Es la verde Helvecia, bajo el cielo de Calabria, con la solemnidad y el silencio de Oriente.
Un invierno en Mallorca (Georges Sand, 1855)
En mayo, Mariano Rajoy se afanaba en volver a plantear el proyecto del gasoducto del Mediterráneo en Bruselas. Así, aprovechando las circunstancias en el Este, mataba dos pájaros de un tiro: se marcaba un punto con la Unión Europea y remendaba su posición política tras el bofetón de las elecciones. Después, llegó el veranito y, como cada año, todo se congeló entre la piscina y la playa; la barbacoa, las cervezas, etcétera. Todo queda paralizado un par de meses hasta que llega septiembre, y los críos necesitan libros, las familias necesitan llenar el carro del súper, y los políticos necesitan seguir prometiendo.
Hace siglo y medio, George Sand desembarcaba con su amante, Frederyk Chopin, en la isla de Mallorca. Allí, en un periplo de noventa y tantos días intentarían, infructuosamente, sanar un cuerpo sitiado por la tuberculosis; buscando el exótico sur que no encontraron en las costas mallorquinas. Diríase que hallaron algo distinto a lo esperado, una sociedad de chuetas y campesinos que se alejaban notablemente del mito del bon sauvage que, quizá, impregnaba sus retinas desde la bahía de Palma. Aunque dudo que al oriundo balear le importase una… ¿sobrasada? lo que pensaba esa francesa que tenía por costumbre vestirse de francés.
Por otro lado, y probablemente al margen de todos estos acontecimientos antes citados, hace unos pocos meses, aunque parecería que de esto hace ocho o doce siglos, el integrismo islámico asomaba la cabeza tras el velo que, día tras día, la mayoría de Occidente se encarga de ocultar por una u otra razón. En este caso, el filo terminó por martirizar y dar muerte a un periodista de los de verdad, James Foley, quien desapareció en Siria hace un par de años. Y, quizá, más que ver el sangriento documento que lo atestigua —el cual está petado de visitas, por cierto—, valdría la pena informarse acerca de los acontecimientos actuales en Iraq y Siria de la mano del ciclo de entrevistas que Vice News realizó a miembros del llamado Estado Islámico.
Y todo ello está relacionado. Son tres claros casos de incomunicación.
Pero, evidentemente, de todo esto nadie habla en realidad. Así como los dos amantes no se citaron en sus respectivas composiciones artísticas en la vieja Maiorica; todos olvidamos rápidamente lo que ocurre a nuestro alrededor, por desinterés, por falta de compromiso, e incluso por gravosa desinformación. El verano de este 2014 pasa tan rápido como el resto, cuando llega agosto acortando días y volviendo un poco más triste cada atardecer, pensaría cualquiera. Cuando llega, de nuevo, el fútbol, la telebasura, los reality shows y vuelven a ponernos la venda en los ojos; eso sí, tampoco es que les cueste demasiado.
Mientras, a cuatro mil kilómetros de distancia de la Península ibérica —que, aunque no lo parezca, es una longitud mucho menor de la que hay a Norteamérica, por ejemplo— hay yihadistas; yihadistas de los que no sabemos nada, adoctrinando, matando y decapitando a personas desde hace meses; y a nosotros nos llega información fragmentada acerca de lo sucedido de la mano de un verdugo que asesina a un periodista americano frente a una cámara. Su intención es clara y directa: quiere mover el ojo del Gran Hermano hacia allí. La nuestra también: necesitamos ese tipo de atrocidades para ser impactados por lo que hay a nuestro alrededor; y ya, ni eso.
Patio de la Mezquita de los Omeyas (Damasco).
