Revista Diario
Foto de Manolo Toledo Era un padre amado. Un abuelo amado. Un marido amado. Ingresó por una nadería. Y le descubrieron una cirrosis. No bebía alcohol. No sabía por qué tenía eso - decía - Tal vez en el cuartel, hace siglos. Pero lo cierto es que la cirrosis sí sabía que lo tenía a él. Y estaba en su estadio terminal. De esos en los que un soplo de aire derriba al árbol entero. Y a él lo derribó la nadería sin importancia. - Hola - me oí la voz muy bajito - Soy la Doctora Jomeini, la anestesióloga de guardia. Les llamo porque tengo que volver a conectar a su padre al ventilador. Está muy cansado. En realidad, lo que quiero decir y no digo es: "Por favor, vengan, rápido, para que les dé tiempo a despedirse. No van a volver a verlo despierto. No va a aguantar más". Pero al otro lado de la línea telefónica, la voz no entiende. O no quiere entender. - O sea, que la próxima vez que lo veamos estará dormido. - No - me obligo a ser lo más suave posible pero ¿cómo suavizar esto? - Quiero que vengan ahora, porque no sé si volverá a despertar. La voz al otro lado se queda muda. Se oye un sollozo. Y otra voz, masculina, coge el teléfono y me dice: - Vamos para allá. También es un paciente amado. Amable, educado, risueño. - Don Andrés, ese pulmón no aguanta. Lo voy a tener que dormir de nuevo. Pero voy a esperar a que venga su familia. Él me mira con una mirada profunda y penetrante. - ¿Me duerme para no despertarme?- me pregunta. Dejo caer los hombros. ¿Qué le digo, señor?¿Que sí? ¿Que estoy convencida de que no va a soportar más? No va a ver de nuevo a su mujer, ni a sus hijos. No verá crecer a sus nietos. ¿Y yo tengo que decírselo? - No lo sé - le respondo finalmente. Tal vez fui cobarde. Pero no podía quitarle el último soplo de esperanza. Y él asiente. Y no dice más. Pero veo como su mirada se apaga. Lo único que aún no le fallaba, se apaga.
Murió esa noche. Su familia pudo despedirse de él. Y él de su familia. Y yo llevo una semana sin poder quitarme su mirada de la cabeza.