Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña
Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica
Y allí estábamos, en mitad del Valle de la Muerte en pijama. Deambulando por los alrededores de Stovepipe Wells Village acompañados por el graznar de los cuervos y el calorcete mientras veíamos amanecer. Coches momificados al sol (al parecer el clima seco de California los conserva estupendamente), pero no de la Toscana, completaban el paisaje de aquel villorrio para turistas. No sé si fue por descuido o por las altas temperaturas pero aun no entiendo el motivo que llevo a una familia a dejar el maletero del coche abierto durante toda la noche. Igual es costumbre allí la de dejar secar o enfriar las cosas porque cuando salimos de la habitación de buena mañana nos encontramos la barandilla llena de bañadores, calcetines y toallas. También zapatos junto a la puerta, lo cual es una mala idea en un lugar tan inhóspito como ese y no porque te los roben, no. Verán, durante mi pre adolescencia, emperrado en ser más pringado aún me dio por la entomología a lo bestia (como a Urkel en Cosas de casa vamos) y claro, aprendes algunas cosas como que a los insectos adoran los lugares oscuros y húmedos para guarecerse. ¿Y qué lugar oscuro y húmedo pueden encontrar en mitad del desierto? Pues la parte interior de un zapato y teniendo en cuenta que el día anterior un escorpión había picado a un bávaro en su cuarto arriesgarse a que uno de estos arácnidos con cola decida esconderse en ellos es cuando menos insensato. Para su consideración y aprendizaje les diré que la araña conocida como Viuda Negra es la más peligrosa del mundo no porque su veneno sea el más terrible sino porque le encanta anidar en zapatillas. Alé, ya les he metido el miedo en el cuerpo de por vida y los veo revisando sus pantuflas hasta el fin de los días.
Sea como fuere antes de abandonar aquel oasis (cursi pero acertado) paramos en la tienda de regalos y cachivaches para hacernos con los imanes de rigor. Aún conservo la bolsa del sitio por lo chulo que me pareció el logo. Estuve tentado a comprar una hebilla de cinturón enorme, pero donde vivo ya me conocen demasiado y no es mi intención pasar a la posteridad como “el tonto de la hebilla”. Añado al detalle que compre un Gatorade sabor ponche de frutas, un mejunje al que me aficione durante el viaje y que, evidentemente no encuentro aquí. Check out, carretera y manta. Rumbo a Las Vegas, pero haciendo paradas, como la que nos llevó a parar justo encima de Bad Water, para ver toda la terrorífica extensión de terreno que conformaba El Valle de La Muerte. Turistas italianos aparte (que nos pidieron que le hiciéramos una foto) nos fijamos en un Hummer H2 envuelto en la bandera norteamericana de la compañía turística Big Horn de Las Vegas. El conductor era un tipo disfrazado de vaquero (o igual viste así siempre, vallan ustedes a saber) con su sombrero, sus botas y su hebilla antibalas. Mencionado esto déjenme que pare para otra de esas alegres reflexiones personales, en este caso sobre el mortífero valle. Si, debió ser el infierno en la tierra cruzarlo sin medios. Tiene que ser un asco que se te pinche una rueda allí. Por supuesto que hace un calor terrible. Pero, pero, pero…tampoco es tan fiero el león como lo pintan ya que el tráfico rodado es bastante abundante, la carretera está llena de paradas turísticas y si bien es cierto que Stovepipes Wells Village es el hotel que está justo en el centro del valle, en la salida hacia Bad Waters (que está a unos 20 minutos en coche) hay otro (con una pinta de hacienda mexicana de narcotraficante que tira de espaldas) por lo que el sitio, siendo inhóspito, tampoco lo es tanto por la afluencia de turistas.
A su izquierda muerte. A su derecha más muerte.