Puesto que el panorama internacional se mueve a unas revoluciones en las que semanas parecen minutos, y minutos… Bueno, los minutos se nos escapan de los manos: uno a uno; ya podemos obviar, rápidamente, la crisis entre Palestina e Israel que movilizó a grandes grupos de personas alrededor del globo hace… ¿15 días quizá?; personas que criticaban la actitud de Israel y de Hamas; personas que condenaban la muerte de civiles inocentes y medios (y grupos, y lobbies, y celebrities; ¡ojo!), predominantemente, estadounidenses e israelíes que parecían ver muy clara y lícita la actitud del gobierno israelí. Aquí no pecaré de simplista, pues mi intención no es más que llamar la atención sobre distintos hechos que están ocurriendo en paralelo frente a nosotros.
A su vez, el Estado Islámico es, hoy día, una realidad más; una realidad francamente cruel, peligrosa y atrasada a nuestro tiempo, donde un manuscrito religioso (Corán) se convierte en una ley a todos los niveles; una sharía pervertida por el integrismo que supone huida, temor, privación de libertades y derechos humanos y muerte por doquier. Pero nadie habla de eso todavía. Y quien advierte uno de estos temas, no tarda en optar por la inacción. Y ese es el verdadero problema. Como sociedad, vamos tarde.
Abu Mosa, agente de prensa del Estado Islámico durante una entrevista realizada por Vice News en Siria.
Y ahora nos acercamos otra vez a un contexto más cercano, que quizá sí nos suene a todos, porque a esto los medios sí se le han dado bombo y platillo. Con innumerables matices frente al resto de temas —principalmente, por considerarlo de menor importancia que lo inmediatamente anterior, pero también por respeto y conciencia democrática—, al Estado catalán, compuesto por aquellos miembros de la sociedad catalana que desean decidir su independencia frente al Estado español, le ocurre algo similar; para empezar están hablando, y están siendo desoídos desde hace varios años por el gobierno central. Y es que Europa y, en especial España, no parecen desear conversar con sus semejantes, sino limitarse a ignorarlos. Pero no es un problema que exista en las calles de Barcelona, Gerona, Tarragona o Lérida, sino también en el País Vasco, y en Galicia, y en la mayoría de comunidades que no están de acuerdo con mantener eternamente ese parche que se realizó en la Constitución de 1978. Y si me apuras, en Grecia, en Italia, en Portugal…
La paz no se busca hablando con los amigos, sino con los enemigos.
Moshé Dayán
A mi modo de ver, el catalán que no se siente español tiene todo el derecho del mundo a buscar las vías que considere oportunas para cerciorarse de si la mayoría de los catalanes se sienten o no se sienten españoles (o sea, mediante referéndum popular y democrático). Asimismo, el español que no se siente cómodo con la Constitución de 1978, tiene derecho a buscar una solución a ese problema… Obviar esto y no buscar el diálogo entre las partes siempre trae consecuencias; decir que todos los españoles deben decidir el futuro de Cataluña es mentira (y es fascismo, además), a no ser que ese español viva en Cataluña y, aun así, para no alargarme en exceso, estoy convencido de que, de celebrarse la votación —lo cual tampoco dudo con la comunidad internacional ojo avizor—, ganaría el no. ¿Por qué?
Porque el catalán (medio) se siente español; muchos catalanes se sienten catalanes y españoles; otros se sienten españoles; otros se sienten catalanes y otros tantos no sienten nada y pasan de este tema. Pero la vía de la independencia es una apuesta tradicional que ha cogido fuerza por un clima de malestar concreto. ¿Cuándo ha sido Cataluña un estado? ¿Qué interés tiene? Cataluña, Baleares, Andalucía, Galicia, Valencia… es decir, los ciudadanos de Cataluña, Baleares, Andalucía, etc., quieren mejoras, quieren que no se les tome el pelo y un largo etcétera. Y apuesto que, si lo piensa en frío, la mayoría ve una tontería duplicar organismos e instituciones oficiales ad hoc, igual que ve una tontería dejar de formar parte de un estado del que forman parte y con el que han mantenido siglos de convivencia. Lo sé. Lo sé porque hablo con la gente, no con los políticos. Hablo con la gente por la calle; hablo con la gente de las tiendas, con los amigos, con la vecina… y todos son catalanes, y algunos quieren la independencia, pero oye, ni de coña una mayoría.
