Revista Cultura y Ocio

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco

Publicado el 19 septiembre 2016 por César César Del Campo De Acuña @Cincodayscom

Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco

A pesar de que mi plegatin para niños del Hotel Bijou y yo no logramos entendernos, la segunda noche en San Francisco logre descansar. ¿Cansancio? Oh, no, no. Como ya les dije necesito pocas horas para recargar las pilas y ponerme en marcha. Conseguí reposar cual guiso gracias a los tapones para los oídos que facilitaban en el mostrador de recepción. Como si se trataran de caramelos de cortesía, el huésped se podía surtir de estos artículos a manos llenas. Creo que no hace falta decir que los citados tapones no estaban ahí, al aire, dispuestos a que cualquier tipo que pasara dos minutos acodado en la barra se pusiera a juguetear con ellos como el que se distrae con un juguete anti estrés. No, lo cierto es que venían guardados en unas pocas asépticas cajitas de cartón. Me serví dos. ¿Y qué relación guarda el hecho de que obturara mi pabellón auditivo con el de dormir a pierna suelta en una cama minúscula para alguien de mi envergadura? Sencillo, bloqueando los sonidos no me escucharía a mí mismo (ni a mis compañeros de habitación) cuando girara sobre las escasas dimensiones del colchón que me había facilitado ahorrándome sus lastimeros quejidos lo que lograría que no me despertara por los propios ruidos que mi humanidad hiciera al moverme. Ya ven que hasta los detalles más insignificantes tienen sitio en Un idiota de viaje.

Ahorrándoles la rutina mañanera les diré que ese día, el último completo en la ciudad de la bahía, estaba reservado para cumplimentar la cartilla del buen turista en Frisco. Ya habíamos estado en Alcatraz, visitado la Torre Coil, recorrido China Town y el centro financiero, subido la Calle Lombard, paseado por el Muelle 39 y viajado en tranvía. ¿Qué faltaba entonces? Pues cruzar el Golden Gate y otras divertidas excursiones. Para tal efecto necesitaríamos nuestro fiel Hyundai Elantra (déjenme decirles que se portó como un campeón durante todo el viaje y eso que lo metimos por caminos de cabras como ya les contare), el cual había que pedir con 30 minutos de antelación en el hotel para que lo sacaran del parking. Una vez montados en el coche, dado lo temprano que era y lo nublado que se presentaba el cielo (se me olvido comentarles que, en la primera noche en la ciudad, llovió. Poco, pero llovió), pensamos que no íbamos a ver una porra del famoso puente, asique nos dirigimos hacia las Twin Peaks. No nos costó demasiado llegar. La noche anterior, quemando el Wifi del Bijou, nos hicimos con jugosas direcciones para nuestro estúpido GPS. En el trayecto hasta las colinas salvo otros coches atestados de turistas, ciclistas y residentes cercanos paseando no vi gran cosa. Pero no vi gran cosa no porque no hubiera nada interesante que ver, sino porque la nube (más que niebla) que estaba cubriendo los puntos más elevados de la ciudad no lo permitía (algo que no pasó el día anterior cuando casi morimos congelados en el punto más alto de la Calle Lombard esperando al tranvía).

¿Han estado alguna vez en el interior de una nube sin viajar en avión? Yo sí. Un par de veces. Y déjenme que les cuente que, aun viviendo en un sitio con niveles de humedad bastante altos (como aseguran mis castigadas rodillas), no hay nada que se le parezca. No me voy a poner a explicarles a que huelen las nubes ni zarandajas de esas, no; pero si les contare que cuando paramos en el mirador (desde el que no se veía un ajo), todo el mobiliario urbano allí congregado para facilitar la vida al turista parecía estar sudando por la condensación del agua. Si mucho que ver (salvo una pegatina de Obey adherida a uno de los prismáticos allí situados. La obra de Shepard Fairey sin descanso desde 1989) salimos echando lechugas hacia Lollapalooza. Que no, que no…Que nos fuimos al puente. El tráfico era fluido a pesar de que esperábamos atasco por ser domingo y por los peajes pero nada. Ni atasco, ni peajes ni tuercas en vinagre. Aquí una cosa rapidita. Circulen, circulen. Evidentemente la señora nube que nos acompañó en Twin Peaks se vino con nosotros hasta el Golden Gate y claro, seguía sin verse nada salvo gente cruzándolo a pie a la izquierda y otros automóviles a la derecha. Una vez pasamos, con la sensación de que nos habían tomado el pelo, paramos en un recodo habilitado para las vistas presidido por la estatua de un viejo lobo de mar (al que alguien había coronado con un collar de flores). Mucho viajero pero pocas vistas. Súbanse al coche y muevan el trasero hasta Sausalito mientras esperan a que aclare el día. Y eso hicimos.