Volviendo al camino, salimos del valle. Salimos sin utilizar el maldito pase para los Parques Nacionales, y no, no es que les esté animando a no comprar el pase si alguna vez se ven por allí, pero lo cierto es que para nosotros, como ya descubrirán, fue bastante inútil. En la garita de los Rangers no había ni Perry y evidentemente pasamos de largo. Al rato de la marcha nos vimos metidos en un pequeño embotellamiento a causa del asfaltado de la carretera. Tampoco crean que nos entretuvo mucho. Música, Las uvas de la ira y conversaciones monguer sobre la ciudad del pecado ayudaron a pasar aquel pequeño retraso en el que sería uno de los desplazamientos más cortos de todo el viaje. Una vez escapamos de las garras del trafico Las Vegas se comenzaba a sentir en el ambiente. Pero que dice oiga, está usted tonto o es que se le ha frito el cerebro de tanto sol – pueden estar pensando – No, no…nada más lejos, hicimos una nueva parada para repostar combustible y en el interior de la gasolinera, aparte de atendernos una rotunda y amable mujer, pudimos ver una ingente cantidad de máquinas tragaperras apoyadas contra la pared situada a la derecha de la entrada del establecimiento (y a un señor mayor arreglando una de ellas). Ya saben en Nevada el juego es legal asique hay maquinas hasta dentro de un bol de fideos (premio para el que adivine la referencia). Otra cosa que me llamo la atención es que en el estado en el que nos encontrábamos gustaba lo Cowboy, porque en cada pueblo/población que atravesábamos había una tienda de ropa Cowboy. ¿Personajes dicen? O si, nos llamó la atención uno que vimos caminando al lado de la carretera que tenía una pinta de Redneck (garrulo de pueblo) peligroso que tiraba de espaldas. Para que se hagan una idea, aquel tipo sin rumbo tenía un aspecto más cercano a Trevor de GTA V que a los violadores montañeses de Defensa/Deliverance de 1972.
El viaje se hizo corto. Ahí estaban la fabulosa Las Vegas, rodeada de barrios residenciales conformados por viviendas clonadas de color tierra en las que los veganos desempeñaban sus vidas alejados de las luces, el oropel y el mármol de contrachapado con el que embaucar a turistas poco ilustrados. Las Vegas, al fin, y entramos a ritmo de Elvis Presley aunque siento decir que no fue acompañados de Viva Las Vegas, Blue Suede Shoes o Hound Dog sino por la balada Always on my mind que por derecho es una gran canción pero bastante bajonera para entrar en la ciudad del pecado. Sea como fuere, ahí estábamos viéndoles el culo a los hoteles del Strip, porque no entramos desde el famoso cartel de bienvenida a la ciudad, sino por la autopista y de ahí a nuestro hotel, el Treasure Island o TI para abreviar (abreviación que uno de mis compañeros de viaje confundió con Todo Incluido). Nuestro hotel tenía ambientación pirata y es que en Las Vegas no hay un hotel normal, es como una colección gigante de habitaciones fantasía de un motel para parejas. Que si el que parece Venecia, el que parece una carpa de circo, el que parece Paris…todo tiene el inconfundible sabor sintético de algo real que está en el imaginario colectivo. El caso es que, dispuestos a no pagar un duro de más pasamos de los aparcacoches (total, el consejo de Sharon Stone en Casino de Martin Scorsese ya no nos valía para nada…Las Vegas que sale en esa película ya no existen) y nos fuimos directos al aparcamiento del hotel. Si, tuvimos que arrastras nuestras maletas hasta el mostrador de recepción pero en el camino hacia allí me encontré cuatro centavos en el suelo. La suerte me sonreía en la ciudad del juego.
¿Todo incluido?
