Ajena felicidad
"Alguien que sonría mientras va caminando por la calle, será siempre tratado como un loco, pero si esa misma persona se muestra concentrada en sus pensamientos con seriedad o incluso amargura en el rostro, nadie tendrá nada que decir. Será lo normal". Más o menos eso es lo que una profesora dijo un día en clase y hasta hoy lo recuerdo sin poder evitar estar de acuerdo, por mal que me pese.Viendo estos días el documental dirigido por Jose Luís López-Linares Un instante en la vida ajena, ganador en el 2004 del premio Goya a la mejor película en su categoría y brotado de una idea original de Arantxa Aguirre, pienso en eso mismo, porque de eso mismo trata la película indirecta pero inevitablemente: Madronita Andreu, hija del conocido doctor y creador de las pastillas para la tos y una hermana del pintor Francisco Miralles, una mujer de elevada clase social, criada entre intelectuales de la Barcelona de comienzos del siglo XX, dedicó su vida y sus esfuerzos al registro visual de sus amigos y su entorno familiar, mediante la filmación de películas. Algo increíble.Y es que lo que más llama la atención en esas cintas silentes y granulosas, es la alegría que contagian los retratados: gente "bien" que es feliz, que siempre es capturada en un ambiente cordial, amable, despreocupado. Personas que aceptan que una mujer inquieta y curiosa, una señora que debía de ser toda una "seductora" en palabras del narrador de la película, el montador de cine y TV Salvador Guardiola, a quien Madronita encargó el archivo y edición de todo su material, se acercara a ellos cámara en mano y que probablemente, también les pidiera que se comportaran con "naturalidad", una naturalidad nada espontánea, por supuesto.Mandronita Andreu logró filmar metros y metros de película sobre gente sonriente y alegre, que se encuentra en fiestas, pasea por ambientes turísticos o desempeña alguna que otra actividad de ocio y entretenimiento.Estancias en Suiza y en Nueva York huyendo de la guerra, cruceros, graduaciones e interminables fiestas en la finca que tenía la familia en Puigcerdá, son las ocasiones que Madronita escogía para ser registradas y reproducidas en el futuro, porque como ella bien sabía "la gente pasa, pero las películas quedan" y ¿qué hay de malo en preservarlas durante instantes felices?.En 1967, la ya anciana Señora Andreu viaja con su marido a África y a la India, tomando nota visual de paisajes, colores y personas que eran genuinos y casi opuestos a lo que había tenido ocasión de retratar hasta la fecha. El estilo y la elección de los temas es sorprendente, auténticos instantes documentales.Tampoco se le escaparon a la autora, con una nieta estudiando en Nueva York, ni las reacciones populares al asesinato de Robert Kennedy ni las concentraciones hippies de los años siguientes. Debía hacerlo, quiso conservarlo.Así que agradezco a esta mujer su trabajo y sus ideas, porque es debido a iniciativas como la suya que hoy podemos descubrir un poco más sobre el cine y su valor de comunicación, porque los documentales logran que ya casi nada nos sea ajeno, incluso si retratan sólo la felicidad.Revista Cultura y Ocio
Un instante en la vida ajena. (Jose Luís López-Linares, 2003)