Ni la puntita.

Ni la puntita.

¿Y qué es Sausalito? La tranquilidad. El sitio en el que querrías vivir si te pudieras retirar joven (algo que todo el mundo quiere aunque luego te mientan descaradamente a la cara diciéndote que a ellos les encanta trabajar) y si no te gustan las ciudades. En nuestro paseo me llamarón la atención dos vehículos con tres ejes, un hot rod y poco más. Dimos un paseo agradable y compramos algunas cosas. Poca novedad en el frente. Si, si, paramos en un café pegado al mar, regentado por tres tipos de menguada estatura llegados del sur de la frontera. Echamos el ancla allí por la imperiosa necesidad de utilizar un cuarto de baño (el cual estaba situado fuera del local en un  lúgubre pasillo junto a una tienda de adornos navideños la cual si daba a la calle). Y aquí viene la historia. Aparte de no ser especialmente amables, cuando les preguntamos por el baño nos sacudieron una llave atada a un objeto de considerables dimensiones. No se trataba de un bloque de hormigón como el visto en películas como Loca academia de policía 2: Su primera misión pero si me llamo la atención su tamaño (y la poca limpieza del aseo en general. No me quiero imagina como estaría a última hora de la tarde). El caso es que cuando nos marchábamos hordas de turistas y Sanfrancisqueños llegadas en ferris le quitaban las legañas a patadas a Sausalito (de entre todos ellos me llamo la atención un conjunto de familias vestidas de pirata. ¿Recuerdos imborrables para los más pequeños que les acompañaba o vergüenza hasta el fin de los tiempos en el álbum familiar?) cosas).

Vuelta al puente. La nube seguía allí pero sin ánimos de sentirse protagonista. Pinunas aparte y aparcamiento de aquella manera a un lado, paramos, tomamos las fotos de rigor y cruzamos el Golden Gate una vez más. Lo gracioso de todo esto es que pensamos que la broma, dado a que no habíamos pagado peaje alguno, nos había salido gratis pero no. Una vez llegamos a España, Alamo (la compañía a la que alquilamos el coche si recuerdan) nos pasó un cargo (no muy elevado) vinculado al Golden Gate. Aún no hemos averiguado el origen de este cargo. Como en aquel momento no sabíamos nada les vuelvo a dejar con mi yo de aquel día. De vuelta a la ciudad, pasamos una vez más por Golden Gate Park, pero esta vez sin hippies gritonas ni autobús claustrofóbico. No pudimos parar ya que los domingos estaba reservado para darle a la suela (algo que me parece bien) y de ahí nos fuimos a ver localizaciones de cine y televisión. San Francisco es una ciudad famosa por haber salido en un millón de películas (bueno, a lo mejor no tantas pero si en muchas) por lo que el turista cinéfilo tiene muchos sitios interesantes en los que pararse. ¿Y dónde me pare yo? Pues en la casa de la Señora Doubtfire y en la de Padres forzosos (no es que me arrepienta pero manda huevos a tenor de que Bullit se rodó en Frisco). Verán, no soporto Señora Doubtfire (sé que eso me tiene que convertir en una especie de ogro come niños ya que no soportar una de las más celebradas películas del llorado Robin Williams es prácticamente un delito) porque supuso la primera película francamente decepcionante que vi en mi niñez. Me la habían inflado tanto que cuando la pude ver me pareció un dramón aburridísimo y triste. Pero bueno, me hice la foto allí (mostrando mi desaprobación a la citada película por supuesto) pero fijándome en la cantidad de mensajes que los admiradores del desaparecido actor habían dejado escritos en las piedras que estaban en la base del árbol justo frente a la puerta de la casa. Al César lo que es del César y las cosas como son, el detalle es bonito. De ahí, tras acabar en un parque que no era y ver una colección de perros rastafari (me refiero a canes reales con muchas, muchas trenzas rastafari. No es un modo despectivo de llamar a personajes adscritos a esta ¿creencia?) Terminamos en Painted Ladies, o lo que es lo mismo, las casas de Padres Forzosos.

Ahora no me voy a tirar el moco diciendo que si era una cursilada de serie, que si era un pastel, que si tal y que cual. No. Yo veía la serie, pero como todos ustedes y como todos los que vimos Buscate la vida. Aunque el parque estaba defenestrado por una remodelación las autoridades habían dejado un loma para que las ingentes cantidades de turistas haciendo el subnormal, tomando fotos y canturreando aquello de: “Everywhere you look”. Unos sagaces comentarios más tarde de lo estúpido que siempre me pareció Joey y de lo enamorado que estaba en mi etapa  de prepúber de la Stephanie Tanner prepúber volvimos al coche. Justo el que estaba en el otro lado de la calle tenía la ventanilla del copiloto rota, como si le hubieran tirado un pedrusco. Y ya que hablamos de automóviles déjenme que les cuente algo que he pasado por alto. Todos los vehículos aparcados en una cuesta en San Francisco (todos, todos, todos) tiene el eje delantero girado. Entiendo que esta peculiaridad se debe a que si los frenos se van al cuerno el coche, al tener las ruedas giradas no termina de viaje cuesta abajo a toda leche. Pero subamos al automóvil y movámonos hasta el Ayuntamiento y el edificio reservado a la Opera. Ambos lo vimos el día anterior en el hippie móvil, pero claro, desde sus minúsculas ventanas.

