Revista Arquitectura

¿Un hogar para ancianos?

Por Juan Carlos Vaquerizo Jimenez @jcvaquerizo
¿Un hogar para ancianos?

El Proyecto

Fue una maldición que el chico terminara la carrera de arquitecto. 
Antes sus padres vivían en una casa de payés encalada cuyas paredes durante dos siglos habían creado un interior profundo que olía a manzana. En el corral había una higuera y un limonero. 
Mientras el vástago de esta humilde familia de labriegos estudiaba en la ciudad las teorías de Mier van der Rohe, de Otto Wagner y de los vanguardistas más audaces, en aquel corral florecían cada año los rosales junto al gallinero. 
Había sido un alumno aventajado, pero aun así no encontró trabajo al finalizar los estudios. Sus padres con gran sacrificio le dieron una salida y el hijo sólo quiso rendirles un homenaje realizando para ellos un proyecto que fuera a ¡a vez una prueba de amor y de audacia. La casa familiar fue derruida.
Desaparecieron las frescas estancias por donde corría la brisa después de inflar las cortinas de flores. También se ausentaron los antiguos perfumes que dormían en las arcas, los matices de luz que la cal arañada había dejado entre las vigas. Sobre este derribo creció un cubo de acero y cristal de tres alturas y allí donde antes maduraba la higuera y el limonero en medio de gallinas, rosas y conejos ahora volaba una proa muy aérea con un bauprés que luego sería el dormitorio principal. 
El nuevo arquitecto en aquel espacio tramó un ideal de volúmenes transparentes y colgados que se unían con una escalera de metacrilato sin pretil y cuando la obra estuvo terminada los labriegos la habitaron con una mezcla de orgullo y terror. 

Han pasado ya algunos años. Vestidos de negro, él con boina, ella con pañuelo y delantal, ambos se hallan encaramados desde entonces en lo alto de un espigón de cristal que hace de mirador y todavía no han osado bajar de allí, aunque los bomberos se han prestado a ayudarles. Gozan de una espléndida panorámica. Sentados en sillas de Philip Johnson, desde allí divisan todo el campo de coles y berenjenas, pero éste ya no les pertenece. Hubo que venderlo para que el chico lograra realizar su único proyecto.

Manuel Vicent

El País 5 de agosto de 1990
¿Un hogar para ancianos?

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