El caso es que María y su ex maltratador tienen una hija, una chica de 15 años, a la que también el juez podía haber preguntado al respecto. La niña, naturalmente, no quería acercarse a su padre ni para pedirle
la hora, a lo que la madre accedió porque seguro que tenía miedo y no esperaba nada bueno del sujeto. Estoy convencido de que hubieses hecho lo mismo. ¿Acaso no queremos evitar el sufrimiento de nuestros propios hijos, pese a quién pese?¿No es lógico que la madre tenga miedo y quiera proteger a la niña de algo que puede hacerle, también a ella, mucho daño? Casos hemos tenido un montón y por desgracia no parece que vaya a tener remedio, por lo menos a corto plazo, visto que vivimos en un país en el que se
convocan concentraciones machistas y nos tomamos a broma eso de que se empiece a
llamar “Feminazis” a las mujeres que defienden lo que les corresponde.
Pues bueno, al final a María le cayeron 7 meses y debía ingresar en prisión porque además de esta tenía
varias condenas por el mismo asunto. Ella se negaba a entregar a la niña y el padre atormentador se ponía el disfraz de víctima afligida y corría al juzgado a interponer la consiguiente demanda, que se ponía a la cola para mayor retorcimiento de la madre que sumaba condenas como quién acumula puntos en la Travel Club. ¿Es eso justo? Como decía Ana, no es posible entender que si un animal defiende a su camada nos enternezcamos y en cambio si es una madre la que lo hace con sus hijos, acabe en prisión.
Parece ser que en este caso (y en tantos otros) la justicia es todo menos eso, justa. Se limita a aplicar las leyes sin pararse a pensar que no hace más que ensañarse en el dolor en lugar de mitigarlo. Cuando esto es así nos damos cuenta de que algo no funciona como debe.
No funciona porque parece que no aprendimos nada de cuando se procesaron jueces en Nuremberg por
aplicar el
Derecho Nazi sin pensar que lo que aplicaban era bárbaro y perverso, pero vigente en la época negra. Tan vigente entonces como nuestro actual Código Penal. Pero no voy a meterme en discursos sobre
la eterna guerra entre el positivismo y el iusnaturalismo, para eso ya tenemos verdaderas eminencias en la materia a un tuit de distancia (adelantos de la técnica, yo me tuve que enrolar en la facultad de derecho) Seguro que uno de los mejores, el profesor Xavier de Lucas (
@xdelucas) que nos puede iluminar mucho al respecto.
Nuestra justicia, en muchos casos, se dedica a aplicar códigos sin pensar en las consecuencias. Vivimos
un sistema judicial un tanto desnaturalizado en el que la mayoría de los jueces actúan como autómatas. Ya nadie se acuerda de Hobbes, Locke o Platón y puede que por eso a menudo se aplica la ley estricta como quién aprieta un botón, fríamente sin pensar siquiera en que el Derecho es algo más que un amasijo de leyes y que la justicia muchas veces no sólo ha de ser justa sino que además parecerlo (lo más complicado de todo). El oficio de juzgar no debiera ser como el Quimicefa, aplicar fórmulas para tener un resultado. Es algo
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creativo que muchas veces obliga al juez a hacer de equilibrista del Cirque Du Soleil entre lo que es justo y lo que dice la ley porque lo que tiene en sus manos son las vidas de personas con una historia particular detrás y las soluciones “a granel” no son válidas. Pero la verdad es que, como todo, muchas veces se ha reducido todo a “yo digo esto que es lo que dice el manual y evito líos”. Tenemos jueces para evitar eso, para que piensen y decidan sobre lo correcto y hagan lo que se espera de la justicia, resolver conflictos entre personas, no crearlos. De no ser así igual mejor los sustituimos por máquinas expendedoras de resoluciones y se acabó el asunto “su sentencia… gracias”.