Nada se antoja casual -y no lo es- en la disposición de un buen libro. Así que yo propondría que iniciásemos la lectura de Un hombre solo fijándonos en el primer y en el último versos del poema inicial ("Amó lo prohibido y castigado fue por ello [...] y entregó su paz a cambio"). Creo que ahí se puede encontrar la clave íntima de este volumen, porque Pascual García nos invita en estas páginas a que entremos en un período acre de su vida, una franja de meses en la que experimentó la soledad, el vacío y, tal vez, la penitencia que sucede a un pecado. Y no utilizo ese vocablo religioso o existencial de forma arbitraria. Él mismo repite en muchos de los versos, incansablemente, palabras como "crimen", "atropello" y "culpa", aunque también advierte (y advierte de) que no fue el único actor protagonista en esa trama amarga de aislamiento, decepción, frialdad y abandono. Pero volvamos a los dos versos que citaba al principio. "Lo prohibido" supone aceptar un anhelo, abalanzarse hacia una búsqueda y asumir un riesgo. De esa exploración (nos dice) se derivó un castigo, que el poeta asimila entregando su "paz", es decir, su insatisfactoria normalidad doméstica, su laxitud gris. Para salir de una cárcel hay que romper (nos insinúa) barrotes, y esa operación implica roturas y rupturas, destrozos y heridas, desaires y melancolías.
Abandonado el ámbito confortable pero decepcionante en el que habitaba, el poeta se lanza a la aventura de estar solo. O, mejor dicho, de ser solo. De descubrirse a sí mismo en un territorio hostil en el que ha de aprender a curar sus propias llagas. Un espacio nuevo donde dormirá en una cama gélida, se servirá cenas para una sola persona y saludará a vecinos que ignoran su aislamiento; pero del que saldrá fortalecido y dispuesto para recibir en sus ojos y en su corazón una luz nueva. Tampoco es casual que el poema que cierra el libro gire alrededor de la palabra "amanece".
Sus lectores habíamos visto en obras anteriores a un Pascual jubiloso, a un Pascual refugiado en los libros o protegido y aliviado por la amistad, a un Pascual triste por amores insuficientes, incluso a un Pascual enfermo, pero nunca habíamos recibido el impacto crudo, explícito, sin ambages, que nos ofrece con sinceridad descarnada en estos poemas. Y eso convierte Un hombre solo (La Fea Burguesía, 2020) en un punto de inflexión en su trayectoria, un libro excepcional e inolvidable, un crómlech de amargura.
En estos tiempos difíciles, en los que el confinamiento nos viene impuesto por criterios sanitarios, Pascual ha atravesado el desierto interminable de una doble soledad aterradora: externa e interna. Y la forma de abrazarlo, como amigo y como autor, consiste en leer y releer estos versos, que son gotas de su sangre, gotas de su alma, gotas de sí mismo convertidas en palabras, que generosamente nos entrega.
Nietzsche afirmó una vez que en el verdadero amor es el alma la que envuelve al cuerpo. En la poesía verdadera, también.