Una vez en el mostrador de información nos dieron el primer puñetazo en la boca del estómago. Deseosos de tener una conexión Wifi igual de decente que la de Mammoth Mountain Inn, preguntamos por la clave de la misma y el regordete tipo tras el mostrador nos dijo que no era gratis. Que costaba 35$ al día o una barbaridad por el estilo. Me dieron ganas de decirle que su madre cobraba menos, pero ¿qué culpa tenia aquel infeliz de que en ese hotel fueran más sacacuartos de lo normal? Puede que ahora mismo estén pensando que somos unos adictos a la tecnología y demás pero con un triunvirato de madres al otro lado del charco a las que tener que estar mandándoles constantemente pruebas de vida en forma de foto, audio o video ya me dirán ustedes si hace falta o no internet. El caso es que pasamos del Wifi (pasamos de los aparcacoches, del Wifi…ahorrando) y nos fuimos hacia el ascensor que nos conduciría a nuestra habitación atravesando el casino. El nivel de personajes que había acodado en máquinas y mesas era importante pero tampoco me llamo ninguno especialmente la atención. Tras sortear al gorila de la puerta y a su chaqueta roja quema corneas subimos a la habitación. Espaciosa, con buenas vistas y grandes camas. Hey, y la nevera estaba vacía, podríamos guardar nuestra mugrienta colección de botellas de plástico llenas de agua de grifo en algún sitio. ¡Estupendo! Aquello tampoco tenía mucha historia, a fin de cuentas, era una habitación, eso sí, la más lujosa del viaje hasta el momento. ¿Y qué haces en Las Vegas? A pesar de lo mucho que habíamos fantaseado con volvernos adictos a la prostitución, al juego o a la bebida, somos buenos chicos asique nos fuimos a pata a Fremont Street para comer y ver toda aquella zona.
Aquello fue un error mayúsculo. El sol que estaba pegando en el strip no era normal y encima, sin el cobijo de edificios altos y su sombra la sensación de calor era aún mayor. Poco después de pasar el hotel Circus Circus nos rendimos y cogimos un autobús que nos llevara hasta nuestro destino. Después de pasar algo más de 40 minutos al sol de Las Vegas y con la punta de las orejas como cangrejos de río habíamos tenido suficiente. ¿Y dónde porras íbamos a comer? Pues en un sitio con el que había estado dando la matraca desde que lo descubrí un día viendo vídeos del gordinflón de Adam Richman, el Heart Attack grill. Oigan y que dan ahí ¿pienso? No, no dan hamburguesas mastodónticas, patatas fritas con chile, perritos calientes y casi cualquier cosa que te pueda hacer sufrir un ataque al corazón. De hecho es uno de esos restaurantes temáticos cachondos donde nada más entrar ya estás haciendo el estúpido porque la vida es breve. ¿Y cómo haces el estúpido nada más entrar? Pues de dos formas, pesándote en una báscula para camiones que tienen en la puerta y poniéndote un batín de hospital de esos que te dejan con el trasero al aire para jolgorio de enfermeras y celadores. Oh y hablando de enfermeras, todas y cada una de las camareras van vestidas de enfermera de peli porno y el resto del personal de los mongólicos de Scrubs. La gracia es que la comida, sabrosa y barata, es súper calórica y cuesta Dios y ayuda terminarse una sola hamburguesa pero claro, si no te terminas todo lo que hay en el plato, hay castigo. ¿Y cuál es el castigo? Pues un azote (o varios) en el culo con una pala de madera. Me juego el dinero que no tengo a que más de uno (y de una) han salido calentitos del restaurante y no por la azotaina (a buen entendedor…).
el que se pida la Octuple Bypass desea morir siendo azotado.
