Revista Belleza

Un jueves, un relato (III): Cambiar de sexo

Por Gadirroja

Un jueves, un relato (III): Cambiar de sexoSigo participando en los jueves de relatos que, la verdad, me suponen todo un reto que me relaja y me gusta mucho. La propuesta de hoy parte de escribir en primera persona desde el punto de vista de una persona del sexo opuesto al nuestro.


Como esto lo hice la semana pasada y además, no sé hasta qué punto en realidad la propuesta se refiere más bien a aspectos de género (es decir, aspectos socio-culturales asociados a un sexo u otro solo por los caracteres sexuales primarios, por ejemplo, pensar que los chicos son más rudos y las chicas más emotivas y ese tipo de cosas) he decido mezclar ambas ideas y así, nuestro protagonista de hoy va a ser un señor que tampoco tiene muy claras las teorías del género J

¡Espero que os guste!


“Cambiar de sexo”.

Llevo trabajando en la facultad más de treinta años como profesor de Historia Medieval. He publicado 15 libros, imparto másters y doy cursos a profesores en activo, además, soy un reconocido miembro dentro de mi universidad.

Por eso me pone de los nervios que cierto sector de mi alumnado – normalmente chicas – me llamen “señoro” y me acusen de no estar al día en temas de género. Porque sí, ahora ya no puedo hablar de “sexos” cuando hago referencia a diferencias entre mujeres y hombres más allá de la obvia distinciones biológicas. Ahora debo decir “género” a todo lo que se considera socio-cultural.

¡Y si fuera solo eso! Que si el “techo de cristal”, que si el “mansplanning”, que si no se qué de un iceberg y los micromachismos…de verdad, esta juventud sabe de todo…menos de historia, que es de lo que se trata, al menos en mi caso, que me pagan por enseñarla.

Todo esto iba yo pensando una mañana camino del aula siete. Me tocaba dar clase a un grupo especialmente reivindicativo y no pensaba perder un minuto con esas discusiones absurdas. ¡El temario, que es mi biblia!

Iba tan ofuscado que no la vi venir. Debo decir que ella tendría que ir muy distraída también, y bastante nerviosa, porque me pasó todo el carro por encima.

Sí, sí, la limpiadora del ala derecha de la facultad, una señora rechoncha y canosa, que ya tenía edad casi de estar jubilada, me pegó tal empellón que caí al suelo y perdí la conciencia. Pero ojo, que ella, del impacto, se golpeó con uno de los cubos que llevaba en el carro en una sien, y cayó también cuan larga era.

Cuando desperté…no podía creer lo que me estaba pasando: parpadeé, miré al techo, me miré los pies…¡¿esos zapatos?! Llevaba sendos “crocks” (el nombre me lo sé por mi nieta), un calzado infame…pero…espera…tenía…tenía una bata y un delantal que, por cierto, me apretaba la cintura. Y me estaba entrando fresco por la zona del culo, porque las medias que llevaba, de ejecutivo, no me subían más allá de la rodilla.

Incrédulo  (“esto no puede estar pasándome a mí”, sonaba como un mantra en mi cabeza), me incorporé como pude. Justo a tiempo para ver como mi cuerpo, diligente, se dirigía al aula siete. Igual, aquella rara mañana, a los de segundo, les gustaba más mi clase.

¡Espero que te guste!

Gracias por seguir en este viaje. 

 ¡A vivir!


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