Revista Opinión
Esta noche vienen los Reyes Magos a dejar regalos a los niños. Es la costumbre y el engaño más benévolo y cándido que todos hemos padecido en nuestra infancia. Tanta ilusión nos causaba que lo repetimos con nuestros hijos y lo extendemos, ya sin ocultarlo, a familiares y parientes mayores de edad. Mantenemos la ilusión con el secreto de lo que recibiremos o regalaremos en Reyes. Se trata de una tradición potenciada por el consumismo, es cierto, pero divierte y cohesiona a las familias si se controla evitando el despilfarro y el derroche. Los niños son el centro de este juego de ilusión en el que los adultos podemos participar sin arrebatarles su protagonismo. Por eso yo también aguardo con relativa impaciencia el día de Reyes, sabiendo que mis hijos me sorprenderán con algún presente acorde a mis aficiones o necesidades. Aunque sea un jubilado, sigo siendo un rey mago que reparte ilusión a nietos e hijos al tiempo que niño grande que espera nervioso rasgar el papel de colores que envuelve a los que recibirá. Detrás de tantas dádivas, queda la familia y la alegría que nos depara su compañía. Y eso es precisamente lo que un jubilado pide a los Reyes Magos esta noche: el calor de una familia y poder compartir sus alegrías y buenos ratos. Como el que proporciona todavía, afortunadamente, el día de Reyes. Por muchos años.