Nos atendió una diminuta camarera que atendía (y atiendo, digo yo) al nombre de Nurse Lola. Pedimos dos raciones de patatas, refrescos, dos hamburguesas doble bypass y una simple. Una enfermera pelirroja estaba bateando traseros a lo bestia y ante la expectativa de que me zurraran comí como si no hubiera un mañana. Y no solo fue por eso. Las hamburguesas, las patatas y el sólido batido que tome estaban muy, muy ricos. De hecho, si alguna vez vuelvo a pasar por Las Vegas repetiría. Creo que el restaurante es uno de esos sitios ideales para: A) Muy gordos (si pesas más de 150 kilogramos comes gratis) y B) Despedidas de soltero. Divertido (había un señor al que le podría haber dado un sincope de todo lo que se estaba riendo ante las azotainas, videoclips (la inmensa mayoría de ellos protagonizados por la Enfermera Lola) y la decoración. La tontería y la cuchufleta llegaban hasta el baño donde podías orinar sobre fotos de Hillary Clinton y Donald Trump. Siento no haber comprado una camiseta de Bacon Bondage porque es muy yo en muchos sentidos, pero que se le va a hacer. Así tengo más motivos para volver. El restaurante esta al pie de la calle Fremont, ese tramo completamente cubierto de luces cual feria de pueblo a lo bestia. Pero eran poco más de las 4 de la tarde asique de luces nada. Pero la falta de luz no impide que los personajes salgan en Las Vegas a pasearse. Desde imitadores de Danny DeVito, cosplayers de Dead Pool, titiriteros, pedigüeños que en sus carteles ponían directamente FUCK YOU (todavía no entiendo esa campaña de marketing), una tiparraca con unas esposas y una pistola de pirata que se me acerco, algunos locos y un abuelo (pero como de 80 castañas) en triquini (esa imagen ha borrado a la ballena blanca de mis pesadilla). La fauna en general de Las Vegas estaba empezando a desbancar al vejete en porretas de San Francisco.
¿y porque digo en general? Porque si piensan que en Las Vegas queda algo del glamour de antaño están muy equivocados. Las Vegas es el vertedero de Norteamérica. Y ojo, que no lo digo yo, que lo dicen todos los norteamericanos que tengo el placer de conocer y no son pocos (vivo muy cerca de la base naval de Rota). Ellos, de una manera cortes lo definen como: Trashy. Yo lo defino como vertedero. Dejando a un lado a los que allí trabajan, los que por allí se pasan y no van de turisteo son la colección de horteras más grande del mundo. En su mayoría parecen personas que van en busca de ese gran golpe de suerte que les saque de la miseria momentáneamente y eso es triste. Y no, no me escandalizo por el tema moral (si hay un sitio sexualizado en la tierra es Las Vegas), eso me da igual porque tengo muy claras mis convicciones, pero todo es tan de medio pelo, tan cutre, tan chabacano que ataca a todos y cada uno de los sentidos. El caso es que personajes aparte, policía a pie (acojonan cuando los ves en tropel) e intentos de conseguir Wifi, empecé a sentirme mal. No por la comida no, sino por la solanera que nos dio hiendo hacia Fremont. Pero antes de que la bajada de tensión me dejara para el arrastre y me devolviera prematuramente al hotel, les contare que pase por la tienda de juguetes Toy Shack (famosa por aparecer en El Precio de la Historia), donde conocí al dueño y compre un regalo para uno de mis sobrinos (me hubiera encantado comprar algo para mí pero los precios eran imposibles para mi bolsillo. Más de 600$ por Dusty Rhodes… ¡amos hombre!) y que desaprovechamos nuestra gran oportunidad en Las Vegas. Les contare como fue.
Aquí la calle Freemont. Aquí unos amigos.