Everywhere yu look...si esas paredes pudieran hablar.

Everywhere yu look…si esas paredes pudieran hablar.

Bueno, esto está quedando muy aburrido. Vamos a comer ¿y a dónde? Pues a la Taquería La Cumbre, en el distrito de Mission. ¿Y de que conozco yo este sitio? Pues de la vez que Adam Richman se pasó por allí en Man vs. Food y si el gordinflas alegre (en estos momentos convertido en un tipo delgado al que todo el mundo detesta) se pasó por allí por algo sería (de hecho, habían creado un súper burrito en su honor). Aparcamos a poca distancia y allí nos atendió un tipo cabreado por trabajar en domingo. ¿Y el restaurante que tal? Bien. El personal amable. Generosa cantidad y buen precio. Eso sí, algo sucio. Aparte del burrito que me zampe (carne asada, queso, pasta de alubias y verduras) probé la root beer de Barg´s (que ya el nombre suena a barf, que a su vez es vomito en inglés) ¿y a que sabe? a zumo de Reflex, a eso sabe. Lo bueno es que el restaurante estaba al ladito de nuestra siguiente parada y en ella mi yo cinéfilo fue contentado a varios niveles. ¿A dónde fuimos? Pues a la Misión de San Francisco de Asís ¿y que tiene que ver con nada? Pues que es la iglesia que pudieron ver en la obra maestra del cine: Vértigo (De entre los muertos) de Alfred Hitchcock. Pero antes de llegar a tan ilustre lugar déjenme que les cuente que pude ver en el Distrito de Mission durante mi tiempo allí. Cuando salimos del restaurante me fije, no sé porque, en el suelo. Al pie de los árboles, los cubre suelos de metal estaban decorados con calaveras mexicanas (Manny Calavera y Olivia Ofrenda vestidos con trajes típicos de México para que se hagan una idea) en relieve.  Oigan, eso le da personalidad e identidad propia a un barrio, y aunque no me pareció el sitio más limpio del mundo (yo y mi obsesión con la limpieza y los gérmenes patógenos), no se notaba en el ambiente ese tensión que si percibí en Los Angeles.

Añado que, a la salida del restaurante, nos topamos en la puerta con la que yo creía que era la mujer más alta que había visto en mi vida. Luego me di cuenta de que era él queriendo ser ella, lo cual no me importa en absoluto, pero son de esas cosas que se te quedan grabadas y más si te la vuelves encontrar una media hora más tarde trabajando en una heladería cercana a la Taquería La Cumbre en la que paramos (para más señas, la heladería se llamaba CREAM: Cookies Rules Everything Around Me y solo puedo decir que la recomiendo. Menudo sándwich de cookie y helado de vainilla con Reese´s me zampe).

Sea como fuere, no llegamos todo lo rápido que hubiéramos querido a nuestro destino porque más que perdernos, en un principio nos confundimos de calle y en lugar de ir hacia el norte, tiramos hacia el este. No pasa nada, deshaces el camino, paseas por el barrio y llegas a destino. Estas de vacaciones melón. En nuestro camino hacia la Misión de San Francisco de Asís me topé con una tienda bien maja de juguetes (o de figuras de acción según los mongolos a los que les importa lo que piensen los demás de ellos) y a la vuelta de ver la Misión, pare allí un ratio. Compre, si compre. Se me volvió a escapar Jack Burton de Golpe en la pequeña china, pero me lleve un buen surtido de muñecos a buen precio y una conversación bien maja con el dependiente (un tipo cercano a los cuarenta, con barbita, gafas y un sombrero a lo Elvis Costello). Estuvimos hablando de cultura popular, de películas, de monstruos y de dibujos…buena conversación, buenas compras, buena tienda (Super 7). Con la cartera menos abultada partimos hacia la siguiente parada del itinerario: El Castro, el barrio gay de San Francisco.

Unicornios vomitando en 1,2,3...¡ya!

Unicornios vomitando en 1,2,3…¡ya!

