
La puesta en escena a la que asistimos, que huye una vez más de la literalidad, no hace demasiada justicia a la primera ópera romántica importante de Wagner, ya que la traslación temporal a los años 20 del siglo XX y el nuevo corpus simbólico aplicado, desvirtúa y tergiversa a nuestro entender la poderosa y legendaria ambientación histórica. No se hallarán aquí ni el mar tempestuoso de la costa de Noruega, ni buques tripulados por marineros, ni ruecas giradas por hilanderas. El original navío y tripulación de Daland han sido sustituidos por una pléyade de diligentes oficinistas ataviados elegantemente y con idénticas gafas circulares que, presididos por un gran mapa de África, trabajan de forma incansable para su severo jefe realizando gestiones con el único objetivo colonialista. El timonel, en vez de guiar la nave, se comunica con los tripulantes del bajel fantasma por medio de un teléfono de la época.
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