Paramos en uno de los casinos situados en la calle Fremont para ir al baño (insisto, los norteamericanos no tienen ningún problema a la hora de vaciar su estómago en un servicio público) con el fin de lavarnos los dientes. Siendo dos chicos y una chica nos separamos. Al parecer mi compañera de viaje, mientras se lavaba los dientes sintió como algo se le movía por encima de la ropa, se incorporó y según nos contó tenía el escarabajo o cucaracha más grande del mundo reptándole por la ropa. En lugar de salir por piernas y montar un escándalo de 10.000$ por su silencio en el hotel, por medio de señas consiguió que dos tiparracas bastante borrachas le quitaran la criatura de encima y la arrojaran en un cubo de la basura cercano. Y ahí termino nuestra gran oportunidad de dar un pelotazo en Las Vegas. En la papelera de un baño de señoras del Golden Nugget. Ya les he dicho que comencé a sentirme francamente mal. Me tuve que ir de vuelta al hotel. El autobús lo conducía un tipo que parecía un extra de una película de John Singleton. Llegue, me confundí de planta, baje a recepción, me dieron el número exacto y volví a subir para ponerme en horizontal a oscuras antes de que esa bajada de tensión se convirtiera en una insoportable migraña. Recuerdo que me molesto no encontrar la habitación a la primera. Normalmente tengo un sentido de la orientación excelente. En mi defensa debo decir que todas las plantas eran exactamente iguales.
Un par de horas más tarde, mis amigos aparecieron y yo, aunque algo grogui ya estaba bastante mejor. Pasado un rato, con la noche encima, salimos hacia la calle y si por la mañana nos fuimos dirección norte, a oscuras nos fuimos dirección sur para ver el los espectáculos gratuitos del Cesar Palace y el ambiente nocturno de Las Vegas. Aun me sorprende la increíble cantidad de tarjetas de prostitutas que nos daban en cada esquina. Termino por convertirse en un juego de cromos para ver cuales teníamos y cuales sí. Especial gracia nos hizo uno de los repartidores que nos dio un taco de estampitas. El tipo, cada vez que alguien aceptaba lo que le ofrecía hacia un gesto de victoria con el puño como diciendo: “bien. Cojonudo. Soy el número uno de los repartidores de tarjetas de putes”. Tras caminar entre la marabunta, ver coches alucinantes (de recreo, particulares o de excursiones), llegamos al Cesar Palace para ver La Caída de la Atlántida (un espectáculo con animatronics en el interior de la galería comercial) y el baile de luces y fuente (el cual vimos a ritmo de I`ve Got You Under My Skin canta por Frank Sinatra). Más allá de que el espectáculo de la fuente me gusto y de que nos perdimos buena parte del de la Atlántida les hablare de los casinos, de sus galerías comerciales y de la idiosincrasia de Las Vegas. Da la sensación, por la cantidad de tráfico aéreo comercial de grandes dimensiones que ves ir y venir, que a la ciudad nunca para de llegar y marcharse gente. Siempre había alguien a punto de irse o haciendo el check in en su hotel.
Por otro lado, los hoteles utilizan la técnica Corte Ingles, que es privar a sus huéspedes en las zonas comerciales de la luz solar para desorientarlos. Todo iluminado con luz tenue. En la zona de tiendas del Caesar Palace, por ejemplo, parecía que estabas sumido en un perpetuo atardecer. Sofocar el calor de la calle con una temperatura agradable también ayudaba a que nadie se preguntara porque había menganos y zutanos desayunando a las 22:00. La cosa es que sabes que estas en una ciudad en la que te van a sacar los cuartos de un modo u otro (ya sea en las mesas o con tonterías) y los que viven de eso van a invertir todo lo que tengan para sacarte todo lo que puedan hasta el último minuto. Entrando en el plano personal debo decir que Las Vegas, a pesar de lo bien que lo pase en la comilona no me estaba gustando. A pesar de toda su opulencia de cartón piedra, el adjetivo que mejor la define es vulgar y anduvimos lo suficiente como para cincelar esa opinión gracias a la gentuza que abarrotaba sus calles, a esa decoración barroca de baratillo y a la falta de gusto que podía ver allá a donde mirara. Pero… ¿saben qué? Volvería. Tiene algo difícil de explicar. Y miren que ni me gusta el juego, ni salir a discotecas ni emborracharme, pero aun así volvería. Del Valle de La Muerte, a la ciudad del pecado y no, no estábamos andando de la mano de Virgilio.
¿Pensaban que se iban a librar del abuelo en triquini eh?
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Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.
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