¿Saben quiénes no hablan ni escuchan a los ciudadanos, verdad?
El problema real surge cuando las partes no escuchan, cuando las cosas se imponen, o se ignoran, o se encubren. De golpe y porrazo, tenemos el ébola hasta en la sopa, y a Pujol (que es un mangante, como tantos catalanes y tantos españoles), y nada se resuelve. Porque nadie quiere saber nada de este tinglado, ni de muchos otros.
Jordi Pujo, 126º presidente de la Generalitat de Catalunya (1980-2003).
Por último, apreciaría además que no se buscasen tres pies al gato, y que nadie empezase a leer aquí o allá que si se compara Israel con Siria o Iraq, o con Cataluña, o con quien se quiera relacionar. Apreciaría que el lector empezase a razonar, a buscar soluciones y a entablar diálogos de forma real y global entre regiones que, hoy día, están obligatoriamente interconectadas y, quieran o no, van a tener que aprender a convivir.
Esto no es una llamada al diálogo de los opuestos, es una realidad. Decía un famoso israelí: la paz no se busca hablando con los amigos, sino con los enemigos. Y yo creo que esos viejos, esos jóvenes y esos niños que graban con sus smartphones estadounidenses cómo los cuerpos de sus antiguos compatriotas son decapitados y sus cabezas son clavadas en una pica, necesitan mucho diálogo con el resto del mundo. Y nosotros necesitamos empezar a establecer puentes con ellos si queremos intentar que una zona que pervive en el pasado, se adecue al tiempo presente.
Y es que el gobierno religioso y la caza del infiel, no funcionó aquí. Y tampoco lo hará allí. Y en eso sí llevamos algunos siglos de ventaja frente a ellos. Pero eso no es excusa para seguir tratando a cualquier individuo que no pertenezca a Occidente como un niño que necesita nuestra ayuda, pues muy a menudo escoger esa vía solo empeora las cosas. Ellos, que no dejan de ser más que nuestros semejantes, que son un pequeño grupo —aunque no tan pequeño ya— y que no tienen discurso. Que critican a Occidente, pero se han formado aquí; que maldicen a la industria europea, pero usan unas Ray Ban para protegerse del sol del desierto, que usan tecnología de infieles para extender su discurso, y que mantienen una idea religiosa unívoca para seguir pensando que tendrán una recompensa en la otra vida, aunque a diferencia de los verdaderos musulmanes, les preocupa más de la cuenta lo que los demás hacen con su existencia terrenal.
Moshé Dayán fue un político y militar israelí.
Porque una cosa está clara. En un mundo donde vamos a vivir más de cien años, estamos destinados a llevarnos bien, o a no vivir tantos años. Y todo esto se resume en que necesitamos canales y medios de información reales (o sea, útiles), que nos permitan filtrar el ruido, pero también rebuscar entre él; en un mundo tan globalizado como el que se nos viene encima, necesitamos concienciar a la gente de los valores reales de este siglo, de la desaparición de las fronteras, de la necesidad de un fin común… y, todo ello, puede parecer utópico, pero no hay muchas alternativas.
O podríamos hacer como George Sand y crearnos una imagen absolutamente fantástica del prójimo durante nuestro viaje y, al contrastarla con la realidad —donde, según ella, el mallorquín de época dedicaba su tiempo únicamente al campo e impregnaba su casa de una total falta de intelectualidad—, darnos un gran bofetón. O mejor aún, no contrastarla, y seguir sitiando los medios, los cafés, las calles y el mundo entero de medias verdades e ideas simplistas que facilitan nuestra (escasa) comprensión del mundo. Y es que un sitio, una lengua y una cultura, es su gente. Todo lo demás, poco vale. Y despreciar, ignorar u obviar la voz de un colectivo jamás ha traído nada bueno, porque un país no es un territorio: son aquellas personas que allí viven y han vivido. Y quizá todo esto sería bueno recordarlo también a nivel geopolítico.
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