Revista Historia

Un iceberg llamado ermita de Bellvitge

Por Ireneu @ireneuc

Si hay algún símbolo que por sí solo represente la historia y los destinos de L'Hospitalet, esa es la conocida ermita de Bellvitge. Dedicada a la advocación de Santa María y documentada desde 1279, esta pequeña iglesia está situada hoy día en medio de un desangelado parque, rodeada de los feos mamotretos de hormigón prefabricado del polígono residencial Bellvitge, la docena larga de carriles de la Gran Vía y la sombra de la incalificable torre del hotel Hesperia. No obstante esta circunstancia, la ermita de Bellvitge es uno de los edificios más antiguos de la ciudad, cuyos orígenes se remontan hasta el siglo X-XI. Una historia antiquísima que se nos esconde a plena vista porque, más allá del edificio que vemos, y talmente como si fuera un iceberg, la ermita tiene bajo tierra casi más construido que por encima. ¿Lo sabía?

Mucho ha cambiado el paisaje desde mediados del siglo XX hasta la actualidad alrededor de la ermita de Bellvitge. De los bucólicos campos que, con sus altos chopos y verdes huertas, la rodeaban se ha pasado a un paisaje urbano gris y negro como el cemento y el asfalto que ha invadido esta parte de la ciudad. Este cambio tan radical ha hecho que el lugar haya perdido la magia que tenía y que hizo que durante muchos siglos, aquella iglesia en medio de la nada fuera punto de peregrinación obligada de los hospitalenses y de no pocos barceloneses. Sin embargo, y pese a que la ermita se encuentra en el mismo sitio donde se construyó, el paisaje que le rodea hoy, o incluso durante buena parte de los últimos dos siglos, no tiene absolutamente nada que ver con aquel que había en este rincón del planeta cuando el pequeño templo se construyó. Nada.

La historia de Bellvitge arranca a finales del siglo X cuando, con el retroceso de los ejércitos musulmanes, el rio Llobregat se convierte en la frontera entre al-Ándalus y los condados catalanes. Esta nueva situación hace que los cristianos quieran tomar posesión de aquellas tierras recién conquistadas, pese a ser tierras pantanosas que el río Llobregat había ganado al mar hacía relativamente poco. De hecho, en aquel momento, la linea de costa se hallaba un kilómetro más hacia el sudeste, entre la actual costa y la Gran Vía, pero es que tan solo 2 siglos antes la costa estaba por encima de la Gran Vía, de tal forma que, donde hoy encontramos la ermita, habríamos encontrado una coquetona playa. Pero en el siglo X, el problema no venía del mar.

Hoy, si queremos ir desde el final de la Rambla Marina hacia la ermita de Bellvitge, hemos de cruzar los cuatro carriles de circulación que bajan paralelos a la rambla. No obstante, alrededor del año 1000, un caminante que quisiera hacer el mismo trayecto se habría encontrado con que tenía que cruzar, no una ancha calle, sino un antiguo cauce del río Llobregat llamado Llobregadell. Un cauce que, arrancando del meandro de la Marrada ( ver La Marrada, el meandro olvidado de Cornellà-El Prat) atravesaba la llanura deltaica hasta la costa pero que, pocos años antes, había sido abandonado por el río al abrir un nuevo cauce más hacia el Garraf, en una de sus numerosas y violentas inundaciones.

Pese a este accidente geográfico que, lejos de quedar seco, había quedado convertido en una zona de marismas por obra y gracia del nivel freático del delta ( ver El metro, un pozo escondido y el río subterráneo de la estación de L'Hospitalet-Av.Carrilet), la zona consta en el año 995 como perteneciente a una tal Amalvigia. Nombre que, con el correr de los años, pasaría a Malvige (entendido como "mal viaje", documentado en 1057), convertido por oposición -al ser un lugar sagrado- en Benvige (1279), Belvige (1283) para acabar, finalmente, en Bellvitge (1323). Sea como sea, a principios del siglo XI, se conoce que la masía de Malvige dispone de una iglesia. Una iglesia que, perteneciente a la parroquia de Santa Eulalia de Provençana ( ver Buigas y la olvidada "fuente mágica" de L'Hospitalet), correspondería a nuestra ermita aunque, para ser exactos, tendría que decir a su parte subterránea. Y es que cuando el río Llobregat impone su ley, los demás no pueden más que adaptarse.

Efectivamente, según se ha sabido por excavaciones llevadas a cabo en 1981, la ermita original era un edificio de estilo románico de tres naves rematadas con un ábside y dos absidiolos en su cabecera, que tendría un aspecto muy similar a la de Sant Climent de Taüll, de la cual sería contemporánea. No obstante, el hecho de encontrarse en plena llanura de inundación, relativamente cerca del río y de un brazo abandonado (aunque activo en época de riadas) hizo que, a cada nueva avenida, la ermita se viera inundada. Inundaciones que fueron dejando su fértil carga de lodo en el terreno y que provocó que el terreno circundante fuera progresivamente aumentando de nivel. Aunque, claro... la ermita no lo hacía.

Así las cosas, a cada riada (y se tiene constancia de 185 desbordamientos desde el año 1100), la iglesia tenía que ser reparada y limpiada. Una faena que no siempre apetecía -¿para qué? ¿para que en dos días se vuelva a llenar?- lo que llevaba a que, en vez de quitar lo añadido, se pavimentara de nuevo sobre la capa de barro seco, creando una nueva solera que elevaba el nivel de uso de la ermita. Sin embargo, ello significó que tras pasar unos cuantos siglos de enfangadas y nuevos suelos, la ermita románica original habría tenido la altura de una caseta de perro. Por suerte, las continuas reparaciones, ya fueran por daños naturales o provocados por guerras, permitieron el recrecimiento de los muros exteriores y su progresiva adecuación a un nivel circundante cada vez más alto. No obstante, la destrucción de la iglesia por las tropas de Felipe V durante la Guerra de Sucesión hizo que en 1718 se hiciera tabula rasa y se levantara un nuevo edificio en estilo barroco aprovechando los muros del original, siendo éste el que ha llegado, con más o menos modificaciones, hasta la actualidad.

En definitiva, que si excavamos los muros exteriores de la ermita de Bellvitge encontraremos que hay muro hasta llegar a los 5 metros de profundidad, que sería el nivel original del delta del Llobregat ( ver El delta del Llobregat, una costa en retroceso) cuando se construyó la primigenia iglesia románica. Un nivel en el que se encontraron diversos cuerpos sepultados del siglo XII, acompañados de cerámica de la época y que nos habla de un tiempo, un espacio geográfico, una historia y unas costumbres que han pasado, pero que, tal y como nos enseña la propia ermita, son las bases sobre las que hemos construido lo que vemos hoy en día y sin las cuales no podremos comprender el esquizofrénico mundo que nos rodea.


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