En lo personal debo señalar que detesto visitar barrios en los que una forma de entender la vida diferente se asienta. Siento como si me estuvieran llevando a ver monos al zoológico. Pienso que cada cual es muy libre de vivir su vida como le dé la gana mientras que: A) no me obligue a vivir como él vive y B) no haga daño a nadie lo que resumo con la frase: a mí me parece estupendo que usted crea que las piedras vuelan mientras a mí no me las tire. Cuando estuve en Nueva York me pasó igual; en lo que sigo considerando el punto más bajo de mi viaje a la Gran Manzana, nos llevaron al barrio ortodoxo judío en autobús. Y ahí estábamos, como turistas haciendo un safari fotográfico, señalando con el dedo y mirando como el que ve a un perro verde. ¿Pero es que no podemos dejarnos en paz? Oigan si alguien quiere vivir así o asá o creer en esto o aquello ¿Quiénes somos los demás para decirle que están equivocados? Pero ojo, que si reparto para un lado, reparto para el otro. Me parece fenomenal que usted haga lo que quiera con su vida, pero no me saque la carta de la discriminación en cada mano de este juego y no tenga cara dura, que nos conocemos. En el mundo está la mayoría estúpida y las mal llamadas minorías aprovechadas… “vaya dos patas pa un banco” como dijo aquel…y aquel sabía mucho (A ver si son capaces de adivinar la referencia de esa frase).

Dejando a un lado mis puntos de vistas, les diré que sí, que fui al Castro y no, nadie se me insinuó, ni me toco, ni me he vuelto gay, ni nada por el estilo. Eso sí, si me incomoda lo absolutamente obvios y burdos que pueden ser estos tipos en cuadrilla. Dejando a un lado los sex shops con consoladores monstruosos en el escaparate y las pastelerías especializadas en hacer torsos o penes ¿de verdad tienen que llamar a un restaurante italiano The sausage Factory (la fábrica de las salchichas)?… ¿de verdad?… ¿tienen que reafirmar su sexualidad con estos chistes zafios? Vale, vale…como quieran. No seré yo quien juzgue, pero tiene traca el nombrecito.  En fin, paseas por el barrio y te das cuenta de que no cabe una bandera con el arcoíris más en la calle. Hay tantas que un unicornio vomitaría. Hasta los pasos de cebra son multicolores. Me gusto el cine (un cine en el que se proyectan ciclos de películas clásicas siempre es buena cosa), que nos recibiera el barrio fortuitamente con un tipo ensayando canto en su casa, la tienda de comics (las tiendas de comics siempre son buena cosa), un dibujo de un gorila en una pared (¡vivan los simios!) y, en general, la paz que había en el ambiente. Pero, los barrios peculiares siempre tienen a sus personajes peculiares y si pasamos por alto a los tipos que parecían haberse escapado de las páginas de un tebeo de Tom of Finlad, nos topamos con el rey de los personajes…el abuelo en porretas del Castro. Y ahí estaba el señor, sentado en su silla de ruedas, con su barbocha blanca, sus calcetines, sus gafas y con el ciruelo al aire. Olé sus colorados cojones. Al que no le guste que no mire, que a mí me está dando el aire en el señor calvo y en verano no se resfría parecía estar diciendo el abuelete, que hasta ese momento, se había convertido en la estrella de la fauna divisada en el viaje (adelantando a la marea de mendigos siniestros, al pandillero bigotón de Los Angeles y a la drag queen bailarina del Paseo de la Fama en Hollywood. Señor, este donde este, me descubro ante usted menos de lo que usted lo hizo ante nosotros.

¿Y qué haces cuando ya has cumplido todas las metas marcadas? Pues volver a Lombard Street, esta vez en coche. Eso sí, el atasco de subida fue cosa fina aunque, a pesar de la poca duración de la bajada, compensa (¿Cuánta gente conocen que pueda decir que han pasado por la calle con más curvas del mundo?). El día llegaba a su fin. Tocábamos retirada pronto. Al día siguiente saldríamos a amanecer de Dios rumbo al Parque Nacional de Yosemite y teníamos que descansar y reorganizar maletas. De vuelta al hotel. Salimos a comprar víveres para cenar. Paradita en El Infierno para que mis amigos lo confirmaran (con tipo muy chungo en la puerta del ultramarino para dar fe) y visita a un supermercado ecológico donde me pegaron un palo de más de 6$ por un paquete de pan de molde. Mis amigos compraron algo para cenar en un japonés, yo no tenía hambre y menos después de que me cornearan a base de bien hacia unos segundos. San Francisco se había portado bien. Al día siguiente el tipo de la costa se adentraría en los bosques y se perdería en las montañas.

Me apuesto lo que no tengo a que pensaban que no subiría esta foto.

Me apuesto lo que no tengo a que pensaban que no subiría esta foto.


Otras estupidas aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 


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