede desquiciar al más pausado de los padres. No hay que desesperar y pensar que los niños necesitan un tiempo para adaptarse a los ritmos nocturnos y diurnos. Cuando se está al borde de la angustia hay que repetirse una y otra vez que no es para siempre, que llega un día que, como por arte de magia, el bebé se duerme tranquilamente y los padres descansan periodos cada vez más prolongados.
Las rutinas diarias también cambian y para no desfallecer hay que asumir que es el bebé el que marca principalmente los ritmos. De modo progresivo se le ha de ir enseñando a adaptarse a las rutinas de la familia pero cuando son pequeños hay que intentar seguir sus tiempos. Cuando se asume esto, las cosas van mucho mejor.
Cambia todo, pero para mejorLa vida cambia y a veces la desesperación se adueña de la pareja. Lo más extraordinario de la paternidad es que después de todas las angustias, miedos, agotamientos, llegan las gratificaciones más maravillosas.
El primer “papá” o “mamá” que se oye balbucear en su pequeña boquita; sus primeros movimientos; la primera vez que te abrazan o que te dicen “te quiero muunnnncho” no tiene precio. Compensa todo el trabajo que acarrea el nuevo empleo